¡Venga tu Reino!
15 de septiembre de 2015
Solemnidad de la Virgen de los Dolores
Patrona de la Legión
A los legionarios de Cristo
Muy estimados en Jesucristo:
Desde que Dios Nuestro Señor me llamó a través de los Padres capitulares a servir como Director general de la Legión de Cristo me encomiendo todos los días a la Santísima Virgen para que me auxilie y proteja, y conmigo a todos los legionarios y miembros del Regnum Christi. A veces la invoco como lo hacemos todos los días en las jaculatorias y pido a la Virgen prudentísima que me ayude a gobernar. En otras ocasiones, pido a mi Madre dolorosa que nos ayude a conseguir de Jesucristo crucificado las gracias que más necesitamos para ser santos. Una santidad en nuestra realidad de sacerdotes y apóstoles.
Hoy en la mañana volví a meditar en la Virgen de los Dolores, en la Madre dolorosa. Lo he hecho los últimos tres días, desde que el domingo pasado iba a meditar sobre la liturgia –como lo acostumbro hacer los domingos–, y me vino a la mente la solemnidad de hoy, tal vez porque me tocaba la homilía. Y contemplando la escena me fijé en el buen ladrón que tenía un lugar particular en el Calvario. Él veía –contemplaba– y escuchaba a Jesús desde su propio sufrimiento y su cruz. Veía a los soldados, a la gente y también a Juan, a las mujeres y a María. Y se me ocurrió, en la oración, poner en los labios de Dimas las frases de la Salve: Reina y Madre de misericordia… vuelve a mí tus ojos misericordiosos… y la Virgen no lo volteaba a ver porque estaba viendo a su Hijo. Y ya estaba frustrado de que María no lo viera a él. Después, cuando él mismo se dirigió a Jesús en oración: «Acuérdate de mí» (Lc 23, 42), entonces la Santísima Virgen lo volteó a ver con el corazón, con ojos misericordiosos, lo escuchó y lo acogió como a Juan y a todos sus hijos.
En ese momento me puse a pedirle a nuestra Madre dolorosa que nos vea a nosotros, que hemos tomado nuestra cruz y hemos seguido a Cristo en la Legión, que nos vea con ojos misericordiosos y nos muestre a Jesús y, como abogada nuestra, nos consiga la santidad, la renovación que deseamos y necesitamos; que nos alcance lo que pidió y obtuvo el buen ladrón: la vida eterna que consiste en conocer y amar a Jesucristo; que nos consiga el espíritu contemplativo que nos mantenga unidos a Él en el cumplimiento de nuestra misión.
En la oración le di vueltas una vez más a esta carta, que ha estado queriendo salir desde hace ya varias semanas, para motivarnos a todos a buscar con iniciativa y realismo la santidad y la dimensión contemplativa de nuestra vida religiosa. Es un tema que ya he platicado con muchos. Sin renovación espiritual, si no somos verdaderamente contemplativos en la acción, la Legión no se renueva. Sin duda la carta es parcial, se fija más en la dimensión contemplativa, es sólo una parte de nuestra identidad, se refiere más a la primera parte de la frase de Jesús que a la segunda: «El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer» (Jn 15,5). Se refiere más a favorecer la acción de Dios en nosotros que a su acción a través de nosotros. Más adelante espero escribir otra carta sobre la unidad de vida, viviendo simultáneamente las dos dimensiones, la oración y la acción.
Pido a Dios que nos haga querer la santidad firmemente, realmente y que lo busquemos en nuestra vida religiosa. Este es un tema al que no pocas veces vuelvo en mi meditación y que se convierte también en súplica diaria. En las oraciones matutinas, junto con el ofrecimiento de las obras del día, intento también hacer de ellas una oración por mí y por todos los legionarios para «que seamos santos e inmaculados en tu presencia» (cf. Ef 1, 4; Oración al Padre) y «te amemos cada día más y seamos más fieles y esforzados apóstoles de tu Reino».
Y me pregunto ¿estamos viviendo en plenitud nuestra relación con Dios? ¿Estamos construyendo sobre roca la misión común que Dios nos ha encomendado? ¿Las generaciones más jóvenes están adquiriendo una sólida y profunda vida interior? ¿Los sacerdotes, somos hombres de Dios? ¿Qué puedo hacer yo como Director general, qué pueden hacer los superiores, qué podemos hacer cada uno para crecer en santidad y así alabar a Dios y conseguir no sólo la gracia para perseverar, sino para ser mejores sacerdotes y apóstoles?
Con estos pensamientos en mi corazón, les propongo algunas ideas sobre la dimensión contemplativa de nuestra vida.
- La renovación espiritual en estos momentos de nuestra historia
En el Comunicado Capítulo de 2014 escribimos: «Sentimos que de nada servirá la revisión de las Constituciones, si no se renueva la vida espiritual del legionario. Somos conscientes de que cualquier intento de renovación que no esté construido sobre la roca de la unión con Dios, será pasajero» (CCG 2014, n. 85).
En la carta que mandé al concluir la Reunión plenaria del Regnum Christi, les compartía algunas ideas sobre la renovación espiritual que tratamos durante la reunión:
«Renovación espiritual es un crecimiento de la persona que se da como respuesta a la gracia de Dios, en el encuentro personal con Cristo y la fidelidad al propio carisma;
- implica re-centrar continuamente la vida en Cristo y una mejor comprensión, interiorización y vivencia de la progresiva configuración con Cristo;
- involucra tanto la dimensión ascética como mística de la vida espiritual;
- reaviva el fervor en la dimensión contemplativa y en el celo apostólico;
- genera unidad de vida en la persona, construye la propia comunidad y familia y fomenta la comunión en todo el Movimiento;
- es fuente de alegría, sencillez y paz al renovar el amor primero» (Carta a todos los miembros del Regnum Christi, 7 de junio de 2015).
Dicho de otro modo, renovarse espiritualmente significa, apoyados en la gracia de Dios buscar el amor, la fidelidad y la delicadeza en nuestras relaciones con Cristo, a través de la donación de nosotros mismos en el ejercicio de nuestra vocación y misión.
Significa no vivir para nosotros mismos, sino para Aquél que por nosotros murió y resucitó (2Cor 5, 15), haciendo que nuestros intereses giren en torno a Cristo, a la Iglesia, a la misión que tenemos en la Legión y en el Movimiento, a las almas.
Renovarse espiritualmente significa estar en el camino de una creciente fidelidad al don de Dios expresado en nuestra llamada a seguir a Cristo.
Renovarse espiritualmente no puede ser sino anhelar una vida más virtuosa y santa, con un mejor ejercicio de la caridad, de la misericordia y de la comprensión hacia los demás. Es el deseo de vivir los consejos evangélicos con mayor delicadeza, como expresión de nuestro amor a Cristo, para ser más de Él y menos de nosotros mismos.
Implica también, necesariamente, ser cada vez menos del mundo aunque vivamos en el mundo. Esto, dicho de otro modo, es el ejercicio libre y convencido de la renuncia a todo lo que no sea Dios: el pecado, las pasiones desordenadas, los afectos y apegos mundanos, etc.
Renovarse espiritualmente significa, para el legionario, una entrega más apasionada a la misión.
- La vida interior (la unión con Dios)
El número 12, 1° de las Constituciones afirma que: «por su carácter contemplativo los legionarios buscan la oración, la unión con Dios, el silencio y la reflexión, y dan prioridad a la acción divina en su propia santificación y apostolado».
Para lograr esta unión con Jesucristo, lo que más importa es escuchar su voz, acogerla con amor, hacer lo que nos pide, responder con generosidad y actuar con pureza de intención. Se trata de seguir el consejo de María: «Haced lo que Él os diga» (cf. Jn 2, 5). Así, esta dimensión contemplativa de nuestra vocación y misión es, en realidad, una expresión de la búsqueda y del anhelo de las cosas divinas, un ejercicio de escuchar lo que nos pide la voluntad de Dios, de acogerla, de sentir con Él y de con-sentir, siguiendo también en esto el ejemplo preclaro de María.
Este acercamiento progresivo a Dios nos lleva también a un crecimiento personal, a la creciente realización de nuestra personalidad cristiana, tal como la describe san Pablo, que consiste en asemejarse siempre más al Señor, a revestirse del hombre nuevo. Este crecimiento nos lleva a hacer de Cristo el «centro, criterio y modelo de toda la vida religiosa, sacerdotal y apostólica» (cf. CLC 8).
- Unión habitual con Dios
Reconozco con gratitud que, generalmente, la gran mayoría de los legionarios tienen deseos sinceros de buscar la santidad. Mantienen un buen nivel de vida interior y de unión con Dios a lo largo del día, e intentan vivir con convicción y recogimiento sus actos o ejercicios de piedad, como recomienda el primer párrafo del número 47 de las Constituciones:
«Consideren que la contemplación de las cosas divinas y la unión asidua con Dios en la oración son el principal deber del religioso y que especialmente de ellas depende su fecundidad apostólica. Por ello, funden su vida espiritual en una fe honda y en una actitud filial de adoración, amor y confianza. Vivan las prácticas de vida espiritual con fervor e íntima convicción. No se contenten con un cumplimiento meramente externo ni basen su vida interior en la volubilidad de los estados emocionales».
Invito a todos a cultivar una unión con Dios en todas las circunstancias de la vida. Vivimos en un mundo lleno de distracciones y, por ello necesitamos aprender a entrar en nuestra interioridad, en nuestro corazón, para encontrar la presencia habitual de Dios en todo lo que hacemos. Cuando tenemos el alma sumergida en esta presencia de Dios, la oración fluye casi espontánea, al contemplar su bondad, su presencia, su majestad, su providencia, su misericordia…
Los sacerdotes, además, encontramos un impulso espiritual especial en el ejercicio del ministerio sacerdotal, en la celebración de la Eucaristía, en la recepción frecuente del sacramento de la reconciliación y en la administración de los sacramentos. Y, de modo semejante, en el rezo atento y fervoroso de la Liturgia de las horas, que es la oración de la Iglesia.
- Vida de oración
En la tradición de la vida religiosa y de la vida sacerdotal en la Iglesia, la oración es una realidad esencial para todo sacerdote y religioso. Esto lo hemos vivido con interés en nuestros 75 años de historia. El cultivo de la presencia de Dios dispone nuestro corazón al diálogo atento y continuo con Dios, pues «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28). Vivimos sumergidos, penetrados de la presencia de Dios. Esta realidad hace posible nuestro encuentro con Dios, nos permite poder escucharlo y establecer una relación filial con Él. Este deseo nace, en gran parte, de la conciencia de nuestra condición de creatura necesitada, caída pero redimida. Y, además, de la conciencia de ser alguien que ha sido elegido por Jesucristo para ser su amigo y enviado como los Apóstoles, para extender su Reino entre los hombres.
La oración requiere disponibilidad interior, dedicación y constancia (cf. CCG 2014, nn. 108 y 109). Por eso la Legión ofrece a los religiosos y sacerdotes apoyos personales y comunitarios como son los actos litúrgicos, los actos de piedad, los horarios. Pero estas ayudas son eficaces sólo en la medida en que las hacemos propias y las vivimos con madurez y humildad, como apoyos que se nos ofrecen, para vivir unidos a Dios.
Sé que la mayoría de ustedes se empeña con seriedad, sobre todo, en la oración mental, como nos piden las Constituciones (cf. n. 53 § 1), valorándola como esa ocasión diaria para dialogar con Dios, escucharlo y disponerse con pureza de intención a hacer su voluntad. Bien sabemos que la oración es un don de la gracia y también un arte y, un arte difícil, que hay que aprender día a día, en un combate continuo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2725). Los invito a releer esta parte del Catecismo dedicada a la oración.
Los animo a perseverar todos los días en la oración. Cada día nos podemos encontrar con un estado sensible diverso, no importa. Dios está presente en nuestra alma y espera poder dialogar con nosotros como hijos, para fortalecernos y llenarnos de las gracias que necesitamos para perseverar y para ser apóstoles eficaces. Nuestra oración puede encontrarse con momentos de sequedad, de oscuridad, de disipación; podemos encontrarnos con la pereza, con el tedio; no importa. Es necesario perseverar: Dios se hace presente, se hace fuerza y se hace luz, incluso en la oscuridad interior. El crecimiento en la intimidad con Dios raramente nos es concedido sin pasar primero por el camino de la cruz y de la purificación interior. Ordinariamente hace falta perseverar en el ejercicio diario de la oración mental, según los diversos métodos que hemos aprendido desde el noviciado. El Espíritu Santo es el mejor maestro en el ejercicio de la oración diaria.
Bajo el influjo de una cultura que todo lo quiere de inmediato, podemos sentir la tentación de buscar caminos apoyados en los sentimientos como sustitutivos del trabajo espiritual y ascético serio y, podemos, quizá, etiquetar como voluntarismo aquello que es sencillamente fidelidad al Evangelio: «Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre» (Mt 6, 6). Cristo nos enseña la oración filial. Bien aprendieron los apóstoles del ejemplo de Cristo, que les llevó a recibir al Espíritu Santo, perseverando en oración junto con María. Antes de buscar el consuelo espiritual, nuestro interés ha de ser consolar al Señor que sufre en Getsemaní, un sentimiento muy propio de la devoción al Corazón de Cristo.
- Ascesis y silencio
Como acabo de recordar, la oración y la unión con Dios son un don, pero, un don que requiere también de nuestra colaboración para crear en el alma un clima propicio a la oración.
La vida religiosa, a lo largo de los siglos, ha cultivado con mucho aprecio algunos medios ascéticos para favorecer la unión con Dios. Estos medios han ayudado a tantos religiosos santos, verdaderos amigos de Dios y apóstoles, que con su testimonio y consejo lograron formar verdaderas escuelas de perfección y de santidad. Desde el inicio nació en ellos la convicción clara de que la unión con Dios requiere de un trabajo serio en el cultivo de algunas prácticas ascéticas como la clausura y el apartamiento del mundo. También privilegiaron la práctica del silencio interior y exterior, porque se dieron cuenta de que el silencio es la atmósfera vital para la vida de oración y para una continua unión con Dios. Imitar el ejemplo de Cristo, que se retiraba a lugares apartados para un frecuente diálogo con su Padre en medio de su ministerio. Por eso la Legión nos ha educado al cultivo del silencio absoluto de la noche, que nos prepara para la oración de la mañana y, también nos ha motivado a vivir nuestra jornada en una atmósfera de silencio y recogimiento, para vivir con nuestra alma en Dios y hacer fructífero nuestro trabajo, y para cultivar la profundidad de nuestra alma. ¡Cuánta necesidad tiene la Legión de almas interiores y profundas, para hacer eficaz la misión que Dios le ha confiado!
Podríamos decir que el elemento común de estos medios es el de preparar el ambiente de nuestra alma, para que la voz de Dios pueda resonar y ser escuchada en ese santuario interior, que es el corazón del hombre, dónde habita la Trinidad Santísima. El silencio en la vida de comunidad, que se menciona en las Constituciones, no es una simple disposición disciplinar, sino una virtud, que ayuda a crear un clima propicio para la reflexión, el estudio, el trabajo y el descanso espiritual pero, sobre todo, para forjar personas interiores, profundas y disponibles en cualquier momento para elevar su mente y corazón a Dios.
En efecto, como vemos en la tradición de la Iglesia, tanto occidental como oriental, el camino del progreso en la oración pasa por el silencio interior, que es protegido por el silencio exterior, por la ascesis, por esa continua purificación espiritual y moral, que nos permite estar en el mundo sin ser del mundo. Al respecto, he constatado que hemos perdido un poco el cuidado del silencio externo como ambiente habitual en nuestras comunidades y temo que también se haya bajado en el silencio interior personal, como virtud que nos capacita para escuchar a Dios.
En este contexto de silencio y reflexión orante tienen particular importancia los diversos momentos de examen personal. «El examen de conciencia es un espacio privilegiado de discernimiento y, de encuentro personal con Dios, con el fin de agradecer su presencia y sus dones; pedir perdón, acoger su invitación a la conversión y enmienda, y renovar la adhesión a su voluntad, que nos llama cada día a identificarnos con su Hijo Jesucristo» (CCG 2014, n. 117). Abandonarlo, omitirlo habitualmente, o convertirlo simplemente en un momento de reflexión o planeación personal conlleva riesgos no indiferentes para la vida interior. Por eso animo a todos a ser hombres de examen, de un profundo discernimiento espiritual realizado con sinceridad y generosidad en la escucha atenta de la voluntad de Dios. De este modo, cada uno podrá ver los progresos y avanzar en ellos y también evitar las tentaciones u obstáculos, detectar si en su vida se va dando una relajación progresiva. Todo esto ayuda a rechazar los enemigos más grandes como son la tibieza, la acedia, la concesión habitual a las pasiones desordenadas, el racionalismo o el subjetivismo.
En ese sentido «ayudará también que la casa de apostolado sea un remanso de silencio y recogimiento que propicie el descanso espiritual y la serenidad interior de los miembros» (CCG 2014, n. 113).
Desde otro punto de vista, hoy tenemos un reto particular con la explosión en el uso de los medios de comunicación que tienden a acaparar nuestra atención en todo momento, como si el último mensaje y la última noticia requiriesen siempre nuestra inmediata atención. Es necesario reconocer con sincera humildad y realismo que la facilidad de acceso conlleva múltiples consecuencias para la vida interior. Si no se da una sana pero exigente ascesis personal, estos medios pueden convertirse en obstáculos para el silencio y el recogimiento, además de poder quizá ponernos delante de otros riesgos morales más graves, que pueden poner en peligro la perseverancia. Al vivir dispersos todo el día, volcados hacia el exterior, no nos debe sorprender que encontremos dificultades en el recogimiento, en la unión habitual con Dios y en la oración mental. Cristo necesita almas profundamente unidas a Él, para poder extender su Reino.
En este sentido los invito a todos a mantener claro el principio: salvadas las verdaderas emergencias, a partir de oraciones de la noche, es tiempo de silencio absoluto, es tiempo para Dios.
Sin querer ser negativo, algo semejante se podría afirmar del uso de otros medios de comunicación. En este sentido me ha edificado la revelación personal que el Papa Francisco ha hecho en una reciente entrevista en el vuelo de regreso a Roma desde Sarajevo. Afirmaba que no había visto televisión desde el 15 de julio de 1990, por una promesa que había hecho a la Virgen del Carmen, y que nunca utiliza internet. Podemos ver la televisión, debemos usar los medios en la evangelización, pero este propósito del Papa nos muestra dónde está su corazón y cómo dedica su tiempo a su ministerio.
La Congregación para la Educación Católica, en un documento titulado: Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios (1980), en un apartado en el que se refiere a la «ascesis y reglamento» (cf. núm. II.3), dice lo siguiente: «Un sacerdote no puede verlo todo, oírlo todo, decirlo todo, gustarlo todo… El seminario debe haberlo hecho capaz, en la libertad interior, de sacrificio y de una disciplina personal inteligente y sincera».
- Vida eucarística
La cercanía a Jesucristo Eucaristía es otra expresión de nuestro amor a Cristo, de nuestra fe en Él, así como de la necesidad de estar unidos a la Vid, para llevar fruto. Es a los pies del Sagrario dónde el legionario se llena de fuego interior para influir en la salvación de las almas y dónde encuentra las fuerzas para perseverar en el llamado que Cristo le hizo de seguirlo en la Legión. Sin duda el momento central de nuestro día es la celebración eucarística puesto que es «El sacrificio eucarístico es el centro de la vida cristiana y el culmen de la acción por la que Dios santifica al mundo en Cristo, y del culto que los hombres ofrecen al Padre» (CLC 51). Invito a todos a procurar que así sea, y que la Eucaristía sea el «el centro espiritual de la comunidad» (CLC 52).
Agradezco mucho al Señor que en estos últimos años se ha ido dando un crecimiento convencido en la piedad eucarística, sobre todo en las casas de formación. En no pocas ocasiones los religiosos organizan momentos de adoración además de aquellos otros ya establecidos para toda la comunidad.
Pero también constato que, en otros centros, hay cierto abandono que puede expresarse, por poner un ejemplo, en la ausencia habitual de algunos a las oraciones de la mañana y de la noche, descuidando ocasiones preciosas para iniciar o terminar el día delante del Señor de nuestras vidas. Así lo afirmaba claramente el Capítulo general: «Apreciamos el ofrecimiento de obras y oraciones de la noche como momentos fuertes en que los legionarios se presentan ante Jesucristo como comunidad para ofrecer el trabajo del día que comienza o agradecer los beneficios al final de la jornada» (CCG 2014, n. 115, cf. Normas complementarias, n. 26).
Quizá algunos de ustedes recuerden cómo el Papa Francisco recomendaba vivamente a los rectores y alumnos de los colegios pontificios de Roma que terminasen su día delante del tabernáculo y no ante la televisión o en su habitación (cf. Discurso del 12 de mayo de 2014).
Algo semejante se podría decir de las visitas a la Eucaristía en diversos momentos del día. Si bien no están prescritas, ni son obligatorias, han sido parte constante de la vida de piedad del legionario. ¡Nos hace tanto bien detenernos algunos minutos delante del Señor en varios momentos a lo largo del día! El verdadero amor a Cristo, debe hacer nacer en nuestro corazón el deseo de estar con Él.
- El peligro del activismo
He notado, también, que la intensidad de las actividades apostólicas lleva a algunos a abandonar, retrasar o apresurar algún momento de oración. Una de las soluciones, entre otras posibles, consiste en tomar conciencia de estas dificultades, sobre todo cuando son habituales. Cuando no hay equilibrio, hace falta hacer un alto, reflexionar, optar por la «parte mejor» y reprogramar de modo realista las propias actividades, tomando las medidas necesarias para garantizar en nuestro horario los espacios de oración. No debemos sobrevalorar la propia actividad por encima de la dedicación a fomentar la unión con Dios e intentar así ser un mejor instrumento de la gracia.
- Una ayuda y apoyo objetivo: la dirección espiritual y el diálogo con el superior
En todo este amplio campo de la vida espiritual contamos con el apoyo de los superiores y del director espiritual, cada uno en el propio ámbito. Ellos nos ayudan a discernir mejor con objetividad la propia situación personal y aquello que Dios puede estar sugiriendo o pidiendo, comenzando por aquellos aspectos más claramente objetivos como son la vida de gracia, la fidelidad a los votos religiosos y la dedicación al estudio, al apostolado y a la vida comunitaria.
Con humildad debemos reconocer que no somos buenos jueces de la propia causa, y que necesitamos alguien que nos acompañe con prudencia y fraternidad en nuestro caminar hacia Dios.
Todos los puntos que he mencionado en esta carta pueden ser materia del diálogo con el superior o director espiritual, según la propia situación. Les invito a repasarlos no sólo en la reflexión personal sino también con quienes tienen la tarea de ayudarles en su camino de consagración y apostolado.
Espero que estas consideraciones puedan serles de utilidad. Por mi parte, como decía al inicio, los encomiendo a todos diariamente ahí, en el Calvario, desde mi propia cruz que es mi fragilidad natural, que es mi historia personal merecedora de sufrimiento. Desde mi pobreza espiritual le pido a Dios que me conceda, y nos conceda, su gracia que es lo único que nos santifica y nos hace fecundos. Le pido que nos ayude a poner los actos de amor y de oración que están en nuestras manos. Él me ve y me escucha, la Virgen me ve con ojos misericordiosos y me asegura que ahí en el calvario, porque está Dios regalando su gracia, está la salvación.
Con un saludo muy cordial y mis oraciones, me confirmo de ustedes afmo. en Jesucristo,
P. Eduardo Robles-Gil, L.C.