Alfredo Ibarra, L.C.

Me resulta difícil encontrar un momento concreto o extraordinario que caracterice mi vocación, como si fuera un flechazo de amor a primera vista. Más bien encuentro en mi historia diversos momentos muy simples, como una presencia continua, que sumados y entrelazados me han llevado a la convicción interior de ser llamado por Dios.

Como cuando un hombre quiere casarse no porque ha tenido una experiencia sorprendente de amor, sino porque ha conocido poco a poco a su novia y de ella se ha ido enamorando casi sin darse cuenta. En mi caso, ya desde muy pequeño, percibía la presencia de Dios en mi familia y en la comunidad parroquial como la presencia de un amigo de quien no se puede prescindir.

Pocos meses antes de cumplir diez años, y habiendo apenas hecho la primera comunión, mi papá tuvo un accidente que por poco se cobra su vida. Esa experiencia seguramente me llevó a hacerme preguntas profundas y a madurar antes de tiempo. El amor desinteresado y la fe con que mi mamá se ocupó de mi papá y de la familia en esos momentos difíciles, así como la cercanía de tantos familiares y amigos, fueron para mí signos ciertos del amor y la presencia de Dios. A ese Dios yo lo iba conociendo poco a poco.

El apoyo de nuestro párroco, de diversos sacerdotes amigos y de miembros de la comunidad me llevaron a interesarme más por la vida de fe y, al mismo tiempo, a darme cuenta de la labor pastoral tan hermosa que llevaban a cabo los sacerdotes. Me llevó a apreciar profundamente la vocación sacerdotal como vocación de servicio. He tenido la gracia, a lo largo de mi vida, de encontrarme con sacerdotes entregados a Dios y a su misión. La alegría con que viven su consagración a Dios y a los demás han sido siempre para mí un estímulo y, al mismo tiempo, un testimonio de la fidelidad de Dios.

Por todo ello, cuando la cuestión de la vocación se presenta en lo concreto, lo espontáneo es seguirla con sencillez como respuesta al Amor de Dios. No quiere decir que no haya momentos de duda o dificultad, pero sí que, en los momentos difíciles, la seguridad está puesta en el Amor de un Dios que nos amó primero y que nos invita vivir y predicar ese amor con nuestra vida.

El H. Alfredo Ibarra LC nació en Guadalajara, Jal., el 19 de septiembre de 1987. Vivió su infancia en Zapotlanejo, Jalisco, con sus papás y sus 6 hermanas. Conoció la Legión de Cristo gracias al testimonio del P. Enrique Flores, LC. En 1999 ingresó a la recién fundada escuela Apostólica de Guadalajara.  En 2003 se trasladó al noviciado de Monterrey en donde vivió sus dos años de noviciado y emitió sus primeros votos religiosos el 20 de septiembre de 2005.  Sucesivamente cursó tres años de estudios humanísticos en Cheshire, Estados Unidos y al terminar los mismos, comenzó sus estudios de bachillerato en filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma.  A continuación trabajó apostólicamente en el Centro Vocacional de Guadalajara por un año como formador.  Del 2011 al 2014 residió en el Noviciado de Gozzano, desde donde colaboró en la pastoral familiar y en la promoción de los centros de formación de la Legión en Italia. El 13 de septiembre de 2014 profesó sus votos perpetuos en la Basílica de San Giuliano, Gozzano, para luego regresar a Roma, al Centro de Estudios Superiores, a proseguir sus estudios cursando el bachillerato en teología. Será ordenado diácono el 1 de julio de 2017 en el Centro Vocacional de Guadalajara y sacerdote el 16 de diciembre del mismo año en la basílica de San Pablo Extramuros en Roma.

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