José Manuel Reyes, L.C.

 “No me rajo”

Muchos de ellos venían de otros países y esto me llamó mucho la atención: eran misioneros. Yo también quería ser misionero. Habría que dejar Purépero…., y no sólo.

 

Hace poco más de veinte años, en una tarde cualquiera, se habría podido encontrar o jugando con mis primos; o, con toda probabilidad, fuera del negocio de uno de mis tíos gritando a todo pulmón: “No compren aquí. Todo está bien rancio. Vean lo que me vendió mi tío”. Ese tío era americanista…, ese niño quería ser sacerdote.

No puedo explicar por cuál motivo quería ser sacerdote a tan temprana edad. Mi papá es doctor y, aunque admiraba mucho su profesión, nunca pensé seriamente seguir sus pasos.

En diciembre de 1997 fui invitado por mi primo Luis Jesús a conocer el centro vocacional en el Ajusco, donde él estudiaba. De camino al centro vocacional mi tío comenzó a tomarme el pelo. Fingía imitar mi voz y decía: “Tío, tío; me quiero rajar”. Yo, por mi parte, respondía que no era así, cada vez con mayor vehemencia.

Vengo de una familia profundamente cristiana. Recibí los sacramentos regularmente y asistí a una primaria católica, dirigida por las “Hermanas de los pobres siervas del Sagrado Corazón” (sic). Mi tía abuela perteneció a esta misma congregación y antes de fallecer me dejó su Biblia personal, con dentro la foto del “padrino Manuelito”.

El padre Manuelito era un sacerdote, tío lejano de mi papá, que dejó una huella profunda en toda la familia, viviendo una vida de sencillez y generosidad. Yo no lo conocí, pero siempre me sentí muy cercano a él. Incidentalmente, mi papá se llama José Manuel, por lo que, muy a mi pesar, yo siempre he sido para mis familiares: Manuelito. Espero que ahora no me piensen llamar “Padre Manuelitito”. Hay un número limitado de diminutivos a los que estoy dispuesto a someterme.

Empecé narrando ese recuerdo porque, a pesar de que ese niño quería ser sacerdote, es importante señalar que muy pocos se lo esperaban. Les pongo un ejemplo. Unos días antes de salir para el centro vocacional, al terminar un entrenamiento de fútbol con los “Dragones”, le comenté a mis compañeros que para el fin de semana se buscaran otro jugador, porque yo me iba al seminario “a quedarme”. Meses más tarde, cuando volví a mi pueblo a visitar a mi familia, me estaban esperando a la puerta de mi casa. Lo primero que me dijeron fue que en el partido jugaron con uno menos, porque yo no me había presentado. No tardé en hacerles notar que yo les había avisado, a lo que respondieron: “Pero Manuel, ¿quién iba a creer que tú te ibas a ir al seminario?”.  Al parecer, muy pocos: mis papás, mis abuelos, y alguna que otra persona que quizá no sabía lo inquieto que yo era.

Mi vocación, como toda vocación, es un misterio. Mi vocación, como toda voación, es sobre todo un don.

De mi infancia tengo los mejores recuerdos. Tuve una infacia bendecida. Nunca me faltó con quien jugar, hacer travesuras, y disfrutar con las cosas más sencillas. Tengo muchos primos tanto por el lado de mi papá como por el de mi mamá; además, nunca me costó trabajo hacer amigos. Algunos de mis compañeros de clase en la primaria son aún de mis mejores amigos.

A los doce años salí de casa para ir al seminario. Salí con el mismo entusiasmo y la misma ilusión con la que ahora me acerco al altar. Por esto, y muchísimo más, estoy infinitamente agradecido con Dios. Estoy también infinitamente agradecido con mis papás. Quizá en ese momento no me daba cuenta de lo que a ellos les habrá costado.

Mis papás tienen un pequeño hospital en mi pueblo. Mi papá es médico ginecólogo obstetra; mi mamá lleva las finanzas, enseña a las enfermeras, en ocasiones cocina, cuida la casa…, y un largo etcétera. En una ocasión, una señora al ver mi foto en la recepción del hospital preguntó por mí. Mi mamá le explicó que era su hijo que estaba en el seminario. La señora, sin demasiados pelos en la boca (ni neuronas en la cabeza), le dijo: “Se necesita no tener corazón para dejar que un hijo se vaya de casa a los 12 años”. Mi mamá no se descompuso, simplemente contestó: “No; todo lo contrario, se necesita tener un gran corazón”.

No se metan con mi mamá…, no van a ganar.

Tengo una hermana mayor y tres hermanos menores, aunque el que me sigue, Héctor Javier, se nos adelantó desde muy pequeño al Cielo. Entre mis recuerdos más remotos está él. Yo tenía tres años cuando falleció.

Estoy también sumamente agradecido con mis hermanos que me han apoyado desde el inicio, y que a pesar de la distancia se han mantenido siempre a mi lado. Anahí, Jorge Daniel y Fernando son los mejores hermanos del mundo. De vez en cuando nos peleábamos, pero nunca tardamos en hacer las paces.

Mi camino en la Legión ha sido una gran aventura desde el inicio. Después de un año en la Ciudad de México tuve la oportunidad de trasladarme al centro vocacional de Guadalajara. Era el año de su fundación, una experiencia maravillosa. Dos años más tarde fui invitado a trasladarme de nuevo, esta vez del otro lado del oceáno, a Italia. En el futuro pasaría por Salamanca (España); Nueva York, California y Texas (E.U.A.); y cinco años en Roma.

Nací y crecí en Purépero, Michoacán. Amo mi pueblo. Hasta hace unos años los Misioneros de San Carlos tenían un noviciado en mi pueblo. Cada cierto tiempo se organizaba un juego de fútbol entre los doctores y los seminaristas. El superior era italiano y jugaba de portero. Los seminaristas ganaban siempre. Muchos de ellos venían de otros países y esto me llamó mucho la atención: eran misioneros. Yo también quería ser misionero. Habría que dejar Purépero…., y no sólo.

¿Es posible darse cuenta a los 11 años de lo que significa renunciar a tantas cosas? ¿Es posible tomar una decisión definitiva sobre la propia vida a tan corta edad? La respuesta no es tan obvia como parece. En primer lugar hay que tomar en cuenta que la vocación es un don de Dios; es una llamada que espera una respuesta libre. Dios puede llamar a cualquier edad, y nuestra capacidad de responder con generosidad a veces nos sorprende a nosotros mismos.

También es verdad, y esa también es mi experiencia, que hay momentos en el camino vocacional en los que el Señor nos invita a profundizar en nuestro llamado, a releer nuestra historia, y a reafirmar con mayor madurez y conciencia nuestro sí incondicional. A veces son los golpes de la vida, a veces nuestros errores; en ocasiones es la llamada dulce del Señor que nos invita a una mayor generosidad.

En septiembre de 2003, después de ocho días de oración, recibí la sotana legionaria y comencé el noviciado. El noviciado es la experiencia fundante de mi vocación. Fue un período de crecimiento espiritual y humano muy importante, que cimentó las bases de mi perseverancia en los momentos difíciles que habrían de llegar. Así, por ejemplo, cuando en febrero de 2009, descubrimos los terribles hechos de la vida de nuestro fundador, no puse jamás en duda la autenticidad de mi vocación. Fui a la capilla y le dije a Jesús: “Yo te estoy siguiendo a Ti, sólo a Ti. Si aquí me quieres, aquí te sigo”.

No soy un héroe, ni un santo. Soy conciente de mis limitaciones. Soy conciente, sobre todo, de la fuerza del Señor que me sostiene. Por eso voy con confianza hacia el altar. Me siento acompañado por el apoyo y las oraciones de tantas personas que he encontrado en el camino. Como san Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fil 4, 13). Por su fuerza puedo decir: “No, tío; no me rajo”.

El P. José Manuel Reyes López, L.C. nació en Purépero Mich., el 17 de agosto de 1986. Ingresó al centro vocacional del Ajusco en 1998. Un año después se trasladó a Guadalajara donde fue miembro del grupo fundacional del centro vocacional. En agosto de 2001 fue enviado a Gozzano (Italia), para continuar sus estudios en el centro vocacional. Recibió la sotana legionaria en Roma en septiembre de 2005 e ingresó al noviciado de Gozzano. Emitió su primera profesión en Roma dos años más tarde. Cursó estudios de Humanidades en Salamanca, España. Estudió el bachillerato en filosofía en Thornwood, NY. Colaboró como formador en el centro vocacional de Colfax, California. Posteriormente, fungió como Instructor de formación en The Highlands School en Dallas, TX. Ahí mismo, el 17 de septiembre de 2011, emitió su profesión perpetua. Desde el año 2012 se encuentra en Roma donde cursó la licencia en filosofía y el bachillerato en teología.