Regnum Christi Internacional

Miércoles 18 de noviembre de 2020 – ¡Jesús, confío en Ti!

El amor transforma todo lo que hacemos

 Dedicación de la Basílica de San Pedro y San Pablo, apóstoles

H. Luis Alejandro Huesca Cantú, L.C.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

 

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

¡Jesús, confío en Ti! Ayúdame a ponerme en tu presencia, ayúdame a pasar de las cosas visibles a contemplar las cosas invisibles, para que tu corazón y mi corazón puedan ser uno solo. ¡Jesús confío en Ti!

 

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 19, 11-28

En aquel tiempo, como ya se acercaba Jesús a Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a manifestarse de un momento a otro, Él les dijo esta parábola:

“Había un hombre de la nobleza que se fue a un país lejano para ser nombrado rey y volver como tal. Antes de irse, mandó llamar a diez empleados suyos, les entregó una moneda de mucho valor a cada uno y les dijo: ‘Inviertan este dinero mientras regreso’.

Pero sus compatriotas lo aborrecían y enviaron detrás de él a unos delegados que dijeran: ‘No queremos que éste sea nuestro rey’.

Pero fue nombrado rey, y cuando regresó a su país, mandó llamar a los empleados a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno.

Se presentó el primero y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras diez monedas’.  Él le contestó: ‘Muy bien. Eres un buen empleado. Puesto que has sido fiel en una cosa pequeña, serás gobernador de diez ciudades’.

Se presentó el segundo y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras cinco monedas’. Y el señor le respondió: ‘Tú serás gobernador de cinco ciudades’.

Se presentó el tercero y le dijo: ‘Señor, aquí está tu moneda. La he tenido guardada en un pañuelo, pues te tuve miedo, porque eres un hombre exigente, que reclama lo que no ha invertido y cosecha lo que no ha sembrado’. El señor le contestó: ‘Eres un mal empleado. Por tu propia boca te condeno. Tú sabías que yo soy un hombre exigente, que reclamo lo que no he invertido y que cosecho lo que no he sembrado, ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que yo, al volver, lo hubiera recobrado con intereses?’.

Después les dijo a los presentes: ‘Quítenle a éste la moneda y dénsela al que tiene diez’.  Le respondieron: ‘Señor, ya tiene diez monedas’.  Él les dijo: ‘Les aseguro que a todo el que tenga se le dará con abundancia, y al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará. En cuanto a mis enemigos, que no querían tenerme como rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia’ ”.

Dicho esto, Jesús prosiguió su camino hacia Jerusalén al frente de sus discípulos.

Palabra del Señor.

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Seguramente has visto alguna vez la imagen de la Divina Misericordia. La imagen de Jesús que se apareció a santa Faustina Kowalska. En la parte de abajo de la pintura hay unas sencillas palabras. Para ser exactos son sólo 4 palabras. Sencillas y profundas a la vez: ¡Jesús, confío en Ti!

Estoy seguro que el Evangelio de hoy te invita a ti y a mí a repetir estas mismas palabras desde el corazón: ¡Jesús, confío en Ti! Y es que podemos decir estas palabras porque antes Él, el mismo Dios, el rey del que nos habla el Evangelio, ha confiado en nosotros. ¡Jesús cree en ti, Jesús espera en ti, Jesús confía en ti! Sin duda alguna, la prueba más grande de esta confianza que ha puesto en ti son los dones que te ha dado. Podemos empezar desde el don de la vida, de la salud; pero también, porque no, por el don de la enfermedad; el don de poder hablar para consolar a otros, el don de… ¡Cuántos dones le podemos agradecer a Dios! ¡Cuántas gracias nos ha regalado a través de María, su madre!

El rey del que nos habla el Evangelio de hoy entrega a sus empleados monedas de mucho valor y después parte hacia un país lejano. A su regreso, pide encontrarse de nuevo con sus empleados. Y estos le entregan aquello que habían producido con los «dones» recibidos. Así como lo narra el Evangelio, será el momento en el que nos encontremos con Dios cara a cara. El velo que nos impide verlo ahora se levantará y nos presentaremos a Dios, no sólo con los dones que nos ha dado, sino también con todas aquellas buenas obras que estaban llenas de amor. ¡Ésta es nuestra misión! Estas buenas obras, estos tesoros que acumulamos en el cielo, estos pequeños actos escondidos de amor son el verdadero fruto de los dones y son ahora nuestra misión. Todas aquellas cualidades y habilidades que el Señor nos ha dado, como por ejemplo, cocinar con amor, trabajar poniendo amor y estudiar por amor toman un valor eterno. El amor transforma todo lo que hacemos en la vida ordinaria en incienso agradable a Dios.

En este momento de oración, te invito a gritar desde tu corazón: ¡Jesús, confío en Ti! Para agradecer los dones que te ha dado y también para que Él llene todo lo que haces con su amor.

 

 

«El Señor se presenta como un hombre que, antes de partir, llama a sus siervos para encargarles sus bienes. Dios nos ha confiado sus bienes más grandes: nuestra vida, la de los demás, a cada uno muchos dones distintos. Y estos dones, estos talentos, no representan algo para guardar en una caja fuerte, representa una llamada: el Señor nos llama a hacer fructificar los talentos con audacia y creatividad. Dios nos preguntará si hemos hecho algo, arriesgando, quizá perdiendo el prestigio. Este Mes misionero extraordinario quiere ser una sacudida que nos impulse a ser activos en el bien. No notarios de la fe y guardianes de la gracia, sino misioneros.»

(Homilía de S.S. Francisco, 1 de octubre de 2019).

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

 

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Poner más amor en aquello que me cuesta trabajo hacer.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

 

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

 

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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