Andrés Orellana, L.C.

Dios es fiel

Yo no tengo ningún familiar sacerdote, ni quise desde siempre, ni tampoco en la familia veíamos la posibilidad de ser sacerdote como algo normal. Para nada. Lo único que recuerdo, cuando era muy pequeño, es haber escuchado a una tía decir que mi abuela decía que tenía cara de obispo español, pero que a mí me gustaban demasiado las mujeres para ser sacerdote (porque siempre bailaba con mis primas de chiquito en las fiestas de la familia).

Hay momentos en los que Dios te permite ver tu vida con una mayor claridad, y te das cuenta que nada es casualidad, sino que hasta los detalles más pequeños de tu vida forman parte de un plan divino que busca su gloria y tu felicidad, respetando siempre tu libertad y aumentándola. Es así. Dios nos guía a lo largo de toda nuestra vida, en cada momento y en miles de formas. Sin embargo, hay algunos momentos clave, esos puntos en el camino donde se toman las grandes decisiones. Yo puedo reconocer dos de ellos.

El primero fue en sexto grado. Estaba en Oaklawn Academy, un colegio internado llevado por los Legionarios en Estados Unidos, donde pasé un excelente año de mi vida. Nunca había pensado en serio en ser sacerdote.  Había una tiendita en el colegio donde vendían diferentes cosas, entre ellas algunos libros. Recuerdo que nos dijeron que leyéramos la vida de los santos, pero a mí me parecía algo muy aburrido. Sin embargo, como me encantaba el mar y vi un libro con la cara de san Pedro y una barca, pensé que ése lo podía leer, y lo compré.

Saliendo de la tiendita un amigo me quita el libro y me pregunta: “-a ver, ¿qué compraste?”. Y en seguida, “¡wow, no sabía que querías ser sacerdote!”. Y Yo: “¡¿Qué?!” …

  • Sí, no te tiene que dar pena, ¡eso es algo muy bueno!
  • Pero yo no quiero ser sacerdote, déjame ver ese libro

Cuando lo vi más de cerca, el libro se llamaba “Peter on the shore” y el subtítulo decía algo como “Cómo seguir tu vocación al sacerdocio”. Inmediatamente le digo:

  • Yo no quise comprar este libro, ¡esto fue un error!
  • Ya lo compraste, léelo
  • No, ¿estás loco?, a ver si me lavan el cerebro…
  • ¿Qué? ¿tienes miedo?
  • Es que yo no quería comprar ese libro, fue un error.

Después de un breve silencio se me queda viendo y me dice:

  • Dios también habla a través de los errores.
  • Puede ser, pero yo no lo voy a leer.
  • Entonces dámelo, yo lo leo.

 

Y se lo di. Esa noche, reflexionando en mi habitación, me pregunté: ¿Será que Dios me quiere llamar de verdad? E intenté preguntárselo, pero no funcionó, porque yo no estaba dispuesto. Me dije: no tiene sentido preguntarle esto a Dios si en verdad no estoy dispuesto a hacer lo que Él me pida, a Dios no lo puedes engañar. Entonces me di cuenta de que me tenía que sincerar conmigo mismo primero, antes de hacerle la pregunta a Dios. Hubo una pequeña pero intensa batalla de generosidad en mi interior, porque aun siendo un niño, sabía que ser sacerdote significaba renunciar a muchas cosas buenas y eso no era fácil. Pero finalmente venció la gracia y le dije:

“Ok, Dios, si Tú me llamaras a dártelo todo… yo… ¡te lo daría!”

Y en ese momento entró en mí una paz inexplicable, una paz tan profunda, que supe sin duda alguna que sólo podía venir de Dios. Fue como si Jesús hubiese pasado por la orilla del lago y me hubiese dicho: “¡Sígueme!” y yo, dejando todo, lo seguí, porque le dije a Dios: “Ok, yo te digo que sí, pero no tengo ni idea de cómo. ¡Esto lo tienes que organizar todo Tú!”

Después regresé a Caracas, me olvidé de eso, seguí estudiando, me involucré en proyectos sociales, me incorporé al Regnum Christi, tuve una novia, empecé a estudiar en la universidad. Pero a Dios no se le había olvidado mi palabra, aunque a mí sí.

El segundo momento fue cuando tenía 19 años. Me encontraba en Roma, haciendo unos ejercicios espirituales de ocho días como parte de mi año de colaborador del Regnum Christi. Ser colaborador dentro del Movimiento Regnum Christi es darle un año de tu vida a Cristo para colaborar con su misión apostólica. A mí, curiosamente, me mandaron a Dublin Oak Academy, un colegio internado como Oaklawn, pero en Irlanda.

En los ejercicios espirituales había llegado el momento de contemplar a Jesús en el huerto de Getsemaní. Era la última predicación del día, justo antes de irse a la cama, y yo me quedé rezando solo en la capilla del Centro de estudios superiores. Veía cómo Jesús luchaba, oraba, sudaba, sangraba. Lo veía desde una roca y trataba de entender qué estaba pasando por su mente y por su corazón.

Pensé que primero veía todos los pecados que se habían cometido antes de Él, desde el pecado de nuestros primeros padres hasta ese momento, pasado por todas las aberraciones de los hombres y todas las infidelidades del pueblo de Israel. Él las iba a cargar todas sobre sus espaldas en la cruz, y al sentir tanto dolor, entonces exclamó: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz…” Luego veía todos los pecados del futuro, desde los que estaban a punto de cometerse, la traición de Judas, la negación de Pedro, la huida de sus apóstoles, la cobardía de Pilato, la crueldad de los soldados romanos, pasando por todos los pecados del mundo hasta llegar a mí y mis pecados. Todos los iba a cargar Él sobre sus espaldas. Esto le dolía demasiado en su alma, y entonces volvió a exclamar “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz…”. Pero lo que más le dolía, veía Jesús en su oración cómo su sangre iba a ser derramada en vano en muchos casos, y esto era lo que más le dolía. Veía todas las veces que los hombres rechazarían el perdón que Él compraría para nosotros con el caro precio de su sangre derramada en la cruz. Sí, hay personas que rechazarían su sacrificio de amor por nosotros, que endurecerían su corazón y no serían capaces de ver ni de aceptar tan grande amor. Pero dice el Evangelio que en ese momento un ángel se le apareció para consolarlo. Decía el predicador que el ángel lo consolaba mostrándole todos los frutos de su sacrificio: Los 11 apóstoles darían su vida por Él, predicarían el Evangelio, la Iglesia crecería, se extendería por toda la tierra, educaría a las personas, surgirían santos que transformarían a la sociedad, se fundaría un nuevo orden social basado en el valor infinito de cada persona, millones de personas encontrarían a Dios y recibirían la consolación de saberse perdonados. Hasta que, recorriendo la historia, llegamos a mí.

Es difícil explicarlo, pero me di cuenta de que Cristo ya lo hizo: ¡Él ya murió y resucitó por nosotros! Se arriesgó completamente, regalándonos todo su amor. Él hizo todo, y su gracia lleva adelante su plan. Ahora, que su entrega haya valido la pena, que dé muchos frutos de salvación, depende también de mí.  Lo único que tenía que hacer es no oponerme a él, no ser obstáculos para su desarrollo. Su amor quiere llegar a todas las personas, y Él lo hará de manera admirable si nosotros nos dejamos. Entonces me vino un enorme deseo de ver su rostro, y le dije: “Jesús, toma lo que quieras, haz lo que quieras conmigo. Sólo déjame verte. Déjame verte, Jesús.” Y en ese momento sentí una invitación del Señor, y me vino la imagen de Jesús que extendía su mano derecha hacia mí, invitándome, y con la izquierda me señalaba su corazón. Yo entendí que la invitación era muy concreta: a ir al candidatado, y más profundamente, a vivir desde su corazón. Y acepté. Luego lo confirmé con mi director espiritual.

La verdad es que a los que las necesitan más, Dios les da más gracias por lo que no me glorío de las gracias de Dios porque sólo significan que yo, siendo tan débil, las necesitaba más que otros. Desde entonces he estado en Medellín, Alemania, los llanos venezolanos, Estados Unidos, el norte de Italia y Roma siguiendo a Jesús por sus caminos. La enseñanza es que podemos fiarnos completamente de Él, pues Él nos ama y ya nos ha demostrado su amor. Incluso desde nuestra debilidad, podemos fiarnos de Él si Él nos llama, porque si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2, 13).  Esa ha sido mi experiencia y mi alegría. ¡A Él sea la gloria por siempre! Amén.

P. Marcos Salazar, L.C.

¿Por qué no dejar todo y amar más a Cristo? «No tener miedo a abrirle las puertas a Dios». (Juan Pablo II)

En el pasaje de Emaús, me sorprende el hecho de que Jesús sale al encuentro de los discípulos y, poco a poco, comienza a transformar sus corazones, su vista, sus comentarios. Así es con nosotros, Él nos ha salido al encuentro para que nos dejemos transformar en su presencia. Nos invita a responder al amor que nos tiene.

 

La llamada al sacerdocio es un regalo inmerecido. Doy gracias a Dios por haberme llamado y por tener la paciencia de esperarme.

Nací en una familia católica, fui prematuro y, con el tiempo, supe que mi mamá me había consagrado a la Virgen María ya que mi salud no era muy estable.

Sólo Dios sabe cuánto he aprendido de mis padres. Siempre han buscado que esté cerca de Dios con su ejemplo de fe y amor a la voluntad de Dios en todo momento.

Desde pequeño crecí con la conciencia de que Dios provee y siempre está ahí para acompañarnos en nuestro camino.  Desde niño me impactó escuchar en casa que en esta vida sólo estamos de paso. Por lo que una de las preguntas que más me surgía era qué pasa después de la muerte. De hecho, mi abuela falleció al dar a luz a mi madre. Esto ha sido algo que me ha marcado mucho (también, la presencia de la Virgen María en la vida de mi madre), yo sentía que no nos podemos quedar solos en este peregrinaje y que, a la vez, el amor de Dios se tenía que manifestar de una manera palpable en nuestras vidas.

Tengo cuatro hermanos, de mis hermanos solo conocí al mayor, de quien he aprendido mucho y a quien admiro tanto. Mis otros dos hermanos partieron a la casa de Padre antes de que yo naciera.  Creo que esto me llevó a buscar una respuesta que me permitiera descubrir cuál era mi misión aquí en la tierra,  pues crecí pensando que mis hermanos habían cumplido su misión.

Desde pequeño me gustaban los deportes y jugaba mucho fútbol, hasta la edad de once años que me dedique a jugar tenis. Mis padres siempre me apoyaron a ser constante en el deporte y en los estudios. Tuve la gracia de participar en la selección de tenis del Estado.  De los once a los dieciocho años participaba los fines de semana en los torneos y entrenaba durante la semana.  Aún recuerdo que antes de cada partido me encomendaba a Dios para poder disfrutar el partido y eso me ayudó a incrementar mi relación con Él ya que sentía que me escuchaba y me acompañaba mientras yo estaba jugando fuera de mi ciudad. A esa edad las preocupaciones que tenía eran mínimas, pero una de ellas era que Dios cuidara de mis seres queridos y de las personas más necesitadas.

En mi casa aprendí que siempre hay que estar dispuesto a ayudar a las personas ya que desde pequeño veía que ahí se impartía catecismo a las personas necesitadas y siempre eran bienvenidas para ser escuchadas. Eso me movió mucho a buscar imitar la formación recibida en casa.

Recuerdo que fui invitado a una jornada de la juventud en París. Fue el momento que pude descubrir un ambiente del ECYD fuera de mi ciudad y darme cuenta que al rededor del mundo existen jóvenes que aman a Cristo y sacerdotes que dan todo lo que tienen para llevar a Cristo a los demás.

La experiencia con Juan Pablo II fue impactante y sus palabras «No tener miedo de abrirle las puertas a Dios» comenzaron a ser un eco en mí. Sucesivamente, con el ECYD y el Regnum Christi, pude ir en otras ocasiones a ver al papa Juan Pablo II en México y Roma. Esto fue fortaleciendo mi deseo de descubrir lo que Dios quería de mí.

Ya en tercero de secundaria me invitaron al Centro Estudiantil en la Ciudad de México y lo primero que me impactó fue la caridad que se vivía entre los miembros. Veía, también, que eran jóvenes normales y que Cristo era su mejor amigo. Esto fue lo que me motivó a entrar al Centro Estudiantil.

En un momento mi padre se enfermó, así que tomé la decisión de estar en casa con mi familia. Por este motivo terminé la preparatoria en el Colegio Cumbres de Aguascalientes y llevé una vida normal con mis amigos, olvidando poco a poco la llamada al sacerdocio.

Terminé la preparatoria y, al comenzar la carrera de Negocios Internacionales y Administración de Empresas en la Universidad, me dediqué a participar en los apostolados de Gente Nueva y Soñar Despierto. Esto fue una gran oportunidad para vivir el carisma del Movimiento Regnum Christi con mis amigos. Aún recuerdo los congresos de Gente nueva y cómo veíamos que la amistad con Cristo y lo que nos gustaba hacer podían ir de la mano. Así mismo, me puse a trabajar y a organizar conciertos de música con mis amigos por el simple hecho de querer conocer artistas y ocuparme en algo. A mediados de la carrera comencé a trabajar en Sony Company, en el área de Mercadotecnia y ahí fui descubriendo que no podía continuar mi vida de joven universitario sin quitarme la duda del sacerdocio. Comencé a ir a misa en la universidad entre semana y a pedirle a Dios Nuestro Señor que me pidiera lo que quisiera, pero que me diera las fuerza para cumplir su voluntad. Se comenzaron abrir oportunidades para estudiar la maestría en España y viajé a Tierra Santa. Comencé a ver que era el momento de tomar una decisión, es decir, si dejaba que Dios tomara las riendas de mi vida o si permitía que mi gusto personal eligiera. Al final, Dios comenzó a poner los medios. Recuerdo perfectamente que llamé a mi mamá para decirle que tenía que tomar la decisión en ese momento porque tenía que confirmar en cualquiera de los dos viajes si contaban conmigo o no. Ese mismo día hubo una persona muy caritativa que me invitó a viajar a Tierra Santa para aclarar mi duda vocacional, encargándose de los gastos. Ese momento para mí ha sido uno de muchos en los que veo que las oraciones de los papás son oro pulido para Dios Nuestro Señor.

Existía dentro de mí la duda de si Dios me quería como sacerdote y no sólo como un empresario más. Me di la oportunidad de vivir el candidatado y aclarar mi vocación. Después de esos meses salí con el deseo de ser legionario de Cristo.

El P. Marcos Salazar, L.C. nació en Aguascalientes, Aguascalientes, el 4 de abril de 1983. Fue alumno del Instituto Cumbres de Aguascalientes. Se incorporó al ECYD en 1º de secundaria y en 1º de preparatoria al Regnum Christi. Fue miembro del Centro Estudiantil. En 2006 ingresó al noviciado de Cornwall, Canadá, donde emitió su primera profesión religiosa. Cursó un año de estudios humanísticos en Cheshire, Ct. Estudió el bachillerato en filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. Trabajó tres años como instructor de formación de preparatoria en el Instituto Irlandés de Monterrey y fue miembro del equipo auxiliar de la sección de jóvenes. Regresó a Roma en el 2014 para realizar sus estudios de teología. El 9 de julio de 2016 emitió la profesión perpetua y Actualmente colabora como promotor vocacional en el norte del país de México.

P. Luis Fernando Costa, L.C.

“Consagrado a Nossa Senhora do Perpétuo Socorro…”

Uma coisa é certa: a vocação já está plantada em nós como um pequeno grão, como uma semente em nossos corações. Foi essa certeza que eu sempre levei comigo em minha vida, mas nós precisamos ir amadurecendo esse chamado do Senhor.

 

Desde pequeno eu queria ser padre, e gostaria muito de ser médico também, mas como somos pequenos, às vezes não pensamos muito nesse dom do sacerdócio, e é nos acontecimentos da vida onde Deus começa falar ao nosso coração e consolidar esse chamado que é Dele mesmo. E é aqui que entra minha família e Nossa Senhora do Perpétuo Socorro…

Agradeço a Deus cada dia por ter crescido numa família católica que me ensinou os valores e a fé. Esta é a semente da minha vocação sacerdotal, pois eles foram os instrumentos onde Deus quis colocar o chamado. Lembro que na minha casa sempre rezávamos e iamos à Missa, e era algo que não tinha escolha, pois Deus era o primeiro; isso ficou muito marcado em mim. Era na Missa onde eu mais era tocado por esse chamado de Deus ao sacerdócio; foi nas Missas das quartas-feiras onde havia a Novena de Nossa Senhora do Perpétuo Socorro, onde começou minha vocação, pois eu fiz uma consagração à Ela, dizendo: “Mãe, eu sinto isso no meu coração…eu quero curar o corpo, mas eu também quero curar a alma das pessoas… eu prometo vir aqui todas as quartas-feiras, mas você mostre o caminho que eu devo seguir…Mãe, te consagro minha vida e vocação, mas nos momentos difíceis seja você a minha mãe do perpétuo socorro”. A partir desse dia eu comecei a rezar um mistério do terço todos os dias por essa “consagração” que fiz a Maria, e sempre fui nas Novenas das quartas-feiras, como uma promessa de amor a Maria, para que Ela guiasse aquilo que estava nascendo no meu coração. Para minha família eu não disse nada sobre isso, mas minha mãe percebia que eu estava diferente, e isso ela me disse…

Com o passar do tempo, eu tinha cada vez mais a certeza de que Deus me chamava para ser sacerdote; eu via os padres nas Missas, e dentro de mim crescia cada vez mais o desejo de doar minha vida como eles, para que Deus fosse mais amado no coração das pessoas. Nesse período eu busquei conhecer melhor a vida sacerdotal; fiz encontros vocacionais, conversei com alguns padres, mas sobretudo foi a minha família que me apoiou 100% para seguir a Jesus no sacerdócio.

No ano 1999 fiz vários encontros vocacionais, e foi nesse ano que encontrei os Legionários de Cristo, que seria a confirmação da minha vocação sacerdotal. Desde o primeiro momento tinha a certeza que Deus me chamava à vida religiosa e sacerdotal como sacerdote Legionário. Muitos fatores me impressionaram: a maneira de ser, de vestir, o espírito de oração, mas sobretudo a alegria, pois em definitiva, quando Deus nos chama para qualquer missão Ele quer que sejamos felizes, e desde esse momento sempre sempre fui muito feliz, pois tinha a certeza que Deus me chamava para seguí-lo ali dentro. Nesse ano de 1999 falei bastante com meu diretor espiritual que era uma sacerdote Legionário, e ele me animou a entrar no seminário, coisa que era já certo no meu coração; ele sempre me disse: “onde você se sente feliz, em paz, aí é o sinal de que Deus está agindo na tua vida e te chamando…só fazendo a experiência do Amor de Deus dentro do seminário, só assim você terá a confirmação do Seu Chamado…”. Essas palavras foram decisivas para que eu entrasse no seminário e foram palavras que me acompanharam sempre na minha vida.

No ano seguinte, 2000, entrei no seminário dos Legionários em Curitiba; era o dia 07 de janeiro, dia do meu aniversário, e sempre considerei como um presente de Deus para mim, pois eu estava muito feliz e contente. Aí dentro fiz meu ensino médio e fiz muitos amigos, verdadeiros amigos e irmãos, que nos divertimos muito e crescemos juntos no caminho de fé também. Percebi cada vez melhor que Deus chama a muitos, mas não todos ficam, pois Deus tem um plano para cada um. Esses amigos são amigos para sempre, mas muitos deles já estão casados e tal; eu nunca tive dúvida que Deus me chamava para ser padre, e isso eu fazia crescer sempre no meu coração.

No ano de 2003 chegou o momento de ir para São Paulo para iniciar o Noviciado, um período de dois anos de mais oração e recolhimento na vida religiosa. Por um lado havia a emoção da novidade, mas por outro havia também a saudade de casa, da família, isso nunca afetou, mas como somos humanos, às vezes batia aquela saudade de casa, dos familiares e das coisas, e isso eram as provas que Deus pedia a cada dia: “quem quiser me seguir, tome a sua cruz e me siga, com amor…”. No Noviciado tínhamos adoração ao Santíssimo todos os dias, e nesse momento eu colocava tudo isso nas Mãos de Deus, para que Ele curasse as saudades e desse força; Deus nunca nunca abandonou nesse sentido, e Nossa Senhora do Pérpetuo Socorro continuava tomando o lugar da minha mãe cada vez mais fortemente; Maria sempre estava ali junto comigo, e isso eu vi em todos os momentos da minha vocação, era Ela.

Terminado o Noviciado chegou o momento de passar para Salamanca na Espanha para os estudos humanísticos (latim, grego, literatura, história). Novamente a novidade, agora de estar na Europa e viver essa oportunidade de benção de Deus. Aí permaneci 1 ano inteiro, e só tenho que agradecer a Deus por essa oportunidade única em minha vida. Nos anos de 2006 a 2008 estive cursando a faculdade de Filosofia em Roma; imagina, Roma, o Papa, o centro do Cristianismo…isso era motivo de muita alegria para mim e de motivação para ser um sacerdote santo. Na minha história vocacional o una de qualquer um, sempre existem dificuldades, mas é o amor que transforma tudo; quando eu me sentia um pouco pra baixo, a certeza que Maria estava ao meu lado me erguia novamente; eu sempre senti que Maria guiava tudo o que eu fazia, e isso só aumentava o desejo de ser sacerdote do Seu Filho Jesus, e essa certeza transformava as dificuldades, e nesses momentos a frase de São João da Cruz falava sempre ao meu coração: “onde não exista amor, coloque amor e acharás amor…esse era o Amor de Cristo me me havia escolhido”.

Nos anos de 2008 a 2012 fui enviado para trabalhar como promotor vocacional em Porto Alegre-RS. Palavras para descrever esses anos lá eu não tenho, pois foram os anos mais felizes da minha vida eu acho; eu amava o meu apostolado e era amado por todos, porque quando você ama as pessoas como Jesus as amava, elas retribuem da melhor forma. Esses anos de pastoral no RS foram anos de profunda gratidão a Deus, de crescimento na fé e no amor pela minha vocação, e de eternas amizades, pois as pessoas que encontrei lá as levo sempre no meu coração, na minha oração e na minha vida como pessoas que Deus mesmo colocou no meu caminho e que foram sinais de que Deus me amava muito; e isso eu sinto exatamente agora que estou em Brasília, me sinto amado de verdade, pois sou Jesus para cada um daqueles que eu encontro, e isso é motivo de imensa felicidade.

Depois de tudo isso chegou o período final dos estudos em Roma, do Mestrado em Filosofia e do Bachalerado em Teologia. Esse período foi tranquilo, mas ao mesmo tempo exigente, pela quantidade de coisas que tinha que estudar, e vendo que se aproximava a ordenação. A certeza de Nossa Senhora do Perpétuo Socorro ao meu lado se consolidava cada dia mais e mais. Nesse período meu pai teve um câncer e faleceu; como era difícil consolar a minha família, mas precisando ser consolado também; tenho a certeza que foi Maria quem enxugou as minhas lágrimas de filho; minha mãe estava longe, mas Maria tinha assumido muito bem o lugar dela. A certeza de que Deus me pedia ser sacerdote Legionário sempre permaneceu firme no meu coração e isso era a minha alegria cada dia.

Finalizado os meus estudos teológicos fui ordenado diácono em Curitiba, no dia 22 de julho de 2017, e comecei meu ministério na cidade de Brasília-DF atendendo os jovens e adolescentes. No próximo dia 16 de dezembro de 2017, serei ordenado sacerdote de Cristo, e quero que minha vida seja exatamente o que São Francisco de Assis escreveu na sua oração, que foi a oração que fiz todos os dias no meu período de estudos teológicos em Roma, e que coloco aqui no meu testemunho vocacional também. Em agradecimento a Nossa Senhora do Perpétuo Socorro por tudo o que Ela foi e é para mim e minha vocação, escolhi a Igreja Dela como lugar da minha Primeira Missa Solene como sacerdote, pois se tenho essa Graça foi porque Ela me amou, guiou, acompanhou e confortou em cada instante da minha vocação.

Nossa Senhora, seja sempre a minha Mãe do Perpétuo Socorro!

Senhor, fazei de mim um instrumento da Vossa paz.

Onde houver ódio, que eu leve o amor.
Onde houver ofensa, que eu leve o perdão.
Onde houver discórdia, que eu leve a união.
Onde houver dúvidas, que eu leve a fé.
Onde houver erro, que eu leve a verdade.
Onde houver desespero, que eu leve a esperança.
Onde houver tristeza, que eu leve a alegria.
Onde houver trevas, que eu leve a luz.

Ó Mestre, fazei que eu procure mais:
consolar, que ser consolado;
compreender, que ser compreendido;
amar, que ser amado.
Pois é dando que se recebe.
É perdoando que se é perdoado.
E é morrendo que se vive para a vida eterna
.

O Pe. Luís Fernando Bueno é brasileiro, paranaense (região sul do Brasil) e nasceu no dia 07-01-1986. Ingressou no Seminário menor dos Legionários de Cristo em Curitiba no ano 2000, onde cursou o Ensino Médio, pasando no ano de 2003 ao Noviciado de Arujá em São Paulo. Finalizado o Noviciado, iniciou os Estudos Humanísticos em Salamanca, Espanha, de 2005 a 2006. Logo após, durante os anos de 2006 a 2008 cursou o Bachalerado em Filosofia no Ateneo Pontifício Regina Apostolorum de Roma, Itália. Em 2008, iniciou seu período de pastoral em Porto Alegre-RS-Brasil, onde trabalhou por 4 anos na promoção vocacional e na formação dos jovens e adolescentes na Seção de jovens e Ecyd. Em 2012 retornou à cidade de Roma para seu período de Mestrado em Filosofia, com a especialização em Antropologia, que finalizou em 2014. De 2014 à 2017, cursou e obteu o título de Bachalerado em Teologia pelo mesmo Ateneo Regina Apostolorum de Roma. Atualmente é o diretor da Seção de jovens e do Ecyd de Brasília-DF, Brasil.