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Štefan Kavecký, L.C.

Si dejas a Dios escribir la historia de tu vida, no te vas a arrepentir

Me sentí traicionado y confundido. Esta confusión duró unos cuatro años, durante los cuales me di cuenta que la parte más importante de la vocación es el amor a Jesucristo. Yo pensaba que Cristo necesitaba mis manos y mis esfuerzos en el apostolado y no consideraba que Él quiere ser, sobre todo, el número uno de mi corazón.

Soy el menor de los cuatro hijos y con mis hermanos hemos sido monaguillos desde que yo tenía cuatro años. A decir verdad, la idea del sacerdocio me vino muy temprano. Un día, cuándo estábamos volviendo de la escuela, mi hermano mayor me preguntó: “¿Qué quieres hacer cuando seas grande?” Yo tenía siete años y él once. Sin pensar mucho le respondí que quería ser un sacristán, pero inmediatamente después se me ocurrió, “y ¿por qué no, de una vez, el sacerdote?” Luego llegamos a casa y todo siguió igual. Un año después vino a nuestro colegio una periodista y nos hizo la misma pregunta: “¿niños, qué quieren hacer cuando sean grandes?” Yo, entonces, con ocho años, respondí que quería ser o sacerdote, obispo o un monje. Al día siguiente la maestra leyó las respuestas en voz alta y cuando leí mi respuesta todos se burlaron y yo, avergonzado, me escondí bajo la mesa. Después de esa experiencia respondí con más cuidado a esta pregunta obligatoria. El deseo de ser sacerdote permaneció en mí hasta que tenía once años; luego quería ser maestro en un colegio, cantante famoso, médico… En el año 2001 empezaron a suceder varias cosas. En agosto, participé en unos ejercicios espirituales con los Salesianos y durante la confesión me volvió el deseo de ser sacerdote, y desde entonces se quedó. Luego, en nuestra parroquia hubo un cursillo sobre la iniciación cristiana y durante este cursillo sentí que Dios me amaba a mí; fue una experiencia personal y sensible que se ha repetido muchas veces. Mientras estaba yendo a ese cursillo, un amigo me preguntó si no quería ir a Italia en las vacaciones del otoño. Ni tenía pasaporte, ni sabría por qué ir, pero me gustaba la idea de conocer Italia. En ese viaje vi por primera vez a un legionario de Cristo, el P. Michael Duffy. Los días pasaron muy rápido y volvimos a casa. Esa experiencia de Gozzanno, Italia, me dejó una buena impresión, pero nada más por el momento. El siguiente año se organizó el viaje por segunda vez. Poco después comenzamos a reunirnos una vez a la semana y yo estaba feliz de pertenecer a ese grupo con personas de mi edad. En 2003, con catorce años, empecé a ser responsable del grupo de los más jóvenes.

Para mí, el sacerdocio y nuestros grupos del ECYD eran dos mundos paralelos. Sí, quería ser sacerdote, pero hasta entonces nunca se me había ocurrido ser legionario. Tenía contacto frecuente y muy bueno con los jesuitas y tal vez pensaba en ser jesuita. Finalmente, la experiencia del apostolado, es decir, de compartir la propia fe en diversos ámbitos, es lo que me hizo crecer en el tiempo cuando varios de mis amigos se alejaron de los sacramentos, de la Iglesia y de Dios. Yo sentía la responsabilidad por mi equipo y por ellos procuraba rezar y ser fiel al sacramento de la penitencia.

En el verano de 2005, antes empezar el último curso en la preparatoria, fui con un amigo durante dos semanas al Noviciado que los legionarios de Cristo tenían en Bad Münstereifel, Alemania, para ver eso de la vocación. Fueron dos semanas bonitas durante las cuales decidí que quería ser sacerdote religioso porque quería vivir en la comunidad. Pero, el ambiente del noviciado me ha dejado la impresión de que no quería volver ahí; creo que era sobre todo por el silencio, por las horas de oración y el ritmo de la vida con el que acabábamos muy cansados al final del día. Volví a mi casa y le dije a mis papás que quería ser sacerdote religioso. Antes no lo habíamos tratado explícitamente. En este momento, mi mamá, con lágrimas en los ojos, me dijo que antes de haber nacido yo, ella, en su oración, le dijo al Señor que si yo nacía sano, me podía tomar para su servicio. Mis papás me apoyaron en todo, sin condición alguna. De hecho, siempre me confirmaron, que cualquiera fuera mi decisión, las puertas la tenía siempre abiertas. Ahora bien, solo quedaba un detalle, es decir, habría que ver dónde y con quién iniciaba mi camino de discernimiento vocacional. Mi criterio era el siguiente: la Providencia ya me estaba preparando y entonces habría que escoger entre aquellos entre quienes ya tenía algún contacto, es decir, los jesuitas, los legionarios y los salesianos. En esos meses, los dos mundos del sacerdocio y el Regnum Christi se empezaron a encontrar en mi vida. Mi segundo criterio de decisión era que hay que dar unos pasos concretos y el Señor ya me mostrará si ese es el camino. Con esto en mente, escribí en mi diario, el 12 de diciembre, que quería ser legionario. El hecho de que era el día de la Virgen de Guadalupe lo vine a saber un año después en el noviciado.  Como he dicho antes, creo que el elemento importante en mi decisión fue la experiencia del apostolado. Durante los meses que transcurrieron entre esa decisión hubo varias señales que me orientaron a pensar que el camino iba por allí y, entonces, me armé de valor y el 10 de julio 2006 salí rumbo al candidatado, que es el periodo de discernimiento previo al Noviciado. A decir verdad, en mi casa saqué todas las cosas de mi cuarto, como que no pensaba en la opción de que durante el candidatado podría discernir que ese no era mi camino. Durante las primeras semanas para mí todo era muy claro. Mirando hacia atrás, con la distancia de los años, reconozco que era poco consciente de lo que estaba haciendo. Estaba bajo una especie de “anestesia espiritual”, que tal vez era necesaria para que tuviera la fuerza de dejarlo todo: mi país, mi familia, mis amigos, mi cultura, mi pequeño universo.

En el Noviciado la “anestesia” estaba perdiendo fuerza y me estaba dando cuenta de las consecuencias de mi decisión y entró la crisis, que luego se profundizó con el escándalo del fundador. Me sentí traicionado y confundido. Esta confusión duró unos cuatro años, durante los cuales me di cuenta que la parte más importante de la vocación es el amor a Jesucristo. Yo pensaba que Cristo necesitaba mis manos y mis esfuerzos en el apostolado y no consideraba que quiere ser, sobre todo, el número uno de mi corazón. Era un periodo difícil de mucha confusión, pues no tenía una respuesta clara a la pregunta de por qué seguir siendo legionario. Para mí, este periodo es un misterio de cómo la gracia de Dios nos lleva adelante con una violencia suave.

Después de las prácticas apostólicas, llegué a Roma con el deseo de concluir el proceso del discernimiento. El momento importante fue durante los ejercicios espirituales de mes. Allí pedí a la Madre del buen consejo para que me ayudara a tomar una decisión según la voluntad de Dios y también me llegó una pregunta que me ayudó a decidirme. En el penúltimo día de los ejercicios, es decir después de 29 días de oración y reflexión, en un momento después de haber corrido unos cinco kilómetros sentí una voz interior, que me preguntó:  “¿Quieres construirte tú mismo tu felicidad o quieres recibirla de mí?” Con todo lo sucedido durante los ejercicios, entendí, que la Providencia me invitaba a seguir por el camino de la vocación sacerdotal y religiosa en la Legión y que allí me está ya regalando y me va a regalar, por los caminos que Él conoce, la felicidad. Luego pasaron dos años de estudio, de oración y trabajo pastoral con los jóvenes en Bratislava. El día de mi ordenación diaconal, mi padrino me regaló un icono, que pude ver con detalle sólo el día siguiente y con una gran impresión, que es difícil poner en palabras, me di cuenta de que era el icono de la Madre del buen consejo. Para mí fue la confirmación de que estaba en el camino que Dios ha pensado para mí. En fin, los senderos del Señor non son siempre muy claros y rectos, pero seguirlo me ha dado una plenitud profunda y quiero concluir diciendo a todos los que han leído estas líneas, que si dejas a Dios escribir la historia de tu vida, no te vas a arrepentir.

El P. Štefan Kavecký, LC nació el 2 de mayo de 1988 en Bratislava, Eslovaquia, cómo último de los cuatro hijos de Štefan y Daniela. Cursó el colegio de San Úrsula en Bratislava y se incorporó en el Regnum Christi en noviembre de 2004. Durante la adolescencia fue responsable de un equipo del ECYD y participó en varias convivencias internacionales. Después de la preparatoria inresó al noviciado de la Legión de Cristo en Alemania. Concluido el noviciado, estudió las humanidades y la filosofía en los Estados Unidos. Durante las prácticas apostólicas apoyó al P. Martin Baranowski, L.C., en la promoción vocacional y durante dos años fue el administrador del Centro vocacional en Bad Münstereifel. Después estudió la teología en Roma. Se ordenó diácono el 5 de mayo de 2017 en Bratislava. El P. Štefan es el primer Legionario proveniente de Eslovaquia.

John Klein, L.C.

The Tour of a Lifetime: From the Nashville Music Scene to the Priesthood

“The greatest adventure ever is to leave all behind and follow Jesus Christ, the Living God.”

 

On a hot summer afternoon in front of two hundred thousand screaming fans stood one of the most unique jam band front men in all of music history.  To his right and to his left were speaker systems bigger than any middle class American home and music was thundering across a New York cow field.  The crowd was a hodgepodge of young and middle-aged rockers who had traveled from all parts of the US to celebrate the 30th anniversary of the 1969 Woodstock music festival.   For this band’s final song, the lead singer mounted a low-lying speaker at the front of the stage and sang one of the most passionate covers of Bob Dylan’s famous “All Along the Watchtower.”   The set concluded with a frenzied roar and thunderous applause.  A thousand miles away, I gazed at our computer watching my hero at the time, Dave Matthews, being crowned with rock star fame.   The year was 1999.  It was the year I first desired to do something extraordinary, something adventurous with my life just like Dave.  Here at the height of an epic rock star adventure, Dave was impacting thousands of lives. I had to be like Dave.

I grew up about a twenty-five minute ride from the St Louis Arch.  My Dad was a small-town boy from Illinois who had moved to Missouri to accomplish his dream of designing airplanes with Boeing and my mother had moved all around the US before her family finally settled in St Louis when her father got a steady job.  I am the 2nd oldest of 4 children.  My sister, Mary, is one year older and my sister Ellen is about 5 years younger.  The baby of the family is Michael who is 9 ½ years younger.    As a boy I loved to ride bikes, play basketball, and ride any type of roller coaster. Rollercoaster theme parks were always a staple of our family summer vacations.

The Catholic faith was always a key part of our family life.  We would pray every morning together before breakfast and every night we would end with a family prayer on our knees, usually the rosary.  Summer became a special moment of family catechesis for us.  It was in these summer months that Mom would periodically take us to Adoration on Friday nights, although sometimes she would have to take me kicking and screaming from my friends in the neighborhood.  She would also give us a weekly allowance only if we completed 5 chores every day.  “Make your bed and brush your teeth” was always the first chore and “Bible study with mom,” was always the last chore.   During her daily Bible studies she would teach us about Scripture from a Scripture commentary she had bought.  I would pretend to fall asleep sometimes in an effort to make her shorten the lessons but it didn’t usually work.

I was a fairly good athlete through middle and high school playing sports like soccer, football, and baseball but it wasn’t until sophomore year that I found my real passion.  When Santa Claus brought me a red imitation Stratocaster for Christmas I never put it down.  The first song I tackled on that red Strat was the solo from Johnny B Goode by Chuck Berry.  After that I moved on to learn all my favorite Eric Clapton and Dave Matthews songs.   There weren’t enough hours in the day to rock out in my room.  I’d stand on my little amplifier, about the size of a microwave, and practice jumping off it like I was Jimmy Page from Led Zeppelin.  By a stroke of luck I was invited to play with a group of upperclassmen at my high school.  Our first gig was playing all the warm-up music for the home games of the varsity basketball team.   Later our band branched out and got to play at school dances and local restaurants.  We’d play anything from Lynyrd Skynyrd’s “Free Bird,” to Styx’s “Come Sail Away,” to Billy Joel’s “Piano Man.”  It was a rush for me each time we played.  I loved the loud music, the sound of the crowd, and the adventure of getting to play at different places.

My high school years were filled with many great memories, such as late night bonfires with friends, Friday night football games, spontaneous music jam sessions, two very memorable years in the high school musical, and many intense moments of high school basketball.   I decided to enter college as an engineering major since it was seemingly more practical than a music major.  However, my heart was still in music and my daydreams often found their way back to that video of Dave on stage at Woodstock ’99.  In those summer nights before college I made a commitment to myself that I was never going to settle for a 9-5 office job.  I was rather going to have an adventure with my life just like Dave had had an adventure with his.

In my second year of college, my band, The Dance Commanders, caught a lucky break.  Our lead singer, Nick, was good friends with one of the Sigma Epsilon fraternity guys who was organizing the big yearly frat party at the huge Sig Ep house, called the Party Barn.   Nick did some sweet talking and got us in the band line-up.  Hearing the news I was extremely excited and nervous.  This party was going to be one of the first stepping stones on my adventure to follow in Dave’s footsteps. On the night of the party, the place was packed and we followed a not-so-popular screamo band of 4 bare-chested long-haired rockers.  They were not very talented and it was all the better for us because the crowd at this point was really in the mood for some good music.  We climbed on stage and started the show with a roaring rock tune and the crowd loved it.  During my favorite song 99 Red Balloons (the Goldfinger version) I got to jump off my guitar amp and slide across the stage in my salmon-pink wool pants and tye-dye shirt.  No higher in campus fame had the Dance Commanders ever been as we were that night at the Party Barn. My ears were still ringing as I walked back to my dorm that night after the party.  When the initial excitement and thrill of the night had subsided and the crowd had faded away, I began to feel very dissatisfied with the whole affair.  It really had been fun to rock the Sig Ep house, but it also had been so superficial.  The people there were just shadows of themselves.  I remember thinking,”That was great but it wasn’t as great as I thought it would be.  Now what?”  This experience put a crack in my picture-perfect dream of rock stardom. Maybe the real and satisfying life of adventure actually lay down another path?  Did I have the answer to these questions at that time?  No, but these questions were enough for God to start to work in my life.

My major in college had been electrical engineering so my time was taken up with lots of math and science courses.   Upon conclusion of my second year of college it became very clear to me that I didn’t want to pursue a career in electrical engineering.   That left me with a hard decision to make and I ended up moving from Missouri to Nashville, Tennessee to pursue a degree in music production.  It was a tough transition for me because I left many of my best friends behind.   Nervous about the new transition, I began to return to regular Eucharistic Adoration.   It was here in Adoration that I would later receive an invitation to the greatest adventure of all time.

Nashville was full of Protestants and in a very short time I found myself close friends with so many of them.  The experience that I had attending their Bible studies and playing music at their services, while still attending Mass on weekends, profoundly impacted me.  They had a more sincere love for Christ than I did, as well as a tremendous courage when it came to living out their faith in public.  I began to write and play Christian music with some Baptist friends I had made and even went on a little music tour in Nashville and in Mississippi.  However, the more exposure I had to playing music, even in Christian shows, the more I still felt something missing.   I was doing what I loved to do, playing music, and I was surrounded by great people, but why was I still so anxious?  What was wrong with me?

One night I was feeling very restless and I drove about 45min to a lake where I used to mountain bike with my friends.   I walked down to the lakeshore in the dark and sat on the rocks by the water and as I gazed up I was particularly struck by the beauty of the stars in the sky.  That night the stars seemed infinite and breathtakingly beautiful.  I felt a tremendous peace come over me and I felt God speak to my heart.  “Do not be afraid,” the voice whispered, “as perfectly as I placed all the stars in the sky so have I planned every step of your life.  If you would trust me I will make your life much more beautiful than any starry night.”  At this moment, overwhelmed by God’s beauty through the stars, I felt so compelled to trust Him and to surrender myself totally to Him and His plans for my life.  I told God that night “Lord, I don’t understand myself.   I feel so lost, yet I thought I was doing what I was made to do.  Take control of my life now.  You are in charge.  I am ready to listen to your plan for me now.  I am tired of following my own plans.   If your path for me is even half as beautiful as the stars tonight then I want to follow it.  Lead me.  I am finally listening.”   I left the lake that night with a deep peace knowing that I no longer had to figure everything out but that my life was now in God’s hands.  I didn’t yet know what was going to happen, but I did know that God was in charge and that He wouldn’t let me down.

In the next months a number of things came to light that were clear signs of God’s Providence orienting me in a surprising and unexpected direction.   At one of the college youth nights, I was participating in an icebreaker game in which you walk around and write little affirmations on papers stuck to the backs of the people in the room.  After the game I took the paper off my back and began to read the different comments people had written.  One in particular struck me.  It read, “John, you are a man for others.”  I am not sure why that phrase jumped out at me, but it did, and it remained in my heart in a profound way.   A number of months later I was watching TV as an interviewer asked the pope, “Pope John Paul, to you, what is a priest?”  The Pope looked straight into the camera, as if looking at me, and said, “A priest is a man for others.”  I was stunned. A grace came upon me at that moment and it became very clear in my mind that God had made me, since the beginning of time to be… that’s right… a priest.

For several months I wrestled with the idea of being a priest.  Sometimes I loved the idea and sometimes I hated it.  One day, while thinking of a certain Legionary priest I had met in high school, I visited the Legion of Christ’s website from a computer in the University computer lab.  The first picture that popped up was a picture of 50 Legionary priests being ordained by St John Paul II in St Peter’s Basilica in 1991.  Upon seeing this picture another piece of the puzzle of my life fell into place.  “This is it,” I realized, “the greatest adventure of a lifetime is to leave all behind and follow Jesus Christ, the living God, wherever He will send me.”  It had been true.  I was made for an adventure, just not the adventure I had first thought.  It was not Dave whom I was meant to follow, but Jesus Christ.  His is the adventure that satisfies!

In September of 2006, at the age of 21, I made the biggest and most adventurous leap of faith in my life.  I left everything behind, changed my life plans and entered the seminary for the Legion of Christ.  Every day has been a new challenge, a new grace, and a new adventure.  I no longer live for myself but for Christ and that is the greatest thrill and adventure.  He has filled my heart in a way that is indescribable and he has given so much purpose to my life.  And, believe it or not, since entering the seminary I have gotten to play more music for more people than ever before!  I have been able to play at countless youth retreats in Connecticut, Atlanta, Chicago, New York City, Rome and more.   Christ even gave me a couple of “Dave Matthew’s moments” when I was able to play some of my own songs in REAL Madrid’s Santiago Bernabeu stadium for World Youth Day 2011 in Spain, and on a stage in downtown Krakow for WYD 2017 in Poland.  I have already had more adventures than a life could hold and my priestly life has just started!  Christ did make me for a great adventure. Not for Dave’s adventure but for His!  I wouldn’t change that now for the world!

Fr John Klein, LC was born in St Louis, Missouri on February 24, 1985.  He has an older sister, Sr Mary Gianna, who is a Nashville Dominican, a younger sister Ellen, and a younger brother, Michael.  He attended grade school at St Clement Rome and high school at Kennedy Catholic High school, both in St Louis.  After two year of Pre-Engineering at Truman State he transferred to Middle Tennessee State near Nashville to study music production.  At 21 years old, he left college to enter the Legion of Christ.  Fr John did his novitiate in Cheshire Connecticut, his philosophy in Thornwood, New York and concluded his theology with three years of studies at Regina Apostolorum in Rome, Italy.  He currently serves as a priest by helping with youth work in the same city where he completed his pastoral internship as a seminarian, Atlanta, Georgia USA.   He continues to write and play music as part of his ministry and has recorded two CD’s.

Edwin Pereira, L.C.

“Si Tù lo quieres, Tú lo harás”

Dios es muy paciente con nosotros y siempre nos espera con los brazos abiertos. Él no se deja ganar en generosidad. Él nos ha dejado una guía que ilumina nuestro camino: María, quien es la estrella que brilla en nuestro caminar. “¡Oh, tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!” (san Bernardo de Claraval)

Nací en San Salvador, El Salvador, el 23 de septiembre de 1985. Provengo de una familia muy católica. Fui criado con un gran amor a María; una de las advocaciones que más suena en mi casa es Auxiliadora de los cristianos.

Soy el segundo de tres hermanos varones. A los pocos días de nacido tuve complicaciones en mis pulmones, no podía respirar. Pasé varios días en incubadora en situación bastante crítica. Por gracia de Dios pude sobreponerme de la grave situación inicial.

Mis padres son personas muy trabajadoras que siempre nos dieron buenos ejemplos de trabajo duro y de no cruzar los brazos ante las adversidades. Ellos nos supieron criar siempre en el trabajo y en la sencillez de vida. Mi padre es un hombre muy trabajador y muy responsable. A él le agradezco todos los consejos que me dio y que me ayudaron a salir adelante. Él siempre ha sido un hombre muy sacrificado y preocupado por su familia. Mi madre es una mujer que siempre estuvo atenta a sus hijos; a pesar que le tocaba trabajar siempre hacía una gran esfuerzo por pasar el mayor tiempo posible con sus hijos. Ella siempre estuvo al pie de batalla ante nuestros estudios, siempre buscó lo mejor para nuestra formación y nos exigía para alcanzar la mejor formación posible.

Desde muy pequeño fui educado con la espiritualidad salesiana: estudié de 1° a 8° grado en la Escuela salesiana Domingo Savio  (primaria y secundaria) y de 9° grado a 3° de bachillerato en el Instituto Técnico Ricaldone (preparatoria). Doce años de mi vida cuidado bajo el manto de María Auxiliadora y la espiritualidad de Don Bosco.

Estudiando en la primaria sentía cierta inclinación por el sacerdocio. Me llamaba la atención todo lo concerniente a la religión, llegando a obtener las calificaciones más altas en esta materia, y por mi mente se planteaba la posibilidad de ser sacerdote. Pero uno va creciendo y a pesar de que los gustos por la fe y el sacerdocio se mantenían, se hicieron presentes otros tipos de gustos que son acordes con la adolescencia. Estando aún en la escuela Domingo Savio, hice una pregunta a una de las hermanas religiosas que nos atendían (eran hermanas religiosas hijas del Divino Salvador) sobre una posible vocación y ella me respondió que era muy probable que Dios estaba obrando en mí y que Él me iría mostrando su plan en mí. La verdad es que lo tomé en un primer momento como el arranque para pensar más seriamente en entrar al seminario, pues me encontraba en 8°grado. En ese año se anunciaba que los estudios de tercer ciclo (7° a 9°grado, secundaria) pasaban al Instituto Técnico Ricaldone, siempre salesiano, y pensé que estando allí podría existir más cercanía con los padres salesianos y me podrían acompañar en una posible vocación.

Llegando a cursar 9°grado en el Ricaldone, volví a realizar la pregunta, pero no obtuve respuesta al interrogante que tenía.  Alguien me dijo: “piensa mejor en una carrera, no tienes edad para pensar en una vocación”. Para mí fue como si se cambiara la visión del mundo; yo por temperamento soy muy tímido y la verdad es que me costaba compartir lo que llevaba en mi interior, en especial en la adolescencia. Mi reacción inmediata fue: “hasta aquí llego con mi pensamiento de ser sacerdote, pienso mejor en mi futuro laboral”.  A esas alturas de mi formación me gustaba la electricidad y decidí cursar el bachillerato técnico en electricidad, siempre en el Ricaldone.

Así es que estudié mi bachillerato técnico con mucha normalidad. Mi vida espiritual se redujo a mi Misa dominical, confesión cada cierto tiempo y una que otra actividad en el colegio.

Llegó el momento de ingresar a la universidad, y mis padres me ofrecían dos opciones de estudios: uno era estudiar ingeniería en la universidad Don Bosco o estudiar la ingeniería en la Universidad de El Salvador (universidad nacional). Ante los costos que implicaba asistir a la universidad Don Bosco, y al ver que fui admitido en la universidad nacional, opté por estudiar en esta última. La verdad es que esto implicaría un cambio radical y con sinceridad no me imaginaba qué tan radical sería este cambio.

En el 2004 comencé los estudios de ingeniería eléctrica en la universidad nacional, y el ambiente era muy diferente al ambiente salesiano al cual estaba acostumbrado. Allí me encontré con personas de muy diversas formas de pensamiento. Me encontré con gnósticos, darketos, ateos, de todo. El cuerpo docente no se quedaba atrás, también me encontré de todo, pero a fin de cuentas me daba igual, pues decía: “cada quien es responsable de su vida”.

Estando en una clase de historia, el profesor que daba la lección se había declarado “enemigo de Dios”, es decir, ateo militante que atacaba con espada desenvainada a toda clase de creencia. Era un profesor bastante inteligente pero lastimosamente, cuando atacaba a Dios, lo hacía con el hígado. Fue en estas lecciones donde pasó en mí lo que tal vez a este profesor menos le pasaba por la cabeza. Me preguntaba: ¿Quién puede ayudar a este licenciado? Y Dios me comenzó a dar respuestas que yo no me esperaba encontrar, sentía que debía ayudarle. Estoy loco, pensaba. Si no tengo ni la formación ni las respuestas que este profesor necesita. ¿Cómo puedo ayudarlo? Pues cuando alguien se le acercaba esa persona perdía la fe. Sólo alguien bien formado le puede ayudar y sólo alguien que le pueda llevar a Dios: un sacerdote.

¡Yo sacerdote! Así comenzó la batalla más larga y difícil de toda mi vida, pues despertó en mí el volcán que pensaba se había apagado años atrás. Decía: tengo proyectos, y nuevos sueños por cumplir. Y así esta lucha duró casi tres años hasta que llegó un momento donde la carga se hizo pesada y la batalla me estaba agotando y reflexioné que lo mejor era buscar un sacerdote que me dijera lo mismo de años atrás. A todo esto, había perdido todo contacto con los salesianos y así que busqué ayuda por internet.

Allí en el internet me puse en contacto con los padres trinitarios. El P. Edgar me atendió por correo electrónico y esperaba un encuentro que estaría lejano, pues el padre vivía en Costa Rica. ¡Que tranquilidad!, pensé, pues el padre que hablaría sobre este tema vivía a cientos de kilómetros y faltaba mucho tiempo para que viniera.

Días después, en una clase de la universidad, me sonó el celular en plena clase. Lo apagué y luego vi que había un número desconocido. Llamé para ver quién era. “Hola Edwin, soy el P. Edgar, estoy en El Salvador, si te parece nos encontramos hoy mismo para hablar, si te parece”. No podía creer lo que estaba escuchando, pues creía que ese encuentro sería más tarde en el tiempo. Por supuesto, me encontré con el P. Edgar en la universidad. El padre fue muy amable y me mostró vídeos de la congregación y hablamos por un largo rato. La conclusión de la charla fue totalmente opuesta a la de años atrás y la verdad me asustó la respuesta que me daba el P. Edgar, que sé que lo hizo con toda la buena intención del mundo, él me dijo: “está más que claro, hay una vocación a la que debes responder”, me quedé frío y no sabía qué responder. Al final, el P. Edgar me dio unas indicaciones y me dijo todo lo que debía de hacer para entrar con ellos. Obviamente me asusté, y no me puse más en contacto con el P. Edgar. Pero en mí había detonado un punto muy delicado que no había expuesto tan abiertamente a nadie. Para entonces era diciembre de 2006.

A finales de enero de 2007 volví a buscar ayuda pues en mi mente había un enorme revoltijo. Lo busqué también por internet y me encontré con un blog de preguntas que tenía el P. Ricardo Sada, LC. Él me respondió y me remitió a los padres legionarios que visitaban por aquel entonces El Salvador cada cierto tiempo. Fue allí donde conocí al P. Francisco Carvajal, LC, que me supo guiar de una manera tranquila, pero a la vez me iba dando cuenta que Dios obraba de una manera muy rápida.

Me invitó a las Megamisiones de ese año y luego a una convivencia vocacional en Monterrey. Busqué la ayuda necesaria para ir y poder despejar mi mente y darme un cara a cara con la realidad que llevaba en mi interior.

Fueron unas misiones maravillosas, llenas de experiencias en un poblado llamado “La tranca de fierro”  en el Estado de Puebla. Luego viví el triduo sacro en el noviciado de Monterrey, donde Dios me habló bastante claro. Escuché con temor, pero con mucha atención, la voluntad de Dios en mi vida y lo vi bastante claro. ¿Y ahora? No sabía qué hacer pues ahora la batalla pasaba del interior al exterior. El P. Carvajal me recomendó antes de regresar a El Salvador que si miraba muchos problemas que mejor me esperara y en su momento decidí esperar, pues no me sentía con fuerza suficiente para enfrentar más batallas.

Justo antes de tomar el avión de regreso un buen amigo guatemalteco, Jorge Mario, se encontraba muy emocionado con el candidatado de ese verano y me contaba todos sus planes para ir. Él me preguntó: ¿Y vos cómo lo estás planeando? Le respondí: “Yo tengo planeado no ir”.  “Allá vos”, respondió mi amigo chapín con una expresión muy propia de Guatemala.  “¿Y a qué se debe?”, me preguntó. Le conté que lo veía bastante difícil y que era mejor esperar, pues hacía falta muy poco tiempo. Él me dijo una frase que hasta hoy se la sigo agradeciendo: “¿Pero vos que vas a preparar? Es Dios quien lo tiene que preparar, vos solo déjate guiar por Él”. En el vuelo de regreso reflexioné lo que me dijo mi amigo chapín, e hice una oración, tal vez la más importante de toda mi vocación: “si Tú así lo quieres, Tú lo vas a hacer. Yo sé cómo le haré. De aquí en adelante serás Tú quien lleve las riendas de mi vocación y si Tú quieres que vaya al candidato así será”. Y Dios tomó la palabra, pues fui uno de los primeros en llegar al candidato de 2007.

Comenzaron las batallas externas. Al llegar al aeropuerto de El Salvador mi papá me sorprendió con una pregunta: “¿Y entonces que has decidido?” (Yo no había hablado con mis padres sobre una posible vocación sacerdotal) y le respondí con otra pregunta: “¿Decidido qué papá?” Me dijo mi papá: “¿Vas a entrar de sacerdote si o no?” Mi respuesta fue un simple “Sí” y no se volvió a tocar el tema por algunos días. Las semanas siguientes apoyado por el P. Carvajal fue de un diálogo bastante difícil entre mis padres y yo pero al final con todo el dolor del alma de mis padres me dieron su visto bueno para ir al candidatado, era mayo 2007. En este momento me di cuenta muy claramente que era la Virgen la que me había tomado de la mano y sentí su presencia muy particular en mi vocación desde entonces.

¡Increíble! Dios lo había hecho todo, fui testigo del obrar de Dios. Pero en mí entraron dudas. ¿Qué estoy haciendo? Pensaba sobre que estaba entrando en una congregación donde se hablaban muchas cosas negativas y apenas los conocía. Pensaba que iba lejos de mi casa, lejos de mi sueño ¿Estoy loco? Fue una lucha que duró hasta la primera semana del candidato. En el vuelo hacia la Ciudad de México iba con una crisis monumental, deseaba que el avión nunca despegara y pensaba en la primera oportunidad me regreso a mi casa.

Cuando llego a la ciudad de México, se les olvidó irme a recoger al aeropuerto, en ese preciso momento pensaba regresar en el próximo vuelo a El Salvador, pero Dios volvió a actuar y me puse en contacto con el P. Hernán Jiménez, LC que había conocido en las misiones de Semana Santa y en la convivencia en Monterrey, él me dio la dirección del centro estudiantil de donde salíamos al día siguiente hacia Monterrey en camioneta. Llegué en taxi al centro estudiantil. Solo puedo decir que fue Dios quien me empujó en ese momento para contactar al P. Hernán pues si no, no estaría ahora contando este relato.

El candidato fue un período que recuerdo muy encarecidamente. Después del candidato entré al noviciado con mucha solidez luego de las tormentas que me tocaron vivir previamente.

Una bomba explotó en mi segundo año de noviciado. La Legión de Cristo se enfrentaba a la peor crisis de su historia y fue debido al caso del fundador el P. Marcial Maciel. La verdad es que nunca tuve contacto con él. Solo recuerdo que en mi primer año se hablaba muy positivo de su figura. Luego de la crisis todo cambió. Sinceramente no fue un golpe duro para mí en materia vocacional pues ya había leído sobre aspectos negativos de él, leí el porqué de la sanción que la santa Sede le había impuesto y sobre algunos casos de pederastia que se le acusaba a principio de los años 50’s. Mi vocación nunca dependió de un fundador de carácter humano o de un hombre, por ello no me ví sacudido por esta situación; pero en la Legión y el Movimiento Regnum Christi fue como un terremoto devastador.

Procuré ayudar según la Iglesia y la Legión necesitaba y pedía, pero la verdad es que no podía hacer mucho, porque era un problema que cada quien debía de ver con Dios y buscar un verdadero discernimiento de la situación en la cual nos encontrábamos. La verdad es que a raíz de esta situación sentí a la Legión más cercana y más en mis manos, pues ahora me tocaba aportar en las nuevas constituciones y reconstruir con base en Dios la Legión. Ya no se basaba en el pensamiento de un fundador sino en lo que Cristo y la Iglesia iba pidiendo. Su caso está en manos de Dios, a mí no me toca juzgar, porque no tuve contacto con él, pues ya que ni siquiera había pertenecido al Movimiento Regnum Christi.

Uno de los momentos que mas me marcó dentro de mi formación fue mi período de prácticas apostólicas. La verdad es que cuando me asignaron el lugar y el puesto fue para mi una verdadera sorpresa. “Va de prácticas apostólicas a la prelatura a ayudar a monseñor Jorge Bernal”. Sinceramente en un principio no sabía bien de lo que iba a hacer y menos a dónde iba a ir, pues me dijeron que iba a Chetumal, Quintana Roo. Pensaba que estaba al lado de Cancún pero al ver el mapa del Estado de Quintana Roo ví que estaba a 350 kilómetros de distancia y que lo que tenía al lado era Belice.

Hice mis prácticas al lado de un hombre muy sencillo y austero. Monseñor Jorge tiene mucha sabiduría y mucha santidad. Aprendí mucho de él. Me impresionó ver el cariño y el respeto que le tienen en la Prelatura. Y eso se lo ha ganado por su forma de ser y por ser un pastor cercano a la gente. Pienso que monseñor Bernal se le adelantó al Papa Francisco. De hecho un niño en la prelatura pensaba que el Papa Francisco era monseñor Jorge Bernal por la manera de comportarse del Papa. Las personas en Chetumal me acogieron  muy bien, me hicieron sentir como un chetumaleño más. Trabajé con mucho entusiasmo y entrega en la Catedral del Sagrado Corazón de Jesús, allí hacía de todo (secretario de monseñor Jorge, administrador, catequista, responsable de monaguillos, de liturgia, de los jóvenes, círculo bíblico, representar en las juntas parroquiales al párroco, en fin de todo un poco y en mis tiempos libres era sacristán y cocinero. Hasta buen vendedor de empanadas y cochinita salí). Solo espero haberlo hecho bien. Aprendí mucho a ser sacerdote estando en Chetumal y hoy agradezco a la Legión por la oportunidad que me dio de haber hecho una experiencia muy sacerdotal en Chetumal. Hice dos años allí y en cada oportunidad he estado con ellos, pues me es muy agradable aprender de monseñor Jorge Bernal y de las cariñosas personas de Chetumal.

Bueno hoy me encuentro ante un camino recorrido al cual le doy gracias a Dios pues ha sido Él quien me ha guiado por medio de una estrella que siempre ha brillado en mi camino, la Virgen Maria. Y esto aún empieza, pero una cosa me queda claro al ver el recorrido de mi vocación: Dios ha estado a mi lado y siempre está a nuestro lado a pesar de las dificultades, y Dios siempre nos envía samaritanos en el camino que nos ayudan a seguir adelante. No hay que cerrarse en los propios proyectos, hay que dejar que Dios entre y dejarle que haga los cambios que Él quiera. Él no se deja ganar en generosidad. No hay que ser tacaños y debemos de darle el timón a Cristo. Él nos lleva a puerto seguro y no permite que nos hundamos con nuestra barca que a fin de cuentas es la barca de Cristo.

El P. Edwin Pereira, L.C. nació en San Salvador, El Salvador, el 23 de septiembre de 1985. En 2007 ingresó al noviciado de Monterrey donde emitió su primera profesión religiosa. Cursó un año de estudios humanísticos en Monterrey, Mexico. Estudió el bachillerato en filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. Trabajó dos años como secretario de monsenor Jorge Bernal Vargas, LC y administrador de la Catedral del Sagrado Corazon de Jesus en Chetumal, México. Regresò a Roma en el 2014 para estudiar tres anios de bachillerato en Teologia. El 13 de julio de 2015 emitió la profesión perpetua en la Catedral de Chetumal.

Michael Baggot, LC

“These things I have spoken to you, that my joy may be in you, and that your joy may be full.” (John 15:11): the Lord called a young agnostic to be his priest

The priesthood remained in the collegiate years that followed a possibility, but not an obsession. It was foolish to treat the Lord as a rival to my joy and fulfillment, since He had already shamed my pride in leading me to embrace the faith I had so often mocked. I was a slow and stubborn student of the divine pedagogy as I continued to learn many lessons.

The whispers of a priestly vocation interrupted the usual peace of my thanksgiving after Mass. Only months before beginning college, I was baptized, confirmed, and received first Holy Communion at the Easter Vigil. As a freshman, I sensed in the chapel an invitation to bring Christ’s Eucharistic presence to others and to draw wandering souls to the solace of confession. My neophyte theology was sufficient to connect these two sacramental attractions to the priesthood, but these longing abruptly turned to revulsion as reflected on the privations of the priestly life. Had not the Lord already asked enough of me? At times the demands of Gospel living weighted heavy upon a conscience formed in comfortable secularism accustomed to dictate its own law. God’s objective law clashed was already clashing my human securities. I had set aside the cheap thrills of my pampered peers, but thought it audacious to renounce as well the legitimate consolations of the married state. I would please the Lord best raising a hoard of children as a faithful father. Other men could be priests; the Lord was asking too much.

My interior misgiving never, however, separated me from the Mass. I continued to attend and to remain in thanksgiving for so great a gift. I rarely experienced sensible consolation in my Eucharistic thanksgiving, but thought it unfitting to run back to daily life after the King of the Universe deigned to nourish me.  Over time my resistance subsided. I knew that I did not need to decide my future immediately and still had more than enough work ahead in learning what it meant to pray and live as a Catholic. The priesthood remained in the collegiate years that followed a possibility, but not an obsession. It was foolish to treat the Lord as a rival to my joy and fulfillment, since He had already shamed my pride in leading me to embrace the faith I had so often mocked. I was a slow and stubborn student of the divine pedagogy as I continued to learn many lessons.

Christendom College provided me with a full immersion in Catholic culture. Literature, History, Science, Philosophy, Theology, were woven together into an integral worldview in which the story of the world began to make sense. There was more now to my life than the weekend; more on the horizon that a rich retirement. My university studies thus offered the leisure to penetrate the original works of the best thinkers of the Western Canon as I constructed a comprehensive catholic vision. Years earlier, figures like Augustine and Aquinas had taught me that it was possible to be an intellectually serious believer. Now their thought could more fully shape my own as years of accumulated secular prejudices and biases melted before the scorching ray of truth.

My formation was not, however, restricted to the wisdom of the classroom or the library. Whether realizing the work of others or enacting my own compositions, I thrilled in entertaining and occasionally inspiring others through stage performances. The practices involved also honed bonds of comradery between my performing peers.  I thus found a modest outlet for my dramatic talent that taught me communication skills indispensable for a life eventually dedicated to preaching. In addition to developing in the artistry of drama, I learned the new art of dance. While I was initially reluctant to waste my time of such frivolities, I soon came to appreciate it charm. The dances were both surprisingly fun and surprisingly formative. As a boy, I had been warped in a hyper-sensual culture that presented girls as objects of selfish delight. The ballroom was a place where gentleman respected the dignity of their complementary companions. The rules of the dance allowed for intimacy without invasion and fostered a beauty without banality.

Off campus, I often visited the DC Planned Parenthood center where I would pray and offer counsel to families entering for abortion. Snarky orange-vested Planned Parenthood volunteers would attempt to distract would-be victims lest they stop to speak of an alternative to killing their innocent children. Their stubborn tenacity in devoting their Saturday mornings to such infernal occupations inspired my own resolve to rise early each weekend to attend 7 am Mass before driving to the nation’s capital to pray and work for life under sun, rain, or even snow. The jarring contrast between good and evil made more evident the reality of spiritual warfare. Our enemies were not of flesh and blood. The doctors who were betraying their healing art to kill and the volunteers convinced they were serving the women they were damaging were in desperate need of God’s saving grace. Before such spiritual maladies, I appreciated more acutely the priest’s unique role as doctor of souls and considered again my own possible calling.

At the heart of Christendom’s role in forming my Catholic ethos was its function as a school of prayer. Early in my studies, I implemented the sage advice of committing the first half hour of my day to mental prayer in the chapel each morning, no matter how late the events the previous evening continued. I also joined fellow students who would gather daily in the chapel to bookend the day with communal Lauds and Vespers. Classes would cease at midday so that student and professor alike could share the pews and fill Christ the King Chapel with the Lord’s praises during the Holy Mass.

The drama of sanctity could be lived in the isolated fields of Front Royal, tucked within the Shenandoah Valley. No barbarians stormed the hills to slaughter us in hatred of the faith, but each day offered its small deaths to sin and selfishness. Living in community was an enriching change from my youth as an only child. I spent my senior year as the Head Resident Assistant, a position that enabled me to see the best and the worse of my peers. It was an invaluable opportunity to set aside my personal preferences to serve those around me. Though the work left me often tired, I thanked God for the chance to meet, accompany, and support a wide range of students, many of whom I never would have known as well without the leadership role entrusted me. The responsibility for the good of my students also spurred me to a fuller dependence upon God’s grace. I would therefore offer fasts most Fridays of the year for the spiritual benefits for the needs of those around me.

During senior year, I also made my first visit to the Legionaries of Christ seminary in Cheshire, Connecticut. My first contact with the congregation came via a link on a page of recommended religious orders on the Ratzinger Fan Club website. The young, expanding, dynamic order with presence around the world and Papal encouragement piqued my interest. I discussed a trip to one of the many Test Your Call retreats with a friend, but our plans never materialized. However, during the Christmas break of 2006, I finally met the Legionaries in person for the first time. The energy, enthusiasm, dedication, and charity of the men immediately impressed me. The young men gathered from around the world were eminently talented and could have pursued successfully fields that would have permitted them a family and a room more luxurious than a cubicle. They spoke of transforming the world for Christ and were willing to cooperate with grace in the hard work of interior transformation without which all other apostolic aspirations remain vain dreams. Whether praying in the chapel, sweeping the halls, playing basketball, scrubbing toilets, or studying Latin, they combined a virile strength and kind charity in all of their activities. My initial week with the group left me much to consider, but I was not yet ready to commit.

During my years of college, the married state remained a live option. One young lady in particular made such noble vocation more attractive. Her laughter brought me more joy than my own. I could think of no one who would make a better wife and mother and yet I could not quite give my heart to her fully. I cannot explain why and would have been dismissed as a fool had I ever dared voice my inarticulate conviction that the Lord was calling me to serve him in a particular way. Through a singular grace of the Lord, I have never regretted explaining to her my decision to join the seminary under stars outside the hall of our final dance.

I began my formation with the Legionaries in Cheshire in the summer of 2008. Candidacy was a delightful blend of prayer, sports, study, and fellowship for two months. Together, we discerned the Lord’s call, grew in Christian virtue, and transitioned from the habits of our previous lives to those of the religious state. By the end of the program, I was eager to begin the rigors of novitiate life, confident that the Lord would continue to transform me. Indeed, novitiate stretched each of us, both physically and spiritually. We moved briskly from Adoration, to physical training, to Gospel studies, to kitchen work as we strove to serve the Lord and our brothers with utmost generosity. I had never prayed so much nor showered so often in my life. Just as I settled in to the novitiate’s intense rhythm, rumors circulated in early December that our oversized novitiate class would be sending some of its own to other Legionary novitiates around the world. I wondered whose life might be changed, but thought little more of the rumors. On the eve of the Solemnity of the Immaculate Conception, our novice instructor publically asked me “Sprechen Sie Deutsch?” He had a renowned sense of humor, so assumed he was kidding. However, as he continued to announce the destinations of other brothers, I realized he was serious. After a brief trip back to Virginia to see my parents, I found myself in the German novitiate in time to celebrate Christmas oversees.

For someone accustomed to academic success, not knowing how to ask for salt—let alone articulate deeper insights—was humiliating. My new companions showed me exquisite patience and charity, but could not relieve fully my frustration. As I peeled potatoes with a stranger with whom I could not communicate, I wondered what I had done with my life. Nonetheless, the dream of someday brining Christ Eucharistic presence and the mercy of Reconciliation sustained me in the darker moments.

Only months after settling in to my new home abroad, news broke of Marcial Maciel’s despicable sins. I was difficult to fathom how a man held up as a model of sanctity and apostolic labor could have been guilty of such abominations. I prayed for the victims of his crimes and wondered what consequences these truths would have for the congregation. In the midst of the confusion, I could but entrusted myself anew to the Lord. I knew that the charism of a religious order belonged to its founder. St. Francis would have been the first to attribute the origin of his order to Lord rather than to his own human ingenuity. I waited patiently for the Church’s guidance and clung firming to the rock of Peter in the person of Pope Benedict XVI. In my apostolic internship after my first profession, I learned to confront with a spirit of reparation the sufferings Maciel’s betrayal caused those who had trusted him. At the same time, I saw while working in Chicago with the Lumen Institute the manner in which Legionaries were continuing to serve through the sacraments, spiritual direction, schools, and camps.

In the summer after my first year of internship, I enjoyed my first experience of Mexico as an Assistant in the Curso de Hispanidad for diocesan seminarians and priests interested in learning the Spanish language and Hispanic culture. At the end of my enriching stay, I received word that I would spend my next year of apostolic work teaching at Pinecrest Academy in Atlanta, Georgia. I thus returned to Chicago to pack my bags and share a goodbye dinner with my community before returning to the airport for a red-eye flight in time for orientation at Pinecrest. While I would have preferred teaching university students, I treasured the challenges of teaching over a hundred middle and high school boys. Unlike adults, boys are incapable of polite boredom during a dull class. Their instant feedback allowed me to develop courses that channeled their energy and engaged their interest. It was a true school of pedagogy in which I was constantly planning and adapting how best to transmit the faith in a manner that would make a lasting impact.

After a rewarding year at the school, I came to Rome to begin a licentiate degree in Philosophy. After years away from sustained formal studies, I welcomed the chance to examine more attentively the chief questions that shape lives and cultures. The formation received would later enable me to begin teaching at our university Regina Apostolorum during my subsequent theological studies.

My years of theology brought a more profound contact with sacred scripture and the great theologians of Church history. Outside the classroom, I continued work begun in 2011 with the UNESCO Chair of Bioethics and Human Rights. As a tour guide of the eternal city, I was able to relive the thrill of first seeing Rome with those who were visiting from afar. In particular, I worked as one of the Vatican Museums official guides for the Art & Faith tour that synthesizes art, history, and spirituality. I also helped to cofound the UpperRoom Holy Hour and Social for university students from around the world studying abroad in Rome. I also worked as a mentor for the Sinderesi program that forms university students in the current issues in light of perennial philosophy and the social doctrine of the Church. My summer experience before my final year of theological studies was spent in the Manhattan offices of the journal of religion and public life First Things, where I wrote weekly articles, proof read articles, fact checked pieces, participated in events, and enjoyed the friendship of the hard-working staff.

My final year of theology studies culminated with my diaconate ordination in St. Peter’s Basilica on May 13 at the hands of Cardinal Angelo Comastri. Prostrated on the ground in the heart of the Church, I sensed my own weakness and utter dependence upon God’s grace. The prayers of the earthly congregation joined those of the heavenly host in the litany of the saints to strengthen us to rise from our weakness for the laying on of hands. As we transitioned to the consecratory prayer of the Cardinal, I listened to the words I had been meditating upon in the previous days. I imagined the words essential for the validly of the ordination in the bold text of the ordination booklet as they were being pronounced in my presence. I glanced up at Bernini’s Holy Spirit window and then back down at the successor of the apostle through whom the Spirit had just worked to make me His deacon. The nerves present at the beginning of the ceremony subsided as the joy of the moment filled me. Moments later, my rector clothed me in the stole and dalmatic for the first time so that I could take my place among the clergy in the celebration of the Liturgy of the Eucharist.

Deacon Michael Baggot, LC was received into the Catholic Church on the Easter Vigil of 2003, after a high school conversation from agnosticism. He then graduated summa cum laude from Christendom College with a B.A. in Philosophy, before working in Rome as a Resident Director for the school’s study abroad program. In 2013, he received a licentiate of philosophy summa cum laude from the Pontifical Athenaeum Regina Apostolorum in Rome. Prior to entering the seminary, Baggot reported on prominent bioethical issues as a writer for the Toronto-based LifeSiteNews organization. He joined the Legionaries of Christ in 2008 in Cheshire, Connecticut and then spent his initial period of seminary formation near Cologne, Germany. He later worked as an assistant for the Curso de Hispanidad in Mexico City and as a teacher at Pinecrest Academy in Atlanta, Georgia, before returning to Rome for further studies. He has worked as the Correspondent of the UNESCO Chair in Bioethics and Human Rights since 2011, during which time he has penned articles for the organization’s website and for the scholarly journal Studia Bioethica. In 2015, he began contributing to the journal of religion and public life First Things. He he has taught in the Faculty of Philosophy at the Pontifical University Regina Apostolorum. In addition to prayer and study, he enjoys singing in the choir, playing basketball, and giving tours of the Eternal City.

Nicolás Núñez Moreno, L.C.

Serendipity

«Lo esencial es invisible para los ojos, sólo se puede ver bien con el corazón»

 

Yo no tenía que haber nacido… mis padres llevaban 15 lentos años sin poder tener hijos y el tiempo se le iba a mi madre, hasta que, por la intercesión de San Nicolás de Bari, por fin llegó mi hermana mayor. Nació guapísima, pero la alegría llevaba una espinita: a mi madre le descubrieron un tumor en el útero y le tuvieron que extirpar media matriz. Todo hacía francamente difícil otra concepción, sin embargo, Dios quiso sorprender tres años después con un embarazo gemelar algo especial. Digo «especial» porque mi hermano y yo somos «gemelos idénticos», lo cual significa que uno de los dos no estaba previsto en los planes humanos. De uno solo hemos nacido dos, literalmente. Suena bien, pero mi madre tenía 45 años, media matriz y un embarazo gemelar suponía un riesgo fuerte para los tres, de hecho, nacimos prematuros con 26 semanas (seis meses y medio). Lo lógico era no nacer, mis padres pedían un hijo sano como máximo, y nacimos dos…

«Serendipia» es un suceso especial, algo que sólo sucede a la gente que arriesga, que lucha por alcanzar algo, que se pone en camino y, por estar en camino, descubre algo mayor de aquello que buscaba.

A los 12 años dejé mi casa. Mi hermano gemelo quería ir al seminario y yo le acompañé pensando que sólo sería un verano… yo no quería ser sacerdote. Tenía los mismos sueños que cualquier chico de mi edad: buscaba sólo divertirme, tener nuevas experiencias; pero descubrí algo mayor.

Han pasado muchos años desde el momento que acepté la posibilidad del llamado de Dios en mi vida. Yo era entonces un adolescente y aquel «sí» ha tenido que madurar, crecer conmigo. Siempre ha sido sumamente fuerte la motivación de dar la vida por quienes quiero. Pensando en mis amigos, familiares y sobre todo en la niña que me gustaba, veía que tenía la opción de pasar una vida a su lado, luchar por hacerla feliz unos 10, 30, máximo 80 años; o luchar por ganarle la eternidad y tenerle para siempre. Se trataba de cambiar unos años juntos por la eternidad junto a todos aquellos a quienes quiero. Suena bonito y parece generoso, sin embargo, un día caminando por las calles de Roma, yendo de Piazza Navona a Sant’Andrea della Valle, íbamos hablando un poco de esto y una amiga me preguntó si yo creía que Dios me pedía comprarle la felicidad de las personas que quería a cambio de la mía… La pregunta fue una especie de bomba atómica espiritual por todas sus consecuencias para mi vida. Dios me hacía ver que no me quería como “carnada” para la felicidad de otros, sino que buscaba mi felicidad.

No estaba acostumbrado a poner mi felicidad en primer lugar y revivieron en mí grandes sueños: formar una familia, realizarme, ir cumpliendo metas… quedando en entredicho que mi lugar fuese el sacerdocio. Fue un tiempo lento, de mucha confusión, donde no dejaba de pedir a Dios: «indícame el camino», «muéstrame tu rostro», «tengo sed de ti». El tiempo pasaba y Dios parecía no responder, sólo se repetía en mi interior un estribillo: «a donde tú vayas, yo iré contigo». Me hacía sentir infinitamente libre, respetado, querido; parecía no importarle a Dios si dejaba la vida religiosa, el sacerdocio, etc. Él estaría siempre conmigo. Sin darme cuenta, me estaba pasando lo que en la novela Bianca come il latte, rossa come il sangue de Alessandro D’Avenia: soñaba con alguien que se iba, cuando tenía la respuesta a mi lado. Había una persona que sutilmente había estado ahí esperando sin imponerse, dispuesta a morir por mí felicidad de modo incondicional.

En ese periodo diversas cosas me habían llevado a meditar continuamente las palabras de Cristo «nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por los amigos» (Jn. 15, 13), hasta experimentar que la felicidad profunda sólo puede venir de sentirse amados así, o sea: incondicionalmente. Fui comprendiendo que esa era justo mi historia. Repasaba mi vida y veía que mi historia no eran sólo unos años, unos sucesos o unos lugares, sino todo esto cargado de significado por el tiempo pasado junto a un amigo. Cualquier cosa cobraba valor asociada a un sencillo momento a su lado. Era como cuando vuelves después de mucho tiempo a visitar un lugar en el que has vivido y recuerdas: Aquí estuve con tal, ahí pasó aquello, este era mi lugar preferido, etc. En pocas palabras fui percibiendo que lo maravilloso de mi historia era la presencia de Dios en mi vida. Él era el pozo que buscaba en el desierto, como aquel del pasaje de El Principito: «Aquella agua era algo más que un alimento. Había nacido del caminar bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos». Su compañía no era un ingrediente para mi felicidad, sino toda mi felicidad. Tal vez me había acostumbrado, pero sólo Dios explicaba mi vida y sólo por él tenía sentido. Me había «domesticado». Podría haber infinidad de «rosas», pero lo que hacía más importante a mi «rosa» era el tiempo que yo había perdido con ella, mejor dicho, el tiempo que Él había perdido conmigo. Mi vida es feliz gracias a ese amor que está dispuesto a morir por el sueño de quien ama. Si dejase de haber en el mundo personas dispuestas a dar la vida por los amigos, mi historia y la del mundo se volverían una farsa y un triste sinsentido. Mi llamada ha sido así de sencilla, sin efectos especiales, simplemente ponerse en camino y descubrir que Jesús, desde la cruz, me ofrecía la oportunidad, si yo aceptaba, de perpetuar este amor con el sacerdocio, de revivir cada día el memorial del amor que alimenta mi vida y la del mundo; y estar ahí para cuando haya que decir en su nombre «yo te perdono» pues este amor no te dejará de amar jamás.

Impone mucho lo que significa ser sacerdote para vosotros, por eso hago mío lo que San Agustín decía a sus fieles: «Si me asusta lo que soy para vosotros, también me consuela lo que soy con vosotros». Un millón de gracias a mis padres, familiares, amigos, formadores, compañeros, alumnos y personas que hacen tan especial mi vida.

El P. Nicolás Núñez Moreno, L.C., Nació en Guadalajara en 1986, creció en Morelia de donde entró al seminario menor en 1998. En 1999 fue enviado a la fundación del seminario menor de Guadalajara. Ingresó al noviciado en Monterrey en 2002. Cursó los estudios de humanidades en Salamanca, España, de 2004 a 2006, año en que fue trasladado a Roma para estudiar y colaborar en la sede de la Dirección General de la congregación. Trabajó por tres años como formador en el centro vocacional de Monterrey donde emitió su profesión perpetua en 2010. A su regreso a Roma en 2011 cursó la licenciatura en filosofía, el master en ciencia y fe y el bachillerato en teología. Desde agosto de 2016 desempeña su labor en el bachillerato Everest de Madrid y con los jóvenes del Regnum Christi en la zona de Monteclaro.

Adam Zettel, L.C.

Drawn by a greater love

It was the blood from his wounded heart that touched me the most, because I knew he wanted my heart to be wounded like his, bleeding like his, and I knew that if I united my heart to his he could say “now I have a friend to suffer with me.”

 

I grew up on a little dairy farm outside of a town of about 200 inhabitants in Bruce County, Canada: a life full of daily contact with nature, the beauty of creation, the mystery of life, real hard work, simple, healthy pleasures. My dad was a man of faith whose life was marked profoundly by the Gospel, who for as long as I can remember was a leader in our parish – directing music and prayer in our much renewed community – and most certainly the spiritual head of our family. My mother too was always very practicing and believing, and has always supported my vocation to suffer in union with Christ, by uniting herself to Mary at the foot of the cross.

Life in the parish led me to take part in adoration, prayer groups, monthly healing masses, and for my family constant involvement music. My oldest brother had a conversion on a mission trip and started a youth group in the parish, which became for me the place where I would spend my high school years, grow in my relationship with God, and begin to discover his plan for my life.

How did it come to be, Lord, that I began to experience you in such a real way, at such a young age? You gave me everything, you made me sensible to you, you protected me, you guided my decisions. From the very start you gave me a longing for what was real and lasting. I don’t know why you have been so good with me, but I thank you; your work deserves all the praise I can give.

Yes, it seems looking back that God broke into my life in so many powerful ways that he took me up and carried me away in his storm, showed me how wonderful and beautiful he is and made me fall in love with him. Because of all the positive influences, I began to attend every kind of faith-related event, practically to live at our parish, to visit Christ in the Eucharist, to read the Gospels, and to seek to share Christ with others. I listened to so much preaching on conversion, on Christian life, on the love of God… I listened to talks about prayer, about giving your life over to God… I read about Christ in his own word, I began to be immersed in the writings of St Paul. In music and through many songs directed to God I found my heart being formed to be totally centered on the One who would become the only thing that mattered in my life. I became convinced that a love I could never fully grasp had erupted into my life. I was touched above all by his passion, in which his blood shed for me was the witness to the infinite mercy which had united me once again to him.

The external things that happened, which eventually led me to decide to become a Legionary priest, were much less an influence than what I have just described. That was the real source of the vocation: God’s original work in me, the gentle transformation of my whole interior world and my way of seeing everything. It was the motor that pushed me toward him; the following events were like the tracks that guided me in the right direction.

When I received the sacrament of confirmation, I really desired the Holy Spirit to fill my soul. I was given a journal that day as a gift, some days later was the first time it struck me that maybe I could be called to be a priest and wrote about it on one of the first pages. The same summer I had my first real contact with a new group of priests we had just come to know, at a Camp Caribou run by the Legionaries of Christ in Cornwall. Two Brothers had come to my house, randomly, despite it’s being an 8-hour drive from the Novitiate. They impressed us, made us curious, and struck us as being men who had a true and deep relationship with Christ and a sincere desire to change the world for Him. During the camp, one of the brothers invited me to visit the Apostolic School in New Hampshire, a project which I only realized some years later.

So one summer I visited the Apostolic School and had a first experience which made me fall in love with the idea of being part of this army of God. Somehow as the notion of the vocation grew in me, I became aware of a desire I had to sacrifice my own life for others, to be the one who would make the sacrifice necessary in order for souls to be saved. Without knowing how to express it, Christ was preparing my heart to be united to his and become a victim with him – to let my heart be opened and united to his open heart, so that in him I too could pour out his mercy in the world.

Although that summer I decided to come home for another year, I had the strongest hopes of returning to the summer program again. I continued to be constantly immersed in the things of God and to be open to God calling me, but in the months that followed I also started dating. As much as I loved God and wanted to do good for him, my heart was not totally free as it had been; I was very torn inside and drawn to the beauty of human love, to the point of looking everywhere for signs that I might not be called to the priesthood. I stubbornly decided to come home at the end of the summer. That year the Brothers continued calling to invite me to activities, that I never went to, until eventually I told them I wasn’t really interested. It seemed clear to everyone that I had long since forgotten about the priesthood.

But I hadn’t completely forgotten. There were many moments when the call would break through my barriers and the echo of that desire I once felt would resonate in my heart. One night at the beach I was looking at the reflection of the moon on the water, like a path to heaven, and began to wonder what my path was. Another night I awoke with the words of the song Here I am Lord in my thoughts, “… I have heard you calling in the night”. There was an anguish I felt in these moments which I resisted by could not shake off.  In my last year of high school, I was at the point of making a decision about my future, which is stressful for everyone except the few people who at that point are absolutely sure of what they want to do with their lives. I was not.

Before starting university, I went with our band to play at a youth event in Cornwall, Ontario. After the final Mass they had the tradition of inviting all of those who felt called to the priesthood to the front of the giant circus tent, to pray for them. I was on the stage, behind the drums, while a few meters to my left were the acolytes from the Novitiate of the Legionaries of Christ – and my girlfriend was out in the crowd. At the moment of the “vocations prayer” I felt the strongest pull inside of me, like as if I had been caught by a fishing hook and someone was pulling hard on the line. My thoughts were like a hurricane “It must be me – I must be called to this” but at the same time it seemed there was no way I could stop a relationship that meant so much to me. I had a beautiful project that implied a future in which I had already placed all my hopes – but a much stronger love was pulling, pulling very hard, and only in these moments did it come to the surface and begin to draw me away towards a much more amazing plan.

On that occasion I managed to calm myself down, and resolved to forget about it again. About a month later, I had just started my first semester in university and had come home to spend the weekend at home. The first Friday of September there was a healing Mass, to which I arrived late, while my girlfriend was in the choir. The priest had a gift for announcing which healings were taking place during the Mass, and so, after communion, he sat down with the microphone and began to speak of different types of healings. Then his speech took an unexpected turn: “I believe the Holy Spirit is telling me that there is someone here tonight, whom God is calling to become a priest…” – of course in this moment my heart began to race, I began to feel afraid, and at once to feel desire, and to feel pulled again like I had before – the sensation that it was inescapable, that it was certain, but with so much resistance and struggle – “…and he wants to tell you that…” I’m sure he said these words very slowly, pausing, reflecting to say the right thing “…if you say yes, you will be happy for the rest of your life.”

It’s amazing how much patience you had, Lord, and how insistent you were! It’s amazing that you wanted me so much for yourself that you almost invaded my own freedom and made it so clear what you wanted! How many young people would love to have it that clear, and yet, you choose how to call each one in the way you prefer.

I was in a state of distress, a state of struggle, a constant movement of rejection and resistance going on inside me. The rest of the Mass and the adoration that followed seemed eternal. In that hour or so I made a different resolution than I had before, this time, I resolved to think about it, to consider what was going on, but certainly not to say anything to my girlfriend. Mass ended. We had a tradition of going out to eat with friends after Mass. But on our way out of the Church, she stopped me. “Adam,” she said in a serious tone “do you think he was talking about you?” I think my heart nearly stopped, but somehow, as if something inside me gave me strength in spite of myself, I managed to say “Yes.”

In those months, God taught me to love him in a way I had heard of but never experienced, and to love even the cross with great joy. In December I heard a Legionary preach about changing society for Christ, and decided the same weekend to apply for the Candidacy, which I entered the following June, 2004. In the Legion, the movement God began in me went deeper than I ever would have imagined, continuing to transform me, in spite of my own weakness. He has shown me that my generous disposition at the beginning was there so that I could let him work through me as a priest. It was the blood from his wounded heart that touched me the most, because I knew he wanted my heart to be wounded like his, bleeding like his, and I knew that if I united my heart to his he could say “now I have a friend to suffer with me.” What joy and gratitude we would have towards each other if we shared this suffering for the whole world! I knew that all throughout my life I had been chosen to give myself to all men in this way, and that he kept offering, not forcing me, saying “if you want to, choose to have your heart pierced with mine” and how many times, by his grace, I said “yes, I choose it”.

 Fr. Adam Zettel, L.C., was born in Walkerton, Ontario, Canada, on August 8th 1984. He is fourth in a family of 6 children. He entered the Legion of Christ after studying one year of Liberal Arts, and did his Novitiate and Humanistic studies in Cheshire, Connecticut. After completing a Bachelor’s in Philosophy in Rome, he was asked to help with the formation of Legionary novices, first for one year in Cheshire, then at the Novitiate in Cornwall, Canada. There he professed his perpetual vows on the 18th of August 2012. He did youth work for one year in Michigan before returning to Rome to complete his studies, where he is currently obtaining a license degree in Theology.

Ignacio León, L.C.

Mujer, cuando me miras así…

Cuando tus ojos me miran, cuando tu mirada se detiene en mí, sé que mi vida cambia, sé que soy otro, sé que me llevas a la Plenitud del Amor. ¡Mujer, no dejes de mirarme así!

Dios sabe bien el motivo por el que te está permitiendo leer estas líneas y confío que su gracia alcance a tocar tu alma. Si es así… ¡Bendigo a Dios!

Tengo emoción de iniciar a contarte mi historia vocacional. Hay muchas maneras en las que te lo podría platicar, pero creo que el modo que más me gusta es contándote aquellos momentos más especiales en los que Ella, esa gran Mujer, me ha amado con su mirada. ¡Momentos que ahora guardo y medito en mi corazón! Espero que al contártelos los disfrutes como yo disfruto el recordarlos y compartírtelos.

  1. Me miró y la miré por primera vez

Semana Santa de 1999. Aquí inició todo. “¡Vacaciones! ¡Despapaye! ¡Vámonos de fiesta!”, “Perfecto momento para iniciar una buena experiencia de destrampe”.  “Con tal de no ir con mis papás a donde siempre vamos… ¡Cualquier plan es bueno para divertirme!, el primer plan que se arme… ¡allá voy!”. Este era mi propósito… cambiar de esquemas, separarme de mis papás y simplemente divertirme…pero no era el proyecto que Ella tenía. Preparaba otra maniobra inesperada.

La primera propuesta de plan que recibí no era la que yo esperaba: “¡Vente de misiones! ¿Te animas?”

Titubeé… no quise aceptar inicialmente. Pero después de tres semanas de larga espera y sin recibir más propuestas… no tuve más opción que acceder: “¡Vámonos de misiones! ¡Total!… No hay nada mejor que hacer y me alejo de mis papás… igual y ahí se pone buena la cosa…!”.

La verdad es que la pasé increíblemente bien. Ninguna Mega Misión como la primera. Quien haya ido de misiones sabe el contenido que cargan estas palabras: plenitud, entrega, alegría, cansancio, felicidad, lucha… ¡Toda una bella experiencia que cambia la vida!

Así pasaron los primeros días de misiones. Nada de diversión destrampada que yo me esperaba… al contrario… ¡Chamba intensa, sol pesado y quemador, sed insaciable pero sin duda alguna… mucha alegría y plenitud! Había puro chavo, ningún curilla alrededor. Todo pintaba como una muy grata experiencia. Y llegó el Jueves Santo… Día de adoración nocturna. ¡La primera en mi vida! Jamás había estado frente a Jesús Eucaristía. Emoción e incógnita. “¡¿Qué voy a hacer frente al Señor tanto tiempo?!”

Inició el sorteo de horarios para adorar al Señor durante toda la noche… ¡me toca de 2 a 3 de la madrugada! ¿Novatada? No lo sé. Pero ese fue el horario que me tocó y que no olvidaré. Junto con el sorteo venían los aplausos y la típica arenga sincerota que, entre puro chavo, no puede faltar. Se levanta un amigo y nos dice sin pelos en la lengua: “Tendremos un ratito ante el Señor. Es el momento de hacerle la pregunta a Jesús sobre qué es lo que quiere de nosotros. Y si Jesús le responde a alguno que le quiere como sacerdote… y le respondes que no… ¡Eres un maricón!”. ¡Risotadas y aplausos, por supuesto! Dijo lo que tenía que decir e hizo lo que nadie se atrevía a hacer. Bruto como él sólo… pero con la suficiente agalla y verdad de un chavo que comprende bien las cosas. Así que ahí vamos, uno por uno, pasando su hora ante Jesús.

Ahí estoy yo. A media madrugada empezando mi primera oración a Jesús Eucaristía. Mi plan perfecto para pasar la hora entera: “Rezo mi rosario… es la oración más larga y eterna que me acuerdo. Así mato la hora entera”. Termino… para mi sorpresa ¡quedan todavía 40 minutos! ¡Nooooo, qué más puedo hacer! Pues a platicar con Él, esa es la opción… ¿y de qué le platico?… de pronto… viene a mi mente aquella arenga sincerota de mi amigo… y con ella vinieron a mi mente la enorme cantidad de gente que fui ayudando los días anteriores… la niña que quería hacer su primera comunión y no podía por falta de sacerdotes… el señor que estaba inmovilizado por más de 7 meses, sin poder confesarse porque no había un sacerdote cercano… ¡No hay suficientes sacerdotes y yo puedo ser uno para ayudar a esta gente! “Pero Señor, ¿tú que quieres de mí?” Ahí está… ¡Yo puedo ser uno! ¡Ahí está la respuesta del Señor! “¡Tú puedes ser mi sacerdote!”.

Respuesta clara y evidente: ¡Yo puedo ser sacerdote! ¡Hacen falta sacerdotes! Pero no había emoción en mi interior. ¡Todo lo contrario! Más bien, atascada estaba mi alma de angustia interior ante tal invitación y ante tal evidencia. Nada hay que me impida serlo, pero… ¡yo no quiero! ¿Por qué yo? ¿Acaso no hay 13 chavos dormidotes y mejor preparados que yo? ¡Por qué yo! … pero… ¡ahhh sí, pero ahí estoy de machín preguntándole al Señor: “¿Qué quieres de mí?!”. Vaya sorpesa me llevé.

¡Quedan aún 30 minutos de esta eterna hora! Angustia total. “¡Con qué me distraigo! ¡Lo que sea con tal de olvidar toda esta idea que se me metió en la cabeza!”. Tomé decididamente el Apocalipsis esperando encontrar el fin del mundo y distraerme… pero…

¡Claro que no encontré nada del fin del mundo! ¡María apareció por primera vez en mi vida! ¡Me miró y no me di cuenta que así lo hacía! Sin saberlo, en medio de mi enorme inquietud, abrí el pasaje de la Mujer que enfrenta al dragón de 7 cabezas (Ap 12, 1-18). No entendí nada, en medio de mi angustia, cerré el libro y continué rezando. Pidiéndole a Dios que se hiciera su voluntad… y medio iba aceptando que podía ser sacerdote…pero no me encantaba la idea.

Su mirada fue certera. Mirada de madre amorosa, cuidando a su hijito de corazón perturbado. Madre y Mujer, que sin decir nada a su niño, estaba presente. Ahí estaba Ella, luchando contra ese dragón que me inquietaba. Nunca supe de su mirada, sino hasta que aprendí el verdadero mensaje del Apocalipsis: la esperanza cristiana en medio de la lucha en este mundo. Su mirada que consuela en un momento de dificultad al aceptar la voluntad de Dios en mi vida.

Esta fue su primera mirada: certera, maternal, suave y delicada. A partir de este momento, no me ha abandonado. Y yo… profundamente agradecido. Cuando esa Mujer te mira por primera vez… te ama para siempre.

  1. Mi exnovia: la gota que derramó el vaso

Al regresar, me incorporé al Regnum Christi. Mi corazón desbordaba de aquel entusiasmo que producen las misiones en el alma. Felicidad y alegría; sin embargo, algo de zozobra en el interior. Ese gusanillo vocacional no me dejaba en paz.

Pasaron 5 años con esta lucha interior. Todo… ¡absolutamente todo me hacía recordar mi gusanito vocacional! Clase de química… clase de mate… viendo una película… ¡Vamos! ¡Hasta el antro me hacían recordar esa dulce e inquietante invitación! Y yo… rejego… ¡No quiero! Dios me invitaba… yo desviaba la mirada.

No compartí con nadie esta inquietud vocacional; yo quería deshacerme por mis propias fuerzas de este fuego vocacional que sentía en mi interior. Y la posibilidad de decirle a un cura… ¡Olvídalo! ¡Suicidio… segurito que ya tiene la sotana preparada para mí!

Llegó a ser tal la insistencia de Dios en mi interior que inicié a pensar: ¡Esos legionarios mugrosos… lo único que quieren es jalarse al primero que se encuentran! ¡Adiós al Regnum Christi!

Me salí de la sección. Perfecto momento para decidir salirme porque se unía con el inicio con la Universidad. ¡Vaya momento más perfecto para salirme con la mía! ¡Seguro que con las niñas, con las fiestas, con las novias se pasará todo este nudo interior! ¡Seguro todo este problema se trata de una llamarada de petate! ¡Estoy seguro, no es más que eso, puro aire y rollos que mi psicología se ha inventado!

Universidad y mi nueva novia…. ¡Je, ese gusanito vocacional está pasando a la historia! Y así fue… después de andar 11 meses con ella ese gusanito parecía haber sucumbido. Finalmente ya no había más inquietud ni insistencia alguna… ya nada me hacía recordar tal idea… “¡Lo sabía, todo aquel ímpetu se trataba de una puritita llamarada de petate!”.

Mi relación con mi novia iba muy bien; hasta que llegó aquella llamada por teléfono. Me dice ella: “oye, ¿sabes? Hace mucho que quiero hacerte una pregunta pero no me atrevía por miedo a tu respuesta. Por favor, respóndeme sinceramente… “¿Alguna vez haz pensado en ser sacerdote?”.

¡Whaaaat! “¡Claro que no!”. Ésta fue mi respuesta lacónica… pero de sincera… tenía muy poco o nada. ¡Claro que había pensando en ser sacerdote! Pero… ¿Mi novia preguntándome tal cosa? ¡De qué va esta mujer! ¿Qué onda con su pregunta?

Su pregunta fue la gota que derramó el vaso. Ella no lo sabe. Nunca supo que fue instrumento de Dios. Su pregunta fue el toque de puerta que Dios usó para entrar en mi alma y finalmente dejar suavizar mi alma. Acepté que aquel gusanito no era una llamarada de petate… ¡Era real! Dios suavemente insistía con paciencia.

Gracias a su pregunta decidí tomar el toro por los cuernos. “Seguramente mi novia está viendo algo que yo no alcanzo a ver… la cosa es que me lo preguntó y hay que ver qué hay detrás de tanta perseverancia por parte de Dios”.

Para ese entonces yo ya rezaba con el evangelio cada mañana. Después de la llamada tomé sin querer, el evangelio de la Anunciación. María estaba mirándome nuevamente. La Virgen, en este caso hizo de las suyas, tocó mi corazón y me hizo proponerle lo siguiente: “Mira María, yo no sé si tu Hijo me llama o no; tú sabes bien que no me gusta la idea de seguirle como sacerdote; tengo todo, familia, amigos, carrera, novia… todo para ser feliz; si esta inquietud vocacional viene de tu Hijo… encárgate tú… mueve tú todas las cartas sobre la mesa pues yo no voy a mover nada. A ti te lo encargo”. Terminó mi oración. Curiosamente abrí mi alma a una posibilidad que no me agradaba pero la paz y serenidad que experimenté en esa oración fue particularmente maternal.

Sin duda, todo estaba en sus manos. Sin duda, el niño asustado estaba confiado y contento cruzando su mirada con la mirada de su Madre.

Así fue. Ella se encargó de todo. Primero, a la semana mi novia me pidió darnos un tiempo sin seguir juntos. Mientras me daba la noticia lloraba y lloraba y por eso no pudo explicarme bien qué es lo que sucedía. Pero mientras ella lloraba… yo sólo pensaba en aquél diálogo que tuve con la Virgen. Estaba bien seguro que Esa Mujer se tomó muy enserio mi propuesta de dejarle todo en sus manos. Segundo, mis papás. Según yo, obedecer a mis papás era obedecer la voluntad de Dios en mi vida… así que si me negaban el permiso de pasar el verano en un seminario para ver si era mi vocación… ¡Feliz! ¡Asunto arreglado…Dios no me quiere como sacerdote! Por aquí tenía todas las de ganar. Estaba convencido que me dirían que no. Pero… María… nuevamente se tomó en serio mi oración. Para mi sorpresa, mi papá me dijo: “¡claro que sí m’ijo, es una vocación muy noble, si Dios te quiere ahí… qué honor, cuenta con mi apoyo!”. Y yo… lo único que hice fue… admirar la suavidad y facilidad de cómo se estaban dando las cosas. Sin duda alguna María estaba trabajando.

Muchos otros obstáculos se fueron desvaneciendo como los que te acabo de contar. Al final… quedaba un nudo… El Nudo…el más difícil de desatar: yo mismo. Lo más difícil de desatar era aceptar la idea y animarme a dar el paso definitivo. No fue fácil. Me costó horrores. Pero debo admitir que sencillamente… su “Sí”, dicho en la Anunciación, fue lo que me motivo a ir a buscar a un sacerdote y a comentar por primera vez esta inquietud.

Fui con el P. Jesús Blázquez, L.C., y para mi sorpresa… ¡No había ninguna sotana esperándome! ¡Todo lo contrario! El padre me propuso comenzar un camino intenso de discernimiento especial. Un año entero duró tal discernimiento. Este sacerdote lo único que hizo fue darme herramientas para que yo mismo decidiera si quería seguir o no al Señor. Nunca tomó una decisión por mí, me dejó totalmente libre para encararme con Dios y responder con amor a su llamado.

María… otra vez… donde puso su ojo… puso su bala. Cuando una Madre mira a su hijo… ahí pone todo su cariño maternal. Simplemente te puedo decir que cuando esa Mujer te mira, y te dejas mirar por su mirada, tu vida cambia.

  1. “De bolita en bolita…”

Éste es uno de los modos más ordinarios en los que María se hace presente para escoger las almas para el seguimiento de su Hijo. Se trata de un breve episodio por el que me percaté que Ella me miró antes de lo que yo imaginaba.

Mi abuelita siempre rezó por una vocación en su familia. Y el modo particular como lo hacía era rezando el rosario. Pedía y pedía… pedía y pedía… Pasaron los años y a ninguno de sus 4 hijos (ni a ninguna de sus 6 hijas) se les ocurrió seguir a Jesús por el camino religioso. Todos buscaron su media naranja y de ahí que sumamos 27 primos.

Pero los dedos decididos de mi abuelita no dejaron pasar bolita tras bolita, al pasar de los años siguió pidiendo y pidiendo por una vocación en su familia. No me queda lugar a dudas… cuando una madre está decidida, no hay poder divino que pueda decirle que no a su propia Madre. Así que María volvió a mirar mi alma mientras observaba como mi abuelita pasaba sus dedos desgajando el rosario.

Me enteré de este hermoso detalle en el momento que me despedía de mi abuelita para irme al seminario. Ella lavaba los platos mientras yo le platicaba de mi decisión:

  • Abue, vengo a despedirme.
  • ¿A dónde vas?
  • Pues es que yo creo que Dios me está llamando para ser sacerdote. Este verano voy al seminario para ver si es verdad que Él me llama.
  • (después de un silencio largo y meditativo prosiguió…) He pasado años enteros rezando el rosario para que Dios me concediera una vocación dentro de mi familia. Ninguno de mis hijos recibió el llamado. Continué pidiendo porque de verdad lo deseaba y… (con un aire entristecido mientras seguía lavando los platos…) el momento tan esperado ya llegó… pero… ¿por qué tú? ¿Por qué tú? (No podía voltear para verme a la cara porque le caían sus lágrimas… sencillamente siguió lavando los platos).

Mi abuelita y yo nos queremos muchísimo. Su “¿Por qué tú?” no obtuvo ninguna respuesta de mi parte. Yo no tenía palabras para colmar su sentimiento de tristeza… Me retiré cabizbajo, pero mi decisión ya estaba tomada.

Yo no pude responderle a mi abuelita pero… seguro… seguro… ¡segurísimo!… que María ya le respondió. María sabe a quién mira y cuando pone sus ojos en ti colma todas tus necesidades.

Ahora, mi querida abue, sigue pidiendo todavía por más vocaciones en su familia. Yo la animo… y ella me sigue la corriente. Ahí la lleva, de bolita en bolita va tocando el corazón de Dios. ¡Dios le conceda la belleza de continuar con esta hermosa labor!

Mamás, créanselo, pidan a María lo que necesiten para sus familias. Si Ella lo quiere, Dios no podrá darle una negativa. María es tu mejor aliada. María se enternece ante la oración de las madres porque ella es madre.

  1. Su mirada profunda en medio de la tempestad: Últimos 5 años formación

Fui al candidatado. Decidí tomar la sotana después de dos meses. Entré a la Legión y así pasaron 9 años.  Todo aparentaba fluidez y tranquilidad; pero Dios quiso permitir que experimentase un periodo de cuesta arriba en mis últimos cinco años de formación.

¿Vivir mis votos? ¿Qué sentido tienen? Se me presentaban varias dudas de cómo vivirlos y cómo afrontar el reto de la rutina vocacional. Con toda honestidad, estos años pasaron con un vago “sin sentido”. ¿Debo continuar por este camino?

A la par de la tempestad, la semillita vocacional no dejó de ser clarísima desde un inicio. El apoyo inicial de María para tomar la decisión seguía presente en mi vida… por eso, con todo y las dificultades, yo no podía negar que en efecto existía un sentido profundo para seguir adelante. Pero a pesar de la claridad inicial no sabía cómo darle sentido a mi vocación.

De mi parte, seguir en la lucha y continuar aferrándome a esa claridad inicial. Pero… ¿qué me pasa? ¿Qué debo hacer?

De su parte, María decidió hacer mancuerna con mi querida madre terrenal. Así es, pasaron infinidad de ocasiones en las que mi seguridad vocacional amainaba pero por algún motivo María y mi mamá se conectaban de modo especial. Justo en esos momentos más álgidos de dificultad, me detenía un ratito delante de una imagen de María y en varias ocasiones su consuelo mariano abundaba mi alma. Curiosamente en esos mismos momentos, mientras María me consolaba, mi madre, sin saberlo, se detenía a pedir a María que protegiera mi vocación… Mi mamá pedía… María me consolaba. “Diosidencias”… o coincidencias… llamémosle como queramos… María y mi madre hicieron mancuerna. Nuevamente María metió su cuña para balancear la pata coja de la mesa. ¡Bendita seas María por tu dulce y suave presencia maternal que me mantuvo de pie!

“¿Qué debo hacer, continuar… dejar el camino e iniciar otro?”. Pienso que esta pregunta es válida y necesaria en toda vocación que se acerca al altar.

Hoy tengo una certeza que quiero compartirte: cuando María decide mirarte en tus tribulaciones te mandará un consuelo muy especial, tu propia madre.

  1. Teología del cuerpo: otra ventana de su mirada.

La mancuerna y los consuelos no han faltado desde entonces. Pero te soy franco…la tempestad no amainó… al contrario… ¡Arreció! Y cuando el demonio determinaba dar el último jalón para llevarse la victoria María se hizo presente de modo definitivo. Nuevamente esa Mujer tomaba ventaja sobre el dragón de 7 cabezas.

Surgió la oportunidad de asistir a un curso de Teología del Cuerpo. Ahí, Dios, a través de la visión teológica de Juan Pablo II, curó mi corazón de algunos golpes y heridas que llevaba cargando en el alma y que, sin saberlo, eran las causantes de la tempestad que estaba viviendo. Ahí fue cuando Dios me dio la luz necesaria para reconocer el valor tan maravilloso que tiene la vivencia de los votos religiosos: un auténtico acto de amor matrimonial de Dios con el alma y del alma con Dios.

María no dejó de estar presente durante todo el curso. Pero ahora se hacía presente de un modo muy singular: a través de las consagradas del Regnum Christi. Éste fue el primer contacto con ellas desde que entré a la Legión. Puedo decir que hubo un trato fraterno y profundo con ellas, el cual que me permitió tener la certeza del amor de María en mi alma.

Dios las ha mantenido muy cercanas en mi vocación a partir de esta experiencia, algunas como madres espirituales y otras como hermanas con quienes comparto el mismo deseo de compartir el amor de Dios con nuestro trabajo diario.

Gracias a su oración fraternal y cuidadosa, gracias al modo bello y profundo con el tratan al Señor, he aprendido a crecer como hombre consagrado en el seguimiento de Dios, a tratarlo con cariño y respeto en la liturgia, a ser un hombre espontáneo y generoso en el trato con la mujer. Con toda sinceridad, pienso que María muchas veces me ve con su mirada femenina y maternal a través de ellas.

También debo unas palabras a mis hermanas de sangre quienes han propiciado de modo muy natural este encuentro con la mujer. Su cariño fraterno y femenino me ha llevado a amarlas con el amor puro de un hombre. Fueron ellas el primer don que Dios me mandó para crecer en el amor familiar tan sano que hasta ahora he vivido. Considero que toda esta experiencia no habría sido posible sin la gracia de Dios y el trato cercano de María.

María es mujer, su trato maternal y femenino produce en el alma sacerdotal un efecto espiritual que da plenitud y certeza. ¡Soy un sacerdote en plenitud paternal y fraternal! Con esta experiencia aprendí que puedo amar a todos por igual, con la misma entrega total y espontánea. Ser yo mismo, el hombre a quien Dios se le ocurrió escoger para amar a sus hijos.

  1. Grave error: ¡Me olvidé de mirarla!

A partir de este curso que te mencioné inicié un nuevo ascenso en mi vida religiosa. Ascenso que me ha costado lágrimas y sacrificios, pero bello porque Dios no ha dejado de mirarme a través de su Madre.

Durante los ejercicios espirituales de 2015 me percaté que en todo este periodo de tormenta había cometido uno de los más graves errores que pude haber cometido: No mirar a María como madre y como mujer. El simple olvido de María es el peor de los errores que un alma religiosa y sacerdotal pueda jamás cometer. Olvidarte de María es querer remar a solas en medio de la tempestad; es un acto de presunción y soberbia tal, que sin pensarlo te va incrustando más dentro del ojo del huracán.

Así, nuevamente, Dios me aventó el salvavidas desde la proa de su cruz: “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!… ¡Ahí tienes a tu Madre!” (Lc 19, 25-27). Nuevamente miré a María y comprendí que cuando esa Mujer me mira así… estoy firme, me encuentro seguro, soy pleno en mi vocación.

Fue este momento cuando las cadenas que me ataban a la deriva de mi barca se trozaron en pedazos y de mi alma brotó llanto de alegría, paz y serenidad. Comprendí que aunque un sacerdote deja de mirar a María, Ella no dejará de mirarlo y de amarlo y lo defenderá contra cualquier viento impetuoso del camino. Evidentemente, todo sacerdote debe mirarla, pues aunque Ella te mire tu sola presunción puede ahogarte en tu propia tormenta.

  1. Conocí mejor sus ojos maternales

Aprendí a exclamar con profunda humildad y sencillez de niño: “¡María, mi vino se acaba!” (Jn 2, 1-11). Y me concedió la gracia de iniciar un camino de abandono filial en sus brazos.

Me consagré a María… y ¡tal cual! Parecería que desde entonces Ella se encarga de cargar con las maletas pesadas del camino y yo sólo tengo que amarla y trabajar por Ella. En sus manos maternales queda el resto. Vivo confiado y seguro.

Cuando un alma se consagra al corazón maternal de María su corazón herido siempre queda sanado. Sus nudos se desatan y quedas libre para amar de verdad. Su amor transforma las heridas en actos de amor y de entrega auténtica.

Cierto, nadie me quita las tempestades vividas ¡Son mías! ¡De ellas he aprendido! ¡y con ellas puedo amar profundamente a Dios y a la gente con la que convivo a diario!

  1. Mi misión sacerdotal: mirar con los ojos de Dios

A ver… después de todo lo que te he platicado… creo que podemos llegar a una breve y sencilla conclusión: si María enseñó a amar a su propio Hijo, y su interés es que yo sea el amigo íntimo de su Hijo… entonces… María me enseñará a amar como su Hijo ama los hombres. ¡Mi sacerdocio tiene que estar muy unido a María! Sólo con Ella aprenderé a ser el sacerdote que los demás necesitan.

Y si estoy aquí… llegando a los pies del altar… es porque un día esta hermosa Madre, que Dios me ha regalado, dijo un día que “sí” al Señor. Y un día me dijo a mí, “sí, yo me encargo de tu vocación”… y hoy me dice “sí, yo soy tu Madre, quien te mira con amor materno”.

Seré sacerdote… ¡Y estoy feliz! La aventura apenas comienza… los 14 años de formación fueron sólo un tentempié de lo que ahora me espera por delante: todos ustedes y el cielo que Dios nos tiene prometido.  ¡Vamos juntos! ¡Dios les bendiga!

El P. Ignacio León, L.C. nació en Celaya, Guanajuato, el 4 de abril de 1983. Fue alumno del Instituto Cumbres Lomas (primaria) y del Cumbres México (secundaria y preparatoria). Se incorporó al ECYD en 1º de secundaria y en 1º de preparatoria al Regnum Christi. En 2003 ingresó al noviciado de Cheshire, CT, USA donde emitió su primera profesión religiosa. Cursó un año de estudios humanísticos en Salamanca, España. Estudió el bachillerato y la licenciatura en filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. Trabajó tres años como formador de humanistas en Salamanca, España. El 2 de octubre de 2011 emitió la profesión perpetua en Roma. Terminó sus estudios de teología en el mismo Ateneo. Actualmente colabora en el en Irish Institute de Monterrey como subdirector.

Leonardo Pérez-Castilla, L.C.

“Busca la paz y corre tras ella” (Sal 34,15)

Hay momentos en la vida que te marcan de tal manera que se puede hablar de un antes y un después. La experiencia de conocer que Cristo está vivo y que tiene una relación personal conmigo fue uno de esos momentos.

Tengo que confesar que nunca quise ser sacerdote. Cuando de pequeño soñaba sobre mi futuro esta opción simplemente no existía. No tenía muy claro qué quería hacer, lo único que parecía evidente era que no podía estudiar medicina. La sangre me superaba, así que me vi como arquitecto o quizá ingeniero.

Soy el menor de dos hermanos, de padres españoles que tuvieron que emigrar en la época de la post-guerra. En ese entonces, los años cincuenta, Venezuela era un paraíso de oportunidades. Recibí la fe de mi familia y si bien no éramos especialmente fervorosos o activos en la evangelización, existía un sustrato de fe que marcó mi infancia y juventud. Recuerdo una oportunidad en que estaban operando a mi papá de una hernia discal. Mi mamá nos reunió y rezamos juntos el rosario por el éxito de la operación. Estos gestos sencillos fueron dejando huella y sin darme cuenta recibí la devoción a María de manos de mi mamá.

Estudié con los salesianos de quienes guardo gratos recuerdos, grandes amistades y una experiencia de Dios que acompañó de modo natural mi infancia. El paso de los años me llevó, sin ser consciente, a un progresivo alejamiento de Dios. Entraban nuevas perspectivas y deseos en el horizonte de un joven de catorce años: tener nuevas experiencias, disfrutar de la vida, viajar, salir con los amigos, enamorarse, ganar dinero. Recuerdo que para poder graduarme el colegio exigía un determinado número de horas de labor social que había que cumplir.  Es así que un amigo me invitó de misiones durante Semana Santa para cumplir las horas necesarias. Digamos que no era el plan más atractivo, cuando todos solían ir en esas fechas a la Isla de Margarita a pasar vacaciones. Sin embargo, el plan era acompañar a las niñas del Cristo Rey en las misiones, por lo que el resultado -horas de labor social cumplidas más nuevas amistades- tampoco era tan malo. Dios se valió de estas cosas humanas para recordarme que Él seguía ahí, presente en mi vida, a pesar de que ya no me acordaba de Él. Durante la celebración de la Cena del Señor en Jueves Santo y la adoración eucarística de esa noche tuve una fuerte experiencia de Dios. Salí de esa pequeña capilla, improvisada en un pueblo perdido en el Delta del Amacuro a las 2:00 am viendo las estrellas, con la certeza de que Dios estaba a mi lado y con una intuición de que el camino de la felicidad estaba junto a Dios.

Llegué a Caracas con el corazón encendido, pero al no tener un grupo donde dar seguimiento a esas experiencias, poco a poco fue volviendo a quedar todo en el olvido. Llegó el momento de la graduación y finalmente decidí estudiar economía con los jesuitas en Caracas, que a la sazón era la escuela de economía más importante del país. Realmente no era algo que me apasionara, pero me dejé llevar más por la posibilidad de tener éxito y construir un futuro con oportunidades. Por otra parte en esos años los conflictos sociales y políticos en Venezuela comenzaban a aumentar cada vez más y chocaba el contraste entre la realidad del país y mi proyección en busca de bienestar y éxito.

Durante mi primer año de universidad comencé a entablar una fuerte amistad con exalumnos del Instituto Cumbres de Caracas. Me llamaba mucho la atención el deseo que tenían por imprimir un cambio en la sociedad, dedicando tiempo de sus vidas al servicio de los demás. Por otra parte eran sumamente normales y cuando se trataba de una fiesta eran los primeros en estar ahí. Es así como comencé a frecuentar el Regnum Christi, lo que significó para mí desempolvar la fe que había recibido y sobre todo un reencuentro maduro con Cristo. Redescubrir su presencia viva marcó profundamente mi corazón y comenzó un deseo creciente por conocerlo y seguirlo. Cristo sacaba lo mejor de mí; tenía siempre algo que decirme para ser un mejor hijo, un mejor hermano, un mejor estudiante, un mejor cristiano. En esos años las experiencias de misiones tuvieron un impacto grande; se incrementaba en mí el deseo de la oración y los compromisos del Reino no eran un check list sino una necesidad vital.

Me acercaba al final de la carrera y tenía sin embargo una creciente insatisfacción. En esos momentos conseguí un trabajo a medio tiempo en una casa de bolsa de productos agrícolas que combinaba con los estudios universitarios. Me proyectaba en ese ámbito laboral y no encontraba ninguna satisfacción, además muchas preguntas existenciales cruzaban mi mente: ¿Qué sentido tiene trabajar cuarenta o cincuenta años si al final no tiene repercusión en la vida eterna? ¿Qué sentido tiene el éxito, el bienestar, el disfrutar la vida? Todo eso a la luz de Cristo y de la vida eterna parecía completamente accidental. Se desencadenó así un proceso en mi interior que no sabía bien cómo gestionar. Me costaba mucho sacar adelante los estudios y cualquier tipo de actividad porque los fundamentos sobre los que había construido mi vida estaban colapsando.

Un día salí de un examen de comercio internacional, fastidiado, sin ganas de hablar con nadie y tomé el metro para regresar a mi casa. Era tal la lucha interior que traía que al parecer era evidente exteriormente. Una señora se me acercó y me preguntó si era estudiante. A continuación me dijo: “busca la paz y síguela”. Justo en ese momento llegamos a la estación siguiente y la señora salió del vagón. Quedé muy impactado y lo tomé como una clara respuesta de Dios. Fue una gran consolación en medio de las dificultades y de la falta de claridad que tenía.

De vez en cuando solía reunirme con los amigos del colegio para ponernos al día, pues estudiábamos en universidades diversas. Cenando una noche con uno de ellos sentí una impotencia tremenda al constatar que el tesoro más grande que tenía yo en esos momentos, mi relación con Cristo, no significaba nada para él.  De vuelta a mi casa, manejando, con todo esto en mi interior, surgió de la nada el siguiente pensamiento: “Si fueras sacerdote podrías hacer algo por los que no conocen a Cristo”. Mi reacción inmediata fue de rechazo y me dije a mí mismo que me estaba volviendo loco. Esto no hizo sino incrementar la lucha que llevaba dentro. Pasaron varios meses hasta que finalmente me desahogué con un amigo de la universidad y con mi director espiritual.

Decidí darle la oportunidad a Dios ante la claridad y la fuerza de su llamada. Dejé en el aire el último año que me quedaba en la universidad pues percibía que si Dios me estaba llamando, tenía que dar ese paso con toda mi confianza puesta en Él. Esperar para tener la certeza humana del título universitario en el bolsillo “por si las cosas no funcionaban” parecía lo más sensato a nivel humano, pero chocaba con la radicalidad del seguimiento de Cristo que veía en el Evangelio: “Sígueme. Él se levantó y le siguió” (Mt 9,9).

Estos once años en la Legión han sido una bendición. Dios se ha pasado de bueno, si bien no ha sido fácil la entrega. Cuando estaba a punto de entrar en el noviciado, un amigo me dijo: “estudiaste el colegio con los salesianos, la universidad con los jesuitas, ¿cómo es que entras con los legionarios?”. La verdad es que los caminos de Dios son misteriosos. Guardo con gratitud lo recibido por tantas personas, pero Dios quiso llamarme a través de la espiritualidad y el carisma del Regnum Christi. De mis primeros contactos con sacerdotes legionarios me impactó el celo apostólico; el deseo de generar un cambio en la sociedad a través de un encuentro personal con Cristo. Nuestra historia como familia carismática ha estado marcada por la cruz en estos últimos años. El dolor y la oscuridad han tocado nuestros corazones y hemos vivido momentos muy difíciles. La compañía y la guía de la Iglesia han sido determinantes por lo que guardo un profundo agradecimiento por todas las lecciones y el aprendizaje que hemos recibido en medio de nuestros errores institucionales.

Cuando era novicio en Salamanca, un hermano al que había compartido mi historia vocacional me dijo saliendo de misa: “¿Escuchó el salmo que rezamos hoy?” En mi despiste de novicio dije que sí pero no entendía que tenía de especial. Me dijo entonces: “Lo que le dijo la señora en el metro, ¡es Palabra de Dios!”. Efectivamente se trataba del Salmo 34 que reza: “Busca la paz y corre tras ella”. La paz es un don muy especial. Es el principal mensaje de Cristo Resucitado. No se trata de una ausencia de dificultades o de problemas, que siempre están a la orden del día, sino de algo mucho más profundo. Se trata de la certeza que Cristo está vivo y que voy caminando hacia Él con la seguridad en su misericordia y su perdón. Por tanto, como dice san Pablo en su carta a los romanos: “si confiesas con tu boca: «Jesús es Señor» y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, te salvarás” (Rm 10,9). Doy gracias desde lo más profundo de mi corazón a María que ha estado siempre a mi lado durante estos años por su cuidado y protección maternal y pongo mi sacerdocio en sus manos para que haga de mí un instrumento en manos de su Hijo. ¡Totus tuus María!

El P. Leonardo Pérez-Castilla, L.C. nació en Caracas, Venezuela, el 21 de agosto de 1984. Estudió en el colegio Don Bosco de Altamira y cursó 4 años de Economía en la Universidad Católica Andrés Bello. En 2004 se incorporó al Movimiento Regnum Christi. Ingresó en 2006 al noviciado de la Legión de Cristo en Salamanca, España, donde emitió su primera profesión religiosa en 2008. Cursó un año de estudios humanísticos en la misma ciudad. De 2009 a 2011 realizó estudios de filosofía en Roma, en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. Durante 3 años ayudó en la formación de religiosos que estudiaban humanidades clásicas en Monterrey, México. De 2014 a 2017 estudió teología en Roma, donde emitió sus votos perpetuos el 20 de agosto de 2016.

Miguel Subirachs, L.C.

Hacerme cargo de los deseos de mi corazón

Desde pequeño tenía el deseo de ser misionero. Me llamaba especialmente la atención cuando venían voluntarios o misioneros al colegio y explicaban sus experiencias. Tenía la gran ilusión de hacer algo por los demás. Creo que es un sueño juvenil común. La transparencia e ingenuidad de ese periodo permite que aparezcan con facilidad los deseos más profundos del ser humano. Con los años, estos anhelos juveniles se convierten en un reto. El reto de, por una parte, madurarlos y progresar, y por otra, verificarlos y seguir vibrando por ellos, sin caer en el cinismo esterilizante de observarlos con distancia y decir “eso son cosas de jóvenes”.

Este testimonio no pretende ser exhaustivo. Recoge más bien las principales anécdotas que me hicieron tomar la decisión de abrazar la vida religiosa en la Legión de Cristo. Dejo para el encuentro y la conversación personal tantas otras experiencias profundas, amistades claves y luchas fecundas. Entre ellos, los 13 años de formación hacia el sacerdocio en el que el encuentro inmerecido y asiduo con Jesús se ha hecho Presencia patente en mi propia vida. Presencia fiel que me hace y me va llevando calladamente a la decisión de toda una existencia. Presencia amante que a pesar de la conciencia de la propia incapacidad me propone a mí mismo como prenda de verificación. Éste es el drama del camino que abarca toda la existencia y en la que toma significado y valor personal la jaculatoria: Jesús, ¡en Ti confío!

La tierra buena

Tuve la gracia de crecer en una familia católica unida, siendo el tercero de mis hermanos. De mi padre asimilé la capacidad de compromiso y la seriedad, así como una profunda fe. De mi madre, la fortaleza y la sensibilidad espiritual y por las necesidades de los demás. De mis hermanos y de mis primos aprendí la autonomía pues como son bastante mayores a mí, siempre tuve que arreglármelas por mi cuenta. Fui adorador nocturno en el Tibidabo y, como familia, crecimos en el movimiento Schola Cordis Iesu. Sin embargo, mi generación no era muy numerosa y no logramos formar un grupo consistente. Esto influyó en que, a partir de la adolescencia, no lograra integrar bien mi fe con mi vida. Viví no pocas contrariedades que me situaban inmerso tanto en experiencias alejadas de Dios como en la búsqueda de un lugar que me ayudara a sostener mejor mi fe.

En las manos de María

En un viaje a Portugal, pasamos por el santuario de Fátima. Allí, Miguel, uno de mis mejores amigos comenzó a rezar el rosario de rodillas por el caminito de mármol que conduce a la Capelina de la Virgen. Yo estaba “flipando” por su osadía y me reí de él. Le desafié a que, si lo concluía, yo haría lo mismo. Para mi sorpresa, él lo concluyó, pero como ya era de noche regresamos al hotel y nos quedamos hablando hasta tarde. Al día siguiente, fui a cumplir mi palabra. Me desperté de madrugada y fui a rezar el rosario de rodillas. Al terminar el caminito que lleva directo frente a la Virgen de Fátima, le pedí a Ella ayuda. Hice una oración de corazón pidiéndole una luz, suplicándole que, si todo aquello era cierto, me mostrase el camino.

Al mes, este mismo amigo con el que fui a Fátima, me llamó para proponerme ser monitor en el Club Puigmal (ECYD) de los legionarios de Cristo. Miguel y yo nos conocíamos desde pequeños gracias a que nuestros padres son de Schola Cordis Iesu. De hecho, desde niños me invitaba a participar en el club, pero ésta era la primera vez que lo hacía con algo concreto. El P. José G. Sentandreu, que era el director en ese momento, me entrevistó con gran respeto y unas semanas después me encargó el equipo de 5º de primaria.

La experiencia de la entrega

En verano del 2003 hice el programa de colaborador del ECYD en Mallorca. Durante los primeros días tuvimos unas jornadas de capacitación.  Recuerdo que estando distraído, con una mano fumando y con la otra hablando por teléfono, uno de los colaboradores me lanzó a la piscina. Instintivamente salvé el cigarro y el paquete de tabaco apenas comenzado y, con la otra mano, me apoyé en el fondo de la piscina. Cuando me di cuenta de que en la mano sumergida tenía el móvil, reaccioné levantándolo y metiendo la otra con el tabaco en el agua. En un instante, me había quedado sin el vicio y sin la comunicación para el resto de días de colaborador.

Durante esos días, experimenté una gran felicidad en la entrega a los demás conviviendo con los demás monitores y los legionarios que dirigían el campamento: el P Ignacio José González quien ha sido mi formador en la última etapa de Teología, el H Ronald Conklin quien fue mi primer formador en la Legión, el H Frederick Keiser posteriormente compañero en la Dirección General y actualmente sacerdote en Korea y el H Thomas Gögele, hoy sacerdote en la comunidad de Viena. Fue allí, en oración frente al sagrario de Son Fe, dónde me planteé en serio seguir una vida de entrega al Señor. ¿Dónde? Para mí era evidente, no tenía ninguna duda. Él me hacía tan feliz ayudando a los demás alrededor de la familia del movimiento, que intuía que seguramente ése sería mi lugar y mi modo de vivir en plenitud.

El anuncio

Regresé a Barcelona con una ilusión desbordante. Ahora tenía que planteárselo a mis padres y a mi novia. Esperé que llegara mi padre para comer juntos. Allí, en la mesa de la cocina, les presenté mi fuerte llamado a mis padres junto con la propuesta de ir ese mismo verano al Candidatado. Los dos se sorprendieron y mi madre me ofreció sus lágrimas que no volvería a ver hasta el día de mi despedida. Ambos me pidieron tiempo para pensarlo.

Ahora me quedaba presentarle mi decisión a la chica con la que estaba saliendo. Habíamos comenzado a salir meses antes del verano, después de un largo “proceso de alineamiento de intenciones”. Es decir, yo tenía un deseo profundo de algo serio después de algunas relaciones más bien superficiales y, obviamente, algo serio era lo único que ella quería. Así que me hizo sudar hasta merecerla. Empezamos a salir “seriamente” para satisfacción personal aunque al cabo de unos meses la relación se vería afectada por la distancia que supuso mi estancia en Mallorca y mi ausencia de comunicación debida al episodio del móvil en la piscina. Así que cuando regresé, la llamé diciéndole que tenía algo importante que decirle. Ella se esperaba cualquier cosa menos que me iba al seminario. Quedamos en la parada del 72 de la calle Mandri. Estábamos los dos felices y emocionados por volvernos a ver. No hubo muchas palabras. Yo venía con el entusiasmo a flor de piel por la certeza que había nacido en mi corazón, pero ignoraba las consecuencias que mi alegría provocaba en los demás. Sin pretenderlo, había dejado a mis padres con un nudo en la garganta y ahora ella se marchaba en silencio.

La bendición de la sequía

Con estas experiencias contrastantes, mis padres resolvieron que esperara un año más para acabar el bachillerato, madurar el camino recorrido hasta el momento y la decisión de entrar al noviciado. Al inicio me costó aceptarlo, pero ahora veo que mis padres estaban en lo correcto. Mi cambio había sido más bien radical, sólo desde hacía poco más de un año y necesitaba tiempo para confirmar el llamado. De todas maneras, ese verano no se presentaba tan mal, ya que tenía previsto visitar Roma con Schola y hacer voluntariado en Londres.

El tiempo en Roma pasó intensamente, pero en estas nuevas circunstancias el voluntariado en Londres se esfumó. Yo quería aprovechar el verano para estudiar y hacer una inmersión en algún idioma extranjero. Así que, más acorde con mi naciente vocación, mis padres me propusieron pasar unas cuatro semanas antes de inicio de clases con la Comunidad del Cordero en St. Pierre, Fanjaux.

Esta comunidad religiosa se reúne cada año en unas colinas del sur de Francia donde ellos mismos construyen sus celdas, refectorio, capilla… todo. Viven de la mendicidad sin ningún tipo de sistema, ni eléctrico ni hidráulico. Era agosto de 2003, el tiempo de la gran sequía que azotó el centro de Europa, a sus ancianos y a sus cosechas.  Y yo me encontré allí hablando francés y ayudándoles a construir su “pétit monastaire”. Después de dormir la primera noche en una austera celda del monasterio principal, al día siguiente me pasaron a una cabaña de madera que utilizaban como dormitorio de la comunidad. Estaba en construcción y había catres militares por camas y todavía no tenía techo. Por la sequía, eso no era ningún problema, se pronosticaba una hermosa noche de estrellas, pero esa noche, como señal profética de la bendición y la fecundidad, Dios quiso que la sequía se acabara.

Fue una experiencia esencial. Allí no había nada más que Caridad: Eucaristía y fraternidad. El Santísimo estaba expuesto constantemente pues los “hermanitos” (como les gusta llamarse) estaban en retiro. Mientras ellos se juntaban yo estudiaba, rezaba y reflexionaba y, cuando salían de retiro, les ayudaba en la construcción. Naturalmente, tocado por la radicalidad evangélica de su vida, surgió en mí la inquietud de si tal vez Dios me querría en esa comunidad. Para entonces, llegó a ese recóndito lugar un joven francés que acababa de dejar los laicos consagrados del Regnum Christi y que estaba haciendo una experiencia con los hermanitos para ver si era su lugar. Le compartí mi inquietud vocacional y él me habló muy bien de los legionarios y del movimiento y me animó muchísimo a seguir adelante. Con esta señal, para mí todo estaba resuelto. Semana tras semana yo llamaba a mi familia desde la colina más alta, único lugar donde había cobertura, con la pretensión de volver a Barcelona pero me decían que me quedara una semana más. Después de unas semanas viviendo al ritmo del sol y lavándome con un barreño, regresé preparado para vivir mi último año antes de ingresar en el noviciado.

Un año para preparar el corazón

Ese último año me permitió concluir los estudios, pero sobre todo fue especialmente provechoso en aspectos más profundos. En primer lugar, me permitió profundizar en mi relación con ese Dios que me estaba llamando con pequeños gestos y compromisos con Él. Seguí como monitor del equipo de chicos del Club y metido en el apostolado Soñar Despierto de ayuda a niños con riesgo de exclusión social.

En segundo lugar, me ayudó a madurar mi decisión. Cada ocasión en la que compartía la noticia suponía un cubo de agua fría para quien la recibía, y para mí una gran paz. Las respuestas variaban desde el instintivo “¡¿estás loco?!” hasta el formalismo del que no se entera de qué va la fiesta.

En tercer lugar, este periodo sirvió para hacerme consciente de lo que dejaba y del cambio radical que iba a vivir. Recuerdo especialmente, en una puesta de largo (celebración de la mayoría de edad) en una torre cercana a la comunidad de legionarios, que a media fiesta me subí al balcón más alto para ver las estrellas y reflexionar. Uno de mis mejores amigos subió también y estuvimos hablando sobre el cambio de vida que iba a suponerme el año próximo, ya que para entonces estaría del otro lado, “ensotanado” viviendo en silencio y recogimiento.

Llegó el 3 de septiembre de 2004, tiempo de irme al Noviciado. Antes de emprender el viaje, me citaron frente a la comunidad de legionarios. Allí aparecieron varios amigos que venían a despedirse. Comenzó a caer una tormenta muy fuerte. Después de una despedida de sentimientos encontrados, mis amigos quedaron detrás de una cortina de lluvia cobijados bajo sus paraguas. Era el momento de despedirme de mis padres. Mi padre, firme y sólido me despidió con el salmo 37: “Encomienda tus caminos al Señor, confía en Él y Él actuará”. Por su parte, la cara de mi madre, compuesta hasta el momento, se arrugó al darme el beso de despedida de una forma desconocida y me dejó en mi rostro una de sus lágrimas de regalo. Sólo entonces me percaté de la trascendencia del paso que estaba dando. Había tenido un año intenso de oración, reflexión y actividades y yo había sido aparentemente muy consciente de lo que significaba entrar en el noviciado, pero sólo en ese momento me di cuenta de lo que estaba haciendo. Me imagino que era consecuencia del deseo de mi joven corazón ilusionado.

Sacerdote de Jesucristo: “Os daré pastores según mi Corazón” (Jer 3, 15).

La llamada de Jesús “ven y sígueme” ha resonado por siglos y sigue resonando en la vida de tantos y tantas jóvenes. Es una llamada a vivir en plenitud, a vivir más cerca de Él y a configurarse con Él. Ser sacerdote no es una cuestión natural, es sobrenatural. No hay que buscar entenderlo perfectamente porque es una cuestión de Amor. Se trata de amar como como Él ama y esa forma implica, la mayoría de las veces, hacerlo sin sentido ni beneficio, al menos aparente. Se trata de ofrecer nuestras vidas como Él mismo ofreció la Suya para que los demás tengan la verdadera vida. Se trata de poner a parte los propios y miopes anhelos para atender a los deseos más profundos que Dios pone en el corazón y así llegar a decir “Señor, Tú que me has querido y me has creado, ¿qué quieres de mí?”.

Un sacerdote está en los momentos más importantes de la vida de las personas haciéndose parte de su familia. En un momento vive la alegría de unir a una pareja en matrimonio, luego siente el gozo de administrar el bautismo para después preparar a alguien para bien morir. Lo que le pasa a una persona en toda su vida, un sacerdote lo puede vivir en un solo día. Y éste es mi deseo, ser un Juan al pie de la cruz de las personas y aprender de Jesús, sostenido por María, cuál es el modelo del Amor más hermoso.

La vocación religiosa es “un llamado de Dios a un corazón que espera esa llamada consciente o inconscientemente”, dice el Papa Francisco. Desde joven he querido poner atención a estos deseos del corazón en el santuario íntimo de mi conciencia. En ellos, el Señor me va mostrando el camino en el cual vivir en plenitud los deseos más profundos de mi ser y me da los instrumentos y la gracia para realizar Su Voluntad en la sencillez de mi propia vida.

El P. Miguel Subirachs nació en Barcelona el 13 de abril de 1986. Es el hijo menor de tres hermanos. Fue miembro del ECYD y del Regnum Christi en su ciudad. En el 2004 ingresó al noviciado en Salamanca dónde profesó sus primeros votos en 2006. Estudió humanidades clásicas y después inició los estudios de filosofía en Roma como miembro de la Dirección General. Hizo sus prácticas apostólicas en la pastoral juvenil de los centros educativos en Guadalajara, México, y en Barcelona. Allí hizo su profesión perpetua el 30 de julio de 2012. De regreso a Roma, se licenció en filosofía y se graduó en teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. Durante este último periodo ha hecho una stage en Estados Unidos acompañando a los jóvenes que quieren entrar a la Legión y un máster en psicopedagogía.