Mujer, cuando me miras así…
Cuando tus ojos me miran, cuando tu mirada se detiene en mí, sé que mi vida cambia, sé que soy otro, sé que me llevas a la Plenitud del Amor. ¡Mujer, no dejes de mirarme así!
Dios sabe bien el motivo por el que te está permitiendo leer estas líneas y confío que su gracia alcance a tocar tu alma. Si es así… ¡Bendigo a Dios!
Tengo emoción de iniciar a contarte mi historia vocacional. Hay muchas maneras en las que te lo podría platicar, pero creo que el modo que más me gusta es contándote aquellos momentos más especiales en los que Ella, esa gran Mujer, me ha amado con su mirada. ¡Momentos que ahora guardo y medito en mi corazón! Espero que al contártelos los disfrutes como yo disfruto el recordarlos y compartírtelos.
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Me miró y la miré por primera vez
Semana Santa de 1999. Aquí inició todo. “¡Vacaciones! ¡Despapaye! ¡Vámonos de fiesta!”, “Perfecto momento para iniciar una buena experiencia de destrampe”. “Con tal de no ir con mis papás a donde siempre vamos… ¡Cualquier plan es bueno para divertirme!, el primer plan que se arme… ¡allá voy!”. Este era mi propósito… cambiar de esquemas, separarme de mis papás y simplemente divertirme…pero no era el proyecto que Ella tenía. Preparaba otra maniobra inesperada.
La primera propuesta de plan que recibí no era la que yo esperaba: “¡Vente de misiones! ¿Te animas?”
Titubeé… no quise aceptar inicialmente. Pero después de tres semanas de larga espera y sin recibir más propuestas… no tuve más opción que acceder: “¡Vámonos de misiones! ¡Total!… No hay nada mejor que hacer y me alejo de mis papás… igual y ahí se pone buena la cosa…!”.
La verdad es que la pasé increíblemente bien. Ninguna Mega Misión como la primera. Quien haya ido de misiones sabe el contenido que cargan estas palabras: plenitud, entrega, alegría, cansancio, felicidad, lucha… ¡Toda una bella experiencia que cambia la vida!
Así pasaron los primeros días de misiones. Nada de diversión destrampada que yo me esperaba… al contrario… ¡Chamba intensa, sol pesado y quemador, sed insaciable pero sin duda alguna… mucha alegría y plenitud! Había puro chavo, ningún curilla alrededor. Todo pintaba como una muy grata experiencia. Y llegó el Jueves Santo… Día de adoración nocturna. ¡La primera en mi vida! Jamás había estado frente a Jesús Eucaristía. Emoción e incógnita. “¡¿Qué voy a hacer frente al Señor tanto tiempo?!”
Inició el sorteo de horarios para adorar al Señor durante toda la noche… ¡me toca de 2 a 3 de la madrugada! ¿Novatada? No lo sé. Pero ese fue el horario que me tocó y que no olvidaré. Junto con el sorteo venían los aplausos y la típica arenga sincerota que, entre puro chavo, no puede faltar. Se levanta un amigo y nos dice sin pelos en la lengua: “Tendremos un ratito ante el Señor. Es el momento de hacerle la pregunta a Jesús sobre qué es lo que quiere de nosotros. Y si Jesús le responde a alguno que le quiere como sacerdote… y le respondes que no… ¡Eres un maricón!”. ¡Risotadas y aplausos, por supuesto! Dijo lo que tenía que decir e hizo lo que nadie se atrevía a hacer. Bruto como él sólo… pero con la suficiente agalla y verdad de un chavo que comprende bien las cosas. Así que ahí vamos, uno por uno, pasando su hora ante Jesús.
Ahí estoy yo. A media madrugada empezando mi primera oración a Jesús Eucaristía. Mi plan perfecto para pasar la hora entera: “Rezo mi rosario… es la oración más larga y eterna que me acuerdo. Así mato la hora entera”. Termino… para mi sorpresa ¡quedan todavía 40 minutos! ¡Nooooo, qué más puedo hacer! Pues a platicar con Él, esa es la opción… ¿y de qué le platico?… de pronto… viene a mi mente aquella arenga sincerota de mi amigo… y con ella vinieron a mi mente la enorme cantidad de gente que fui ayudando los días anteriores… la niña que quería hacer su primera comunión y no podía por falta de sacerdotes… el señor que estaba inmovilizado por más de 7 meses, sin poder confesarse porque no había un sacerdote cercano… ¡No hay suficientes sacerdotes y yo puedo ser uno para ayudar a esta gente! “Pero Señor, ¿tú que quieres de mí?” Ahí está… ¡Yo puedo ser uno! ¡Ahí está la respuesta del Señor! “¡Tú puedes ser mi sacerdote!”.
Respuesta clara y evidente: ¡Yo puedo ser sacerdote! ¡Hacen falta sacerdotes! Pero no había emoción en mi interior. ¡Todo lo contrario! Más bien, atascada estaba mi alma de angustia interior ante tal invitación y ante tal evidencia. Nada hay que me impida serlo, pero… ¡yo no quiero! ¿Por qué yo? ¿Acaso no hay 13 chavos dormidotes y mejor preparados que yo? ¡Por qué yo! … pero… ¡ahhh sí, pero ahí estoy de machín preguntándole al Señor: “¿Qué quieres de mí?!”. Vaya sorpesa me llevé.
¡Quedan aún 30 minutos de esta eterna hora! Angustia total. “¡Con qué me distraigo! ¡Lo que sea con tal de olvidar toda esta idea que se me metió en la cabeza!”. Tomé decididamente el Apocalipsis esperando encontrar el fin del mundo y distraerme… pero…
¡Claro que no encontré nada del fin del mundo! ¡María apareció por primera vez en mi vida! ¡Me miró y no me di cuenta que así lo hacía! Sin saberlo, en medio de mi enorme inquietud, abrí el pasaje de la Mujer que enfrenta al dragón de 7 cabezas (Ap 12, 1-18). No entendí nada, en medio de mi angustia, cerré el libro y continué rezando. Pidiéndole a Dios que se hiciera su voluntad… y medio iba aceptando que podía ser sacerdote…pero no me encantaba la idea.
Su mirada fue certera. Mirada de madre amorosa, cuidando a su hijito de corazón perturbado. Madre y Mujer, que sin decir nada a su niño, estaba presente. Ahí estaba Ella, luchando contra ese dragón que me inquietaba. Nunca supe de su mirada, sino hasta que aprendí el verdadero mensaje del Apocalipsis: la esperanza cristiana en medio de la lucha en este mundo. Su mirada que consuela en un momento de dificultad al aceptar la voluntad de Dios en mi vida.
Esta fue su primera mirada: certera, maternal, suave y delicada. A partir de este momento, no me ha abandonado. Y yo… profundamente agradecido. Cuando esa Mujer te mira por primera vez… te ama para siempre.
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Mi exnovia: la gota que derramó el vaso
Al regresar, me incorporé al Regnum Christi. Mi corazón desbordaba de aquel entusiasmo que producen las misiones en el alma. Felicidad y alegría; sin embargo, algo de zozobra en el interior. Ese gusanillo vocacional no me dejaba en paz.
Pasaron 5 años con esta lucha interior. Todo… ¡absolutamente todo me hacía recordar mi gusanito vocacional! Clase de química… clase de mate… viendo una película… ¡Vamos! ¡Hasta el antro me hacían recordar esa dulce e inquietante invitación! Y yo… rejego… ¡No quiero! Dios me invitaba… yo desviaba la mirada.
No compartí con nadie esta inquietud vocacional; yo quería deshacerme por mis propias fuerzas de este fuego vocacional que sentía en mi interior. Y la posibilidad de decirle a un cura… ¡Olvídalo! ¡Suicidio… segurito que ya tiene la sotana preparada para mí!
Llegó a ser tal la insistencia de Dios en mi interior que inicié a pensar: ¡Esos legionarios mugrosos… lo único que quieren es jalarse al primero que se encuentran! ¡Adiós al Regnum Christi!
Me salí de la sección. Perfecto momento para decidir salirme porque se unía con el inicio con la Universidad. ¡Vaya momento más perfecto para salirme con la mía! ¡Seguro que con las niñas, con las fiestas, con las novias se pasará todo este nudo interior! ¡Seguro todo este problema se trata de una llamarada de petate! ¡Estoy seguro, no es más que eso, puro aire y rollos que mi psicología se ha inventado!
Universidad y mi nueva novia…. ¡Je, ese gusanito vocacional está pasando a la historia! Y así fue… después de andar 11 meses con ella ese gusanito parecía haber sucumbido. Finalmente ya no había más inquietud ni insistencia alguna… ya nada me hacía recordar tal idea… “¡Lo sabía, todo aquel ímpetu se trataba de una puritita llamarada de petate!”.
Mi relación con mi novia iba muy bien; hasta que llegó aquella llamada por teléfono. Me dice ella: “oye, ¿sabes? Hace mucho que quiero hacerte una pregunta pero no me atrevía por miedo a tu respuesta. Por favor, respóndeme sinceramente… “¿Alguna vez haz pensado en ser sacerdote?”.
¡Whaaaat! “¡Claro que no!”. Ésta fue mi respuesta lacónica… pero de sincera… tenía muy poco o nada. ¡Claro que había pensando en ser sacerdote! Pero… ¿Mi novia preguntándome tal cosa? ¡De qué va esta mujer! ¿Qué onda con su pregunta?
Su pregunta fue la gota que derramó el vaso. Ella no lo sabe. Nunca supo que fue instrumento de Dios. Su pregunta fue el toque de puerta que Dios usó para entrar en mi alma y finalmente dejar suavizar mi alma. Acepté que aquel gusanito no era una llamarada de petate… ¡Era real! Dios suavemente insistía con paciencia.
Gracias a su pregunta decidí tomar el toro por los cuernos. “Seguramente mi novia está viendo algo que yo no alcanzo a ver… la cosa es que me lo preguntó y hay que ver qué hay detrás de tanta perseverancia por parte de Dios”.
Para ese entonces yo ya rezaba con el evangelio cada mañana. Después de la llamada tomé sin querer, el evangelio de la Anunciación. María estaba mirándome nuevamente. La Virgen, en este caso hizo de las suyas, tocó mi corazón y me hizo proponerle lo siguiente: “Mira María, yo no sé si tu Hijo me llama o no; tú sabes bien que no me gusta la idea de seguirle como sacerdote; tengo todo, familia, amigos, carrera, novia… todo para ser feliz; si esta inquietud vocacional viene de tu Hijo… encárgate tú… mueve tú todas las cartas sobre la mesa pues yo no voy a mover nada. A ti te lo encargo”. Terminó mi oración. Curiosamente abrí mi alma a una posibilidad que no me agradaba pero la paz y serenidad que experimenté en esa oración fue particularmente maternal.
Sin duda, todo estaba en sus manos. Sin duda, el niño asustado estaba confiado y contento cruzando su mirada con la mirada de su Madre.
Así fue. Ella se encargó de todo. Primero, a la semana mi novia me pidió darnos un tiempo sin seguir juntos. Mientras me daba la noticia lloraba y lloraba y por eso no pudo explicarme bien qué es lo que sucedía. Pero mientras ella lloraba… yo sólo pensaba en aquél diálogo que tuve con la Virgen. Estaba bien seguro que Esa Mujer se tomó muy enserio mi propuesta de dejarle todo en sus manos. Segundo, mis papás. Según yo, obedecer a mis papás era obedecer la voluntad de Dios en mi vida… así que si me negaban el permiso de pasar el verano en un seminario para ver si era mi vocación… ¡Feliz! ¡Asunto arreglado…Dios no me quiere como sacerdote! Por aquí tenía todas las de ganar. Estaba convencido que me dirían que no. Pero… María… nuevamente se tomó en serio mi oración. Para mi sorpresa, mi papá me dijo: “¡claro que sí m’ijo, es una vocación muy noble, si Dios te quiere ahí… qué honor, cuenta con mi apoyo!”. Y yo… lo único que hice fue… admirar la suavidad y facilidad de cómo se estaban dando las cosas. Sin duda alguna María estaba trabajando.
Muchos otros obstáculos se fueron desvaneciendo como los que te acabo de contar. Al final… quedaba un nudo… El Nudo…el más difícil de desatar: yo mismo. Lo más difícil de desatar era aceptar la idea y animarme a dar el paso definitivo. No fue fácil. Me costó horrores. Pero debo admitir que sencillamente… su “Sí”, dicho en la Anunciación, fue lo que me motivo a ir a buscar a un sacerdote y a comentar por primera vez esta inquietud.
Fui con el P. Jesús Blázquez, L.C., y para mi sorpresa… ¡No había ninguna sotana esperándome! ¡Todo lo contrario! El padre me propuso comenzar un camino intenso de discernimiento especial. Un año entero duró tal discernimiento. Este sacerdote lo único que hizo fue darme herramientas para que yo mismo decidiera si quería seguir o no al Señor. Nunca tomó una decisión por mí, me dejó totalmente libre para encararme con Dios y responder con amor a su llamado.
María… otra vez… donde puso su ojo… puso su bala. Cuando una Madre mira a su hijo… ahí pone todo su cariño maternal. Simplemente te puedo decir que cuando esa Mujer te mira, y te dejas mirar por su mirada, tu vida cambia.
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“De bolita en bolita…”
Éste es uno de los modos más ordinarios en los que María se hace presente para escoger las almas para el seguimiento de su Hijo. Se trata de un breve episodio por el que me percaté que Ella me miró antes de lo que yo imaginaba.
Mi abuelita siempre rezó por una vocación en su familia. Y el modo particular como lo hacía era rezando el rosario. Pedía y pedía… pedía y pedía… Pasaron los años y a ninguno de sus 4 hijos (ni a ninguna de sus 6 hijas) se les ocurrió seguir a Jesús por el camino religioso. Todos buscaron su media naranja y de ahí que sumamos 27 primos.
Pero los dedos decididos de mi abuelita no dejaron pasar bolita tras bolita, al pasar de los años siguió pidiendo y pidiendo por una vocación en su familia. No me queda lugar a dudas… cuando una madre está decidida, no hay poder divino que pueda decirle que no a su propia Madre. Así que María volvió a mirar mi alma mientras observaba como mi abuelita pasaba sus dedos desgajando el rosario.
Me enteré de este hermoso detalle en el momento que me despedía de mi abuelita para irme al seminario. Ella lavaba los platos mientras yo le platicaba de mi decisión:
- Abue, vengo a despedirme.
- ¿A dónde vas?
- Pues es que yo creo que Dios me está llamando para ser sacerdote. Este verano voy al seminario para ver si es verdad que Él me llama.
- (después de un silencio largo y meditativo prosiguió…) He pasado años enteros rezando el rosario para que Dios me concediera una vocación dentro de mi familia. Ninguno de mis hijos recibió el llamado. Continué pidiendo porque de verdad lo deseaba y… (con un aire entristecido mientras seguía lavando los platos…) el momento tan esperado ya llegó… pero… ¿por qué tú? ¿Por qué tú? (No podía voltear para verme a la cara porque le caían sus lágrimas… sencillamente siguió lavando los platos).
Mi abuelita y yo nos queremos muchísimo. Su “¿Por qué tú?” no obtuvo ninguna respuesta de mi parte. Yo no tenía palabras para colmar su sentimiento de tristeza… Me retiré cabizbajo, pero mi decisión ya estaba tomada.
Yo no pude responderle a mi abuelita pero… seguro… seguro… ¡segurísimo!… que María ya le respondió. María sabe a quién mira y cuando pone sus ojos en ti colma todas tus necesidades.
Ahora, mi querida abue, sigue pidiendo todavía por más vocaciones en su familia. Yo la animo… y ella me sigue la corriente. Ahí la lleva, de bolita en bolita va tocando el corazón de Dios. ¡Dios le conceda la belleza de continuar con esta hermosa labor!
Mamás, créanselo, pidan a María lo que necesiten para sus familias. Si Ella lo quiere, Dios no podrá darle una negativa. María es tu mejor aliada. María se enternece ante la oración de las madres porque ella es madre.
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Su mirada profunda en medio de la tempestad: Últimos 5 años formación
Fui al candidatado. Decidí tomar la sotana después de dos meses. Entré a la Legión y así pasaron 9 años. Todo aparentaba fluidez y tranquilidad; pero Dios quiso permitir que experimentase un periodo de cuesta arriba en mis últimos cinco años de formación.
¿Vivir mis votos? ¿Qué sentido tienen? Se me presentaban varias dudas de cómo vivirlos y cómo afrontar el reto de la rutina vocacional. Con toda honestidad, estos años pasaron con un vago “sin sentido”. ¿Debo continuar por este camino?
A la par de la tempestad, la semillita vocacional no dejó de ser clarísima desde un inicio. El apoyo inicial de María para tomar la decisión seguía presente en mi vida… por eso, con todo y las dificultades, yo no podía negar que en efecto existía un sentido profundo para seguir adelante. Pero a pesar de la claridad inicial no sabía cómo darle sentido a mi vocación.
De mi parte, seguir en la lucha y continuar aferrándome a esa claridad inicial. Pero… ¿qué me pasa? ¿Qué debo hacer?
De su parte, María decidió hacer mancuerna con mi querida madre terrenal. Así es, pasaron infinidad de ocasiones en las que mi seguridad vocacional amainaba pero por algún motivo María y mi mamá se conectaban de modo especial. Justo en esos momentos más álgidos de dificultad, me detenía un ratito delante de una imagen de María y en varias ocasiones su consuelo mariano abundaba mi alma. Curiosamente en esos mismos momentos, mientras María me consolaba, mi madre, sin saberlo, se detenía a pedir a María que protegiera mi vocación… Mi mamá pedía… María me consolaba. “Diosidencias”… o coincidencias… llamémosle como queramos… María y mi madre hicieron mancuerna. Nuevamente María metió su cuña para balancear la pata coja de la mesa. ¡Bendita seas María por tu dulce y suave presencia maternal que me mantuvo de pie!
“¿Qué debo hacer, continuar… dejar el camino e iniciar otro?”. Pienso que esta pregunta es válida y necesaria en toda vocación que se acerca al altar.
Hoy tengo una certeza que quiero compartirte: cuando María decide mirarte en tus tribulaciones te mandará un consuelo muy especial, tu propia madre.
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Teología del cuerpo: otra ventana de su mirada.
La mancuerna y los consuelos no han faltado desde entonces. Pero te soy franco…la tempestad no amainó… al contrario… ¡Arreció! Y cuando el demonio determinaba dar el último jalón para llevarse la victoria María se hizo presente de modo definitivo. Nuevamente esa Mujer tomaba ventaja sobre el dragón de 7 cabezas.
Surgió la oportunidad de asistir a un curso de Teología del Cuerpo. Ahí, Dios, a través de la visión teológica de Juan Pablo II, curó mi corazón de algunos golpes y heridas que llevaba cargando en el alma y que, sin saberlo, eran las causantes de la tempestad que estaba viviendo. Ahí fue cuando Dios me dio la luz necesaria para reconocer el valor tan maravilloso que tiene la vivencia de los votos religiosos: un auténtico acto de amor matrimonial de Dios con el alma y del alma con Dios.
María no dejó de estar presente durante todo el curso. Pero ahora se hacía presente de un modo muy singular: a través de las consagradas del Regnum Christi. Éste fue el primer contacto con ellas desde que entré a la Legión. Puedo decir que hubo un trato fraterno y profundo con ellas, el cual que me permitió tener la certeza del amor de María en mi alma.
Dios las ha mantenido muy cercanas en mi vocación a partir de esta experiencia, algunas como madres espirituales y otras como hermanas con quienes comparto el mismo deseo de compartir el amor de Dios con nuestro trabajo diario.
Gracias a su oración fraternal y cuidadosa, gracias al modo bello y profundo con el tratan al Señor, he aprendido a crecer como hombre consagrado en el seguimiento de Dios, a tratarlo con cariño y respeto en la liturgia, a ser un hombre espontáneo y generoso en el trato con la mujer. Con toda sinceridad, pienso que María muchas veces me ve con su mirada femenina y maternal a través de ellas.
También debo unas palabras a mis hermanas de sangre quienes han propiciado de modo muy natural este encuentro con la mujer. Su cariño fraterno y femenino me ha llevado a amarlas con el amor puro de un hombre. Fueron ellas el primer don que Dios me mandó para crecer en el amor familiar tan sano que hasta ahora he vivido. Considero que toda esta experiencia no habría sido posible sin la gracia de Dios y el trato cercano de María.
María es mujer, su trato maternal y femenino produce en el alma sacerdotal un efecto espiritual que da plenitud y certeza. ¡Soy un sacerdote en plenitud paternal y fraternal! Con esta experiencia aprendí que puedo amar a todos por igual, con la misma entrega total y espontánea. Ser yo mismo, el hombre a quien Dios se le ocurrió escoger para amar a sus hijos.
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Grave error: ¡Me olvidé de mirarla!
A partir de este curso que te mencioné inicié un nuevo ascenso en mi vida religiosa. Ascenso que me ha costado lágrimas y sacrificios, pero bello porque Dios no ha dejado de mirarme a través de su Madre.
Durante los ejercicios espirituales de 2015 me percaté que en todo este periodo de tormenta había cometido uno de los más graves errores que pude haber cometido: No mirar a María como madre y como mujer. El simple olvido de María es el peor de los errores que un alma religiosa y sacerdotal pueda jamás cometer. Olvidarte de María es querer remar a solas en medio de la tempestad; es un acto de presunción y soberbia tal, que sin pensarlo te va incrustando más dentro del ojo del huracán.
Así, nuevamente, Dios me aventó el salvavidas desde la proa de su cruz: “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!… ¡Ahí tienes a tu Madre!” (Lc 19, 25-27). Nuevamente miré a María y comprendí que cuando esa Mujer me mira así… estoy firme, me encuentro seguro, soy pleno en mi vocación.
Fue este momento cuando las cadenas que me ataban a la deriva de mi barca se trozaron en pedazos y de mi alma brotó llanto de alegría, paz y serenidad. Comprendí que aunque un sacerdote deja de mirar a María, Ella no dejará de mirarlo y de amarlo y lo defenderá contra cualquier viento impetuoso del camino. Evidentemente, todo sacerdote debe mirarla, pues aunque Ella te mire tu sola presunción puede ahogarte en tu propia tormenta.
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Conocí mejor sus ojos maternales
Aprendí a exclamar con profunda humildad y sencillez de niño: “¡María, mi vino se acaba!” (Jn 2, 1-11). Y me concedió la gracia de iniciar un camino de abandono filial en sus brazos.
Me consagré a María… y ¡tal cual! Parecería que desde entonces Ella se encarga de cargar con las maletas pesadas del camino y yo sólo tengo que amarla y trabajar por Ella. En sus manos maternales queda el resto. Vivo confiado y seguro.
Cuando un alma se consagra al corazón maternal de María su corazón herido siempre queda sanado. Sus nudos se desatan y quedas libre para amar de verdad. Su amor transforma las heridas en actos de amor y de entrega auténtica.
Cierto, nadie me quita las tempestades vividas ¡Son mías! ¡De ellas he aprendido! ¡y con ellas puedo amar profundamente a Dios y a la gente con la que convivo a diario!
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Mi misión sacerdotal: mirar con los ojos de Dios
A ver… después de todo lo que te he platicado… creo que podemos llegar a una breve y sencilla conclusión: si María enseñó a amar a su propio Hijo, y su interés es que yo sea el amigo íntimo de su Hijo… entonces… María me enseñará a amar como su Hijo ama los hombres. ¡Mi sacerdocio tiene que estar muy unido a María! Sólo con Ella aprenderé a ser el sacerdote que los demás necesitan.
Y si estoy aquí… llegando a los pies del altar… es porque un día esta hermosa Madre, que Dios me ha regalado, dijo un día que “sí” al Señor. Y un día me dijo a mí, “sí, yo me encargo de tu vocación”… y hoy me dice “sí, yo soy tu Madre, quien te mira con amor materno”.
Seré sacerdote… ¡Y estoy feliz! La aventura apenas comienza… los 14 años de formación fueron sólo un tentempié de lo que ahora me espera por delante: todos ustedes y el cielo que Dios nos tiene prometido. ¡Vamos juntos! ¡Dios les bendiga!