“Si Tù lo quieres, Tú lo harás”
Dios es muy paciente con nosotros y siempre nos espera con los brazos abiertos. Él no se deja ganar en generosidad. Él nos ha dejado una guía que ilumina nuestro camino: María, quien es la estrella que brilla en nuestro caminar. “¡Oh, tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!” (san Bernardo de Claraval)
Nací en San Salvador, El Salvador, el 23 de septiembre de 1985. Provengo de una familia muy católica. Fui criado con un gran amor a María; una de las advocaciones que más suena en mi casa es Auxiliadora de los cristianos.
Soy el segundo de tres hermanos varones. A los pocos días de nacido tuve complicaciones en mis pulmones, no podía respirar. Pasé varios días en incubadora en situación bastante crítica. Por gracia de Dios pude sobreponerme de la grave situación inicial.
Mis padres son personas muy trabajadoras que siempre nos dieron buenos ejemplos de trabajo duro y de no cruzar los brazos ante las adversidades. Ellos nos supieron criar siempre en el trabajo y en la sencillez de vida. Mi padre es un hombre muy trabajador y muy responsable. A él le agradezco todos los consejos que me dio y que me ayudaron a salir adelante. Él siempre ha sido un hombre muy sacrificado y preocupado por su familia. Mi madre es una mujer que siempre estuvo atenta a sus hijos; a pesar que le tocaba trabajar siempre hacía una gran esfuerzo por pasar el mayor tiempo posible con sus hijos. Ella siempre estuvo al pie de batalla ante nuestros estudios, siempre buscó lo mejor para nuestra formación y nos exigía para alcanzar la mejor formación posible.
Desde muy pequeño fui educado con la espiritualidad salesiana: estudié de 1° a 8° grado en la Escuela salesiana Domingo Savio (primaria y secundaria) y de 9° grado a 3° de bachillerato en el Instituto Técnico Ricaldone (preparatoria). Doce años de mi vida cuidado bajo el manto de María Auxiliadora y la espiritualidad de Don Bosco.
Estudiando en la primaria sentía cierta inclinación por el sacerdocio. Me llamaba la atención todo lo concerniente a la religión, llegando a obtener las calificaciones más altas en esta materia, y por mi mente se planteaba la posibilidad de ser sacerdote. Pero uno va creciendo y a pesar de que los gustos por la fe y el sacerdocio se mantenían, se hicieron presentes otros tipos de gustos que son acordes con la adolescencia. Estando aún en la escuela Domingo Savio, hice una pregunta a una de las hermanas religiosas que nos atendían (eran hermanas religiosas hijas del Divino Salvador) sobre una posible vocación y ella me respondió que era muy probable que Dios estaba obrando en mí y que Él me iría mostrando su plan en mí. La verdad es que lo tomé en un primer momento como el arranque para pensar más seriamente en entrar al seminario, pues me encontraba en 8°grado. En ese año se anunciaba que los estudios de tercer ciclo (7° a 9°grado, secundaria) pasaban al Instituto Técnico Ricaldone, siempre salesiano, y pensé que estando allí podría existir más cercanía con los padres salesianos y me podrían acompañar en una posible vocación.
Llegando a cursar 9°grado en el Ricaldone, volví a realizar la pregunta, pero no obtuve respuesta al interrogante que tenía. Alguien me dijo: “piensa mejor en una carrera, no tienes edad para pensar en una vocación”. Para mí fue como si se cambiara la visión del mundo; yo por temperamento soy muy tímido y la verdad es que me costaba compartir lo que llevaba en mi interior, en especial en la adolescencia. Mi reacción inmediata fue: “hasta aquí llego con mi pensamiento de ser sacerdote, pienso mejor en mi futuro laboral”. A esas alturas de mi formación me gustaba la electricidad y decidí cursar el bachillerato técnico en electricidad, siempre en el Ricaldone.
Así es que estudié mi bachillerato técnico con mucha normalidad. Mi vida espiritual se redujo a mi Misa dominical, confesión cada cierto tiempo y una que otra actividad en el colegio.
Llegó el momento de ingresar a la universidad, y mis padres me ofrecían dos opciones de estudios: uno era estudiar ingeniería en la universidad Don Bosco o estudiar la ingeniería en la Universidad de El Salvador (universidad nacional). Ante los costos que implicaba asistir a la universidad Don Bosco, y al ver que fui admitido en la universidad nacional, opté por estudiar en esta última. La verdad es que esto implicaría un cambio radical y con sinceridad no me imaginaba qué tan radical sería este cambio.
En el 2004 comencé los estudios de ingeniería eléctrica en la universidad nacional, y el ambiente era muy diferente al ambiente salesiano al cual estaba acostumbrado. Allí me encontré con personas de muy diversas formas de pensamiento. Me encontré con gnósticos, darketos, ateos, de todo. El cuerpo docente no se quedaba atrás, también me encontré de todo, pero a fin de cuentas me daba igual, pues decía: “cada quien es responsable de su vida”.
Estando en una clase de historia, el profesor que daba la lección se había declarado “enemigo de Dios”, es decir, ateo militante que atacaba con espada desenvainada a toda clase de creencia. Era un profesor bastante inteligente pero lastimosamente, cuando atacaba a Dios, lo hacía con el hígado. Fue en estas lecciones donde pasó en mí lo que tal vez a este profesor menos le pasaba por la cabeza. Me preguntaba: ¿Quién puede ayudar a este licenciado? Y Dios me comenzó a dar respuestas que yo no me esperaba encontrar, sentía que debía ayudarle. Estoy loco, pensaba. Si no tengo ni la formación ni las respuestas que este profesor necesita. ¿Cómo puedo ayudarlo? Pues cuando alguien se le acercaba esa persona perdía la fe. Sólo alguien bien formado le puede ayudar y sólo alguien que le pueda llevar a Dios: un sacerdote.
¡Yo sacerdote! Así comenzó la batalla más larga y difícil de toda mi vida, pues despertó en mí el volcán que pensaba se había apagado años atrás. Decía: tengo proyectos, y nuevos sueños por cumplir. Y así esta lucha duró casi tres años hasta que llegó un momento donde la carga se hizo pesada y la batalla me estaba agotando y reflexioné que lo mejor era buscar un sacerdote que me dijera lo mismo de años atrás. A todo esto, había perdido todo contacto con los salesianos y así que busqué ayuda por internet.
Allí en el internet me puse en contacto con los padres trinitarios. El P. Edgar me atendió por correo electrónico y esperaba un encuentro que estaría lejano, pues el padre vivía en Costa Rica. ¡Que tranquilidad!, pensé, pues el padre que hablaría sobre este tema vivía a cientos de kilómetros y faltaba mucho tiempo para que viniera.
Días después, en una clase de la universidad, me sonó el celular en plena clase. Lo apagué y luego vi que había un número desconocido. Llamé para ver quién era. “Hola Edwin, soy el P. Edgar, estoy en El Salvador, si te parece nos encontramos hoy mismo para hablar, si te parece”. No podía creer lo que estaba escuchando, pues creía que ese encuentro sería más tarde en el tiempo. Por supuesto, me encontré con el P. Edgar en la universidad. El padre fue muy amable y me mostró vídeos de la congregación y hablamos por un largo rato. La conclusión de la charla fue totalmente opuesta a la de años atrás y la verdad me asustó la respuesta que me daba el P. Edgar, que sé que lo hizo con toda la buena intención del mundo, él me dijo: “está más que claro, hay una vocación a la que debes responder”, me quedé frío y no sabía qué responder. Al final, el P. Edgar me dio unas indicaciones y me dijo todo lo que debía de hacer para entrar con ellos. Obviamente me asusté, y no me puse más en contacto con el P. Edgar. Pero en mí había detonado un punto muy delicado que no había expuesto tan abiertamente a nadie. Para entonces era diciembre de 2006.
A finales de enero de 2007 volví a buscar ayuda pues en mi mente había un enorme revoltijo. Lo busqué también por internet y me encontré con un blog de preguntas que tenía el P. Ricardo Sada, LC. Él me respondió y me remitió a los padres legionarios que visitaban por aquel entonces El Salvador cada cierto tiempo. Fue allí donde conocí al P. Francisco Carvajal, LC, que me supo guiar de una manera tranquila, pero a la vez me iba dando cuenta que Dios obraba de una manera muy rápida.
Me invitó a las Megamisiones de ese año y luego a una convivencia vocacional en Monterrey. Busqué la ayuda necesaria para ir y poder despejar mi mente y darme un cara a cara con la realidad que llevaba en mi interior.
Fueron unas misiones maravillosas, llenas de experiencias en un poblado llamado “La tranca de fierro” en el Estado de Puebla. Luego viví el triduo sacro en el noviciado de Monterrey, donde Dios me habló bastante claro. Escuché con temor, pero con mucha atención, la voluntad de Dios en mi vida y lo vi bastante claro. ¿Y ahora? No sabía qué hacer pues ahora la batalla pasaba del interior al exterior. El P. Carvajal me recomendó antes de regresar a El Salvador que si miraba muchos problemas que mejor me esperara y en su momento decidí esperar, pues no me sentía con fuerza suficiente para enfrentar más batallas.
Justo antes de tomar el avión de regreso un buen amigo guatemalteco, Jorge Mario, se encontraba muy emocionado con el candidatado de ese verano y me contaba todos sus planes para ir. Él me preguntó: ¿Y vos cómo lo estás planeando? Le respondí: “Yo tengo planeado no ir”. “Allá vos”, respondió mi amigo chapín con una expresión muy propia de Guatemala. “¿Y a qué se debe?”, me preguntó. Le conté que lo veía bastante difícil y que era mejor esperar, pues hacía falta muy poco tiempo. Él me dijo una frase que hasta hoy se la sigo agradeciendo: “¿Pero vos que vas a preparar? Es Dios quien lo tiene que preparar, vos solo déjate guiar por Él”. En el vuelo de regreso reflexioné lo que me dijo mi amigo chapín, e hice una oración, tal vez la más importante de toda mi vocación: “si Tú así lo quieres, Tú lo vas a hacer. Yo sé cómo le haré. De aquí en adelante serás Tú quien lleve las riendas de mi vocación y si Tú quieres que vaya al candidato así será”. Y Dios tomó la palabra, pues fui uno de los primeros en llegar al candidato de 2007.
Comenzaron las batallas externas. Al llegar al aeropuerto de El Salvador mi papá me sorprendió con una pregunta: “¿Y entonces que has decidido?” (Yo no había hablado con mis padres sobre una posible vocación sacerdotal) y le respondí con otra pregunta: “¿Decidido qué papá?” Me dijo mi papá: “¿Vas a entrar de sacerdote si o no?” Mi respuesta fue un simple “Sí” y no se volvió a tocar el tema por algunos días. Las semanas siguientes apoyado por el P. Carvajal fue de un diálogo bastante difícil entre mis padres y yo pero al final con todo el dolor del alma de mis padres me dieron su visto bueno para ir al candidatado, era mayo 2007. En este momento me di cuenta muy claramente que era la Virgen la que me había tomado de la mano y sentí su presencia muy particular en mi vocación desde entonces.
¡Increíble! Dios lo había hecho todo, fui testigo del obrar de Dios. Pero en mí entraron dudas. ¿Qué estoy haciendo? Pensaba sobre que estaba entrando en una congregación donde se hablaban muchas cosas negativas y apenas los conocía. Pensaba que iba lejos de mi casa, lejos de mi sueño ¿Estoy loco? Fue una lucha que duró hasta la primera semana del candidato. En el vuelo hacia la Ciudad de México iba con una crisis monumental, deseaba que el avión nunca despegara y pensaba en la primera oportunidad me regreso a mi casa.
Cuando llego a la ciudad de México, se les olvidó irme a recoger al aeropuerto, en ese preciso momento pensaba regresar en el próximo vuelo a El Salvador, pero Dios volvió a actuar y me puse en contacto con el P. Hernán Jiménez, LC que había conocido en las misiones de Semana Santa y en la convivencia en Monterrey, él me dio la dirección del centro estudiantil de donde salíamos al día siguiente hacia Monterrey en camioneta. Llegué en taxi al centro estudiantil. Solo puedo decir que fue Dios quien me empujó en ese momento para contactar al P. Hernán pues si no, no estaría ahora contando este relato.
El candidato fue un período que recuerdo muy encarecidamente. Después del candidato entré al noviciado con mucha solidez luego de las tormentas que me tocaron vivir previamente.
Una bomba explotó en mi segundo año de noviciado. La Legión de Cristo se enfrentaba a la peor crisis de su historia y fue debido al caso del fundador el P. Marcial Maciel. La verdad es que nunca tuve contacto con él. Solo recuerdo que en mi primer año se hablaba muy positivo de su figura. Luego de la crisis todo cambió. Sinceramente no fue un golpe duro para mí en materia vocacional pues ya había leído sobre aspectos negativos de él, leí el porqué de la sanción que la santa Sede le había impuesto y sobre algunos casos de pederastia que se le acusaba a principio de los años 50’s. Mi vocación nunca dependió de un fundador de carácter humano o de un hombre, por ello no me ví sacudido por esta situación; pero en la Legión y el Movimiento Regnum Christi fue como un terremoto devastador.
Procuré ayudar según la Iglesia y la Legión necesitaba y pedía, pero la verdad es que no podía hacer mucho, porque era un problema que cada quien debía de ver con Dios y buscar un verdadero discernimiento de la situación en la cual nos encontrábamos. La verdad es que a raíz de esta situación sentí a la Legión más cercana y más en mis manos, pues ahora me tocaba aportar en las nuevas constituciones y reconstruir con base en Dios la Legión. Ya no se basaba en el pensamiento de un fundador sino en lo que Cristo y la Iglesia iba pidiendo. Su caso está en manos de Dios, a mí no me toca juzgar, porque no tuve contacto con él, pues ya que ni siquiera había pertenecido al Movimiento Regnum Christi.
Uno de los momentos que mas me marcó dentro de mi formación fue mi período de prácticas apostólicas. La verdad es que cuando me asignaron el lugar y el puesto fue para mi una verdadera sorpresa. “Va de prácticas apostólicas a la prelatura a ayudar a monseñor Jorge Bernal”. Sinceramente en un principio no sabía bien de lo que iba a hacer y menos a dónde iba a ir, pues me dijeron que iba a Chetumal, Quintana Roo. Pensaba que estaba al lado de Cancún pero al ver el mapa del Estado de Quintana Roo ví que estaba a 350 kilómetros de distancia y que lo que tenía al lado era Belice.
Hice mis prácticas al lado de un hombre muy sencillo y austero. Monseñor Jorge tiene mucha sabiduría y mucha santidad. Aprendí mucho de él. Me impresionó ver el cariño y el respeto que le tienen en la Prelatura. Y eso se lo ha ganado por su forma de ser y por ser un pastor cercano a la gente. Pienso que monseñor Bernal se le adelantó al Papa Francisco. De hecho un niño en la prelatura pensaba que el Papa Francisco era monseñor Jorge Bernal por la manera de comportarse del Papa. Las personas en Chetumal me acogieron muy bien, me hicieron sentir como un chetumaleño más. Trabajé con mucho entusiasmo y entrega en la Catedral del Sagrado Corazón de Jesús, allí hacía de todo (secretario de monseñor Jorge, administrador, catequista, responsable de monaguillos, de liturgia, de los jóvenes, círculo bíblico, representar en las juntas parroquiales al párroco, en fin de todo un poco y en mis tiempos libres era sacristán y cocinero. Hasta buen vendedor de empanadas y cochinita salí). Solo espero haberlo hecho bien. Aprendí mucho a ser sacerdote estando en Chetumal y hoy agradezco a la Legión por la oportunidad que me dio de haber hecho una experiencia muy sacerdotal en Chetumal. Hice dos años allí y en cada oportunidad he estado con ellos, pues me es muy agradable aprender de monseñor Jorge Bernal y de las cariñosas personas de Chetumal.
Bueno hoy me encuentro ante un camino recorrido al cual le doy gracias a Dios pues ha sido Él quien me ha guiado por medio de una estrella que siempre ha brillado en mi camino, la Virgen Maria. Y esto aún empieza, pero una cosa me queda claro al ver el recorrido de mi vocación: Dios ha estado a mi lado y siempre está a nuestro lado a pesar de las dificultades, y Dios siempre nos envía samaritanos en el camino que nos ayudan a seguir adelante. No hay que cerrarse en los propios proyectos, hay que dejar que Dios entre y dejarle que haga los cambios que Él quiera. Él no se deja ganar en generosidad. No hay que ser tacaños y debemos de darle el timón a Cristo. Él nos lleva a puerto seguro y no permite que nos hundamos con nuestra barca que a fin de cuentas es la barca de Cristo.